Desesperados
Acabo de volver de un acto de
homenaje, agradecimiento y despedida a la consejera Arantxa Tapia y al viceconsejero,
Bittor Oroz, a los que un nutrido grupo de gentes del sector primario ha estimado
conveniente reconocer el trabajo realizado en 12 largos e intensos años donde
se han acumulado todo tipo de calamidades, desde una crisis financiera, sequía,
pandemia del COVID, guerra de Ucrania, etc.
Tal y como han reconocido los
portavoces del sector primario, más allá de los importantes fondos que han
destinado a aliviar las sucesivas crisis, se les reconoce y agradece su
actitud, cercanía y su predisposición para acompañar al sector en los momentos
más difíciles.
Como decía al inicio, han sido numerosas
las personas del sector primario que han querido acompañarles en este acto y
entre ellos ha estado presente, un alto representante de los cazadores del
Territorio Histórico de Gipuzkoa, un territorio donde los jabalís campan a sus
anchas, los daños ocasionados por estos bichos angustian a los baserritarras y
donde vivimos, un antes y un después, desde el fatídico accidente acontecido en
Deba, en diciembre del 2023, que acabó
con la trágica muerte de una mujer que estaba tranquilamente en su domicilio.
Los miembros de aquella cuadrilla
de cazadores fueron penalizados, por lo administrativo, y algunos de ellos,
fueron denunciados por lo penal, y a consecuencia de ello, el miedo, lógico, se
expandió por todo el colectivo que ve como por una afición y/o deporte puede
tener unas consecuencias terribles tanto personal como patrimonialmente.
El miedo en el colectivo de
cazadores, la alarma generada en la opinión pública y la polvareda surgida en la
esfera política han provocado que la caza mayor se haya paralizado o reducido a
su mínima expresión con, como podrán imaginar, todas las consecuencias
socio-económicas que ello conlleva para el sector primario que, a la postre, es
el que, además de poner el escenario para que se lleva a cabo la caza, soporta
los cuantiosos y persistentes daños en praderas, maizales, frutales, etc.
Soy consciente que esta cuestión
se la trae al pairo al conjunto de la población urbana que vive plácidamente en
sus áreas urbanas sin sufrir las consecuencias de los ataques de los jabalís,
pero todos ellos deben comprender y ser conscientes de que esta situación, de parón
en la caza y, en consecuencia, un crecimiento exponencial de la población de jabalís
es algo dramático para las gentes del campo.
La normativa debiera ser más
realista, flexible y adaptada a la realidad del territorio de montaña y de un
territorio fuertemente humanizado, porque, de lo contrario, nos podemos
encontrar, si no lo estamos ya, en una situación similar a una plaga bíblica
donde los jabalís acabaran con praderas, maizales y frutales, sustento del
caserío y de la actividad primaria.
El crecimiento de la población de
jabalís, el creciente número de ataques del lobo en zonas de Araba y Bizkaia a
la ganadería extensiva y la inquietante noticia de que los osos ya están en el
valle del Pas en Cantabria, hacen que la cuestión de la fauna salvaje alcance
una dimensión tal que tiene al colectivo ganadero con el corazón encogido.
Más allá de los importantes daños
económicos, de la gran afección al trabajo ganadero por mejorar la línea genética
de su rebaño y de la frustración que generan estos ataques entre los ganaderos,
creo que es necesario destacar, sobre todo en el caso de los jabalís, el riesgo
sanitario que corre la cabaña ganadera con estos cochinos salvajes que,
lamentablemente, son unos inmejorables transmisores de enfermedades entre el
ganado.
Por ello, hoy más que nunca, es imprescindible
que las autoridades sanitarias y los máximos responsables políticos del área
sean conscientes de la necesidad de afrontar la cuestión de la fauna salvaje
como una de las cuestiones prioritarias en su quehacer público.
Soy sabedor que los responsables
de las áreas urbanas no serán conscientes de la gravedad de la situación hasta
que los jabalís bajen a la playa de la Concha en Donostia o campen por el
Arenal de Bilbao, los lobos ataquen la mascota de algún político, tal y como
ocurrió con el potrillo de Úrsula Von der Leyen, o que los buitres se lleven
algún crio malherido en alguna travesía montañera, pero todos ellos, deben ser conscientes
de que la gente del campo no puede esperar tanto puesto que ya están
desesperados.
Xabier Iraola Agirrezabala
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