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Mostrando entradas de mayo, 2020

Atasco

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Ismael, el protagonista de la magnífica novela que leo actualmente, “Aitaren Etxea” (La casa del padre) de la escritora Karmele Jaio que, por cierto, le aconsejo fervientemente, es un escritor de éxito que se encuentra totalmente atascado en su nueva novela, sin la inspiración necesaria para salir adelante. Así me encuentro yo, desde hace bastante tiempo. Me refiero a lo del atasco y no, a lo de escritor de éxito. El confinamiento me ha poseído del todo y el dichoso monotema contamina todas mis neuronas y no soy capaz de escaparme de sus garras. Tanto es así que incluso una cuestión tan básica y elemental como es la cena semanal en la sociedad gastronómica ha dejado de ser algo elemental para pasar a ser, ahora que acabamos de abrir la sociedad, con todas las medidas de seguridad obviamente, un acontecimiento que merecería ir de etiqueta si no fuese porque uno tuvo que remangarse para cocinar los huevos fritos, plato estrella de mi básica carta gastronómica. Pues bien, en est

Soy guay

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Seguramente, le habrá ocurrido más de una vez al escuchar una fantástica noticia, que usted mismo piensa que esa noticia es, además de irreal por excesivamente buena, inalcanzable para uno mismo. ¡Eso es tan excepcional, que no puede ser para mí! he pensado reiteradas veces. Del mismo modo, alguna vez, cuando iba a la huerta familiar y me deslomaba quitando los tréboles, barrabasa en nuestra tierra, que ahogan las plantas en sus inicios, le decía a mi vecina Lola, “el día que Argiñano ponga de moda la ensalada de tréboles, entonces, no saldrá ni un solo trébol y tendremos que comprarla en la tienda, embolsada por la empresa de turno”.   Algo similar he cavilado esta semana al observar cómo la lana de nuestras ovejas, lamentablemente, ha pasado de ser un producto estimado por artesanos y empresas textiles a ser un mero subproducto, un residuo, que ha pasado de tener un valor a tener un coste para los propios pastores. No se crea que es un problema exclusivo nuestro, de los pas

Abismo

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Este pasado viernes, 15 de mayo, celebramos la festividad de San Isidro Labrador, patrón de los baserritarras. Este año no ha habido ni comidas populares ni misas al respecto y personalmente, le tengo que reconocer, ahora que no nos oye nadie, que con las estrictas normas de seguridad a consecuencia del Covid, se ha impedido trasladar unas imágenes, ciertamente caducas, de la realidad actual del agro. Creo que, en adelante, convendría darle unas vueltas al tema para actualizar y modernizarla en su concepción. En este momento, no obstante, es más necesario que nunca que los productores asuman como propio el carácter esencial de su actividad y/o función en la sociedad actual porque, de nada vale reclamar al conjunto de la sociedad un reconocimiento social, si ellos mismos, los baserritarras, no se lo creen y si en su fuero interno, asumen que su oficio es el último en importancia. Ya lo dice mi jefe, baserritarra profesional por los cuatro costados, ¿de qué vale hablar tanto de

Quién dijo miedo

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La principal duda que alberga la mente de los productores agrarios, de los tenderos y hosteleros es sobre los hábitos de consumo que quedarán una vez se inicie el desconfinamiento y alcancemos el ansiado paraíso sanchista de la nueva normalidad que, dicho sea de paso, puede que no sea ni nueva ni normal. Conocemos, por lo vivido y leído, cómo estamos consumiendo a lo largo del confinamiento, pero, como es normal, ya tenemos fijada la mirada en el futuro, ése que comienza por el lejano mes de junio, y queremos, necesitamos diría yo, conocer cómo actuará el consumidor para así, saber cómo adaptar, nuestra forma de producir y comercializar, a la nueva realidad. El olfato personal y profesional es importante pero quizás no sea suficiente para afrontar con ciertas garantías lo que nos depara el futuro y por ello, con toda precaución, he procedido a leer las conclusiones que ha extraído AECOC, la asociación empresarial que aúna a fabricantes y distribuidores, de su último estudio

Las cuentas claras

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Mis sobrinas se han saltado el confinamiento, día sí y día también. Estas últimas semanas, mientras yo estaba encerrado en mi cueva, ellas se vistieron el traje de baño, extendieron las toallas, se dieron la crema de sol y se fueron a la piscina. También han estado de finde en Isaba, pueblo del Pirineo navarro, echaron las esterillas en la sala y pertrechadas de sus sacos de dormir, disfrutaron de un finde rural. Incluso, hicieron las maletas para ir a la China (maldita la gracia). Ellas, que para eso son de Bilbao, se saltaron, con sus imaginativos recursos, propios de la infancia, el confinamiento que, poco a poco, nos va minando. Mientras mis sobrinas, tal y como le decía, andan de aquí para allá, la vida confinada sigue en sus trece y tengo que reconocer que la alimentación y el conjunto de la cadena alimentaria han sido y están siendo uno de los puntales sobre los que se asienta nuestra cotidiana y confinada vida. Al parecer, la gente ha caído en la cuenta de la importancia