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Don Luis, ¡un descafeinado, por favor!

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Me gustan los políticos de casta. Frente a una mayoría actual de bienquedaos, políticamente correctos y planos a base de esquivar cuestiones peliagudas y de huir de cualquier tema que pudiera derivar en problema, personalmente, me gustan los que son decididos y que abordan los temas con determinación sin miedo a mojarse. Eso sí, siempre, con buenas formas y con el máximo de los respetos. En su momento, escribí sobre los aciertos y errores del ministro Miguel Arias Cañete, tan correoso como altivo, que fue capaz de acertar en el diagnóstico e impulsar, nada más y nada menos que hace 7 años, la Ley para mejorar el funcionamiento de la Cadena Alimentaria. Cañete, como le conocíamos todos, fue ministro del 2011 al 2014 y en ese trienio impulso un par de leyes importantes, si bien en este caso, me quiero referir a la Ley de Cadena Alimentaria que supuso una buena cimentación para una construcción que nadie quiso posteriormente continuar, ni los de su partido ni los adversarios.

La tormenta perfecta

Tormenta perfecta es la expresión literaria y/o cinematográfica utilizada para referirse a esa situación, buscada o sobrevenida, donde se da un cúmulo de condicionantes o circunstancias, la mayoría de las veces, nada positivas, que sitúan en la picota o al borde del precipicio a una persona, colectivo, país o sector económico. Pues bien, en estos momentos, al menos esa es mi percepción, el sector agrícola, europeo diría yo, pero también en ámbitos inferiores, se encuentra ante una especie de tormenta perfecta conformada por un cúmulo de estrategias, planes y documentos varios que van a marcar, si no condicionar notablemente, el futuro próximo de la agricultura y, si me apuran, de la alimentación. En la tesitura actual, ahora que estamos en puertas del fin del estado de alarma, el sector agrícola se encuentra expectante ante el incierto devenir de la economía puesto que gran parte del éxito o fracaso de nuestro negociado depende de la situación laboral y consecuentemente, de l

Maldito Beneficio

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Quiero que sepa el estimado lector, si es que todavía no lo ha rastreado por la nube, que este humilde juntaletras, en su tiempo, fue una persona importante y digo esto, no por arrogancia, si no porque durante 8 años fui el alcalde de mi pueblo, Legorreta, y eso, además de ser algo muy importante, es el mayor honor que he ostentado. Al parecer, mi falta de valía y mi carácter crítico, me impidieron alcanzar cotas mayores y por ello, querido lector sufridor, aquí estoy yo, juntaletras del ramo agrario, dándole la murga, semana sí y semana también. Pero tengo que reconocer que mi paso por las responsabilidades municipales me sirvieron para tener conocimiento sobre multitud de cosas que, de otra forma, no hubiese conocido. Una de ellas es que al gestionar una obra, mejor dicho su licencia de obras, se desgajaban diversos conceptos (ejecución material, gastos generales, beneficio industrial,…) puesto que algunos de ellos estaban sujetos al correspondiente impuesto y otros, no.

Atasco

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Ismael, el protagonista de la magnífica novela que leo actualmente, “Aitaren Etxea” (La casa del padre) de la escritora Karmele Jaio que, por cierto, le aconsejo fervientemente, es un escritor de éxito que se encuentra totalmente atascado en su nueva novela, sin la inspiración necesaria para salir adelante. Así me encuentro yo, desde hace bastante tiempo. Me refiero a lo del atasco y no, a lo de escritor de éxito. El confinamiento me ha poseído del todo y el dichoso monotema contamina todas mis neuronas y no soy capaz de escaparme de sus garras. Tanto es así que incluso una cuestión tan básica y elemental como es la cena semanal en la sociedad gastronómica ha dejado de ser algo elemental para pasar a ser, ahora que acabamos de abrir la sociedad, con todas las medidas de seguridad obviamente, un acontecimiento que merecería ir de etiqueta si no fuese porque uno tuvo que remangarse para cocinar los huevos fritos, plato estrella de mi básica carta gastronómica. Pues bien, en est

Soy guay

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Seguramente, le habrá ocurrido más de una vez al escuchar una fantástica noticia, que usted mismo piensa que esa noticia es, además de irreal por excesivamente buena, inalcanzable para uno mismo. ¡Eso es tan excepcional, que no puede ser para mí! he pensado reiteradas veces. Del mismo modo, alguna vez, cuando iba a la huerta familiar y me deslomaba quitando los tréboles, barrabasa en nuestra tierra, que ahogan las plantas en sus inicios, le decía a mi vecina Lola, “el día que Argiñano ponga de moda la ensalada de tréboles, entonces, no saldrá ni un solo trébol y tendremos que comprarla en la tienda, embolsada por la empresa de turno”.   Algo similar he cavilado esta semana al observar cómo la lana de nuestras ovejas, lamentablemente, ha pasado de ser un producto estimado por artesanos y empresas textiles a ser un mero subproducto, un residuo, que ha pasado de tener un valor a tener un coste para los propios pastores. No se crea que es un problema exclusivo nuestro, de los pas

Abismo

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Este pasado viernes, 15 de mayo, celebramos la festividad de San Isidro Labrador, patrón de los baserritarras. Este año no ha habido ni comidas populares ni misas al respecto y personalmente, le tengo que reconocer, ahora que no nos oye nadie, que con las estrictas normas de seguridad a consecuencia del Covid, se ha impedido trasladar unas imágenes, ciertamente caducas, de la realidad actual del agro. Creo que, en adelante, convendría darle unas vueltas al tema para actualizar y modernizarla en su concepción. En este momento, no obstante, es más necesario que nunca que los productores asuman como propio el carácter esencial de su actividad y/o función en la sociedad actual porque, de nada vale reclamar al conjunto de la sociedad un reconocimiento social, si ellos mismos, los baserritarras, no se lo creen y si en su fuero interno, asumen que su oficio es el último en importancia. Ya lo dice mi jefe, baserritarra profesional por los cuatro costados, ¿de qué vale hablar tanto de

Quién dijo miedo

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La principal duda que alberga la mente de los productores agrarios, de los tenderos y hosteleros es sobre los hábitos de consumo que quedarán una vez se inicie el desconfinamiento y alcancemos el ansiado paraíso sanchista de la nueva normalidad que, dicho sea de paso, puede que no sea ni nueva ni normal. Conocemos, por lo vivido y leído, cómo estamos consumiendo a lo largo del confinamiento, pero, como es normal, ya tenemos fijada la mirada en el futuro, ése que comienza por el lejano mes de junio, y queremos, necesitamos diría yo, conocer cómo actuará el consumidor para así, saber cómo adaptar, nuestra forma de producir y comercializar, a la nueva realidad. El olfato personal y profesional es importante pero quizás no sea suficiente para afrontar con ciertas garantías lo que nos depara el futuro y por ello, con toda precaución, he procedido a leer las conclusiones que ha extraído AECOC, la asociación empresarial que aúna a fabricantes y distribuidores, de su último estudio

Las cuentas claras

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Mis sobrinas se han saltado el confinamiento, día sí y día también. Estas últimas semanas, mientras yo estaba encerrado en mi cueva, ellas se vistieron el traje de baño, extendieron las toallas, se dieron la crema de sol y se fueron a la piscina. También han estado de finde en Isaba, pueblo del Pirineo navarro, echaron las esterillas en la sala y pertrechadas de sus sacos de dormir, disfrutaron de un finde rural. Incluso, hicieron las maletas para ir a la China (maldita la gracia). Ellas, que para eso son de Bilbao, se saltaron, con sus imaginativos recursos, propios de la infancia, el confinamiento que, poco a poco, nos va minando. Mientras mis sobrinas, tal y como le decía, andan de aquí para allá, la vida confinada sigue en sus trece y tengo que reconocer que la alimentación y el conjunto de la cadena alimentaria han sido y están siendo uno de los puntales sobre los que se asienta nuestra cotidiana y confinada vida. Al parecer, la gente ha caído en la cuenta de la importancia

Listo Mari

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Listo Mari es un personaje que abunda en estas fechas. Se acerca a ti y te susurra al oído, cuando no te grita desde lo lejos, con la firme creencia de que con ello aporta lo mejor de sí para el bienestar de la humanidad y con un aire de superioridad que se asemeja al huracán, esa maldita frasecita de “eso ya lo dije yo”. Lo aplicaba hace unos años, en los inicios de la crisis financiera del 2007, y ahora, cuando parecía que ya habíamos salido de la citada crisis, lo readapta para esta crisis sanitaria para la que, por cierto, él ya tiene la solución a aplicar. No se esfuerce, estimado lector, en buscar vacuna o antídoto en combatirlo, no hay quien acabe con ellos. Los hay en abundancia, más que chinches y en toda familia, cuadrilla, centro de trabajo y parlamento que se precie existe un Listo Mari, no vaya a ser que cunda la envidia. Su empeño es tal que su ánimo no decae fácilmente por lo que lo único que nos queda a sus sufridores es la vieja técnica de desconectar, les re

Cerca, muy cerquita

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Cuando yo era un crío, en mi casa el espacio central era la cocina. Había un comedor, con unos muebles muy pomposos que había hecho mi padre, carpintero por más señas y que durante muchos años, sólo se utilizaba un día al año, en la comida familiar de las fiestas patronales. Aún así, mi madre limpiaba el comedor todas las semanas y los muebles relucían como si fuesen plata de ley. Como decía, el espacio central de nuestra casa era la cocina y en ella se cocinaba, se veía la televisión, la única, charlábamos, discutíamos e incluso, hacía los deberes de la escuela. En las casas de hoy, y quizás más hace una década que ahora mismo, la cocina ha sido reducida a su mínima expresión y tanto es así que, más allá de leyendas urbanas, se asume con total naturalidad que se hagan casas con la nano-cocina únicamente equipada con el microondas para calentar lo que previamente se ha comprado, precocinado y envuelto en el infinito plástico, en el supermercado de la esquina. Cocinar y/o cale

Cagando y sin papel

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Llego al día de hoy, domingo de Pascua, Aberri Eguna (Día de la Patria) para los patriotas vascos, con el ánimo alicaído y la mente magullada. El confinamiento, a pesar de que lo soporto relativamente bien, está haciendo mella. Llego a la celebración de hoy, tras un par de semanas de locura recluido en el manicomio de Ciempozuelos que es donde se ambienta el magnífico libro de Almudena Grandes, La Madre de Frankestein, donde las paranoias de Aurora y las ansias de libertad de sus protagonistas chocan con la asfixia impuesta por la dictadura franquista para aquellos que no comulgaban con sus ideas. Los vascos, al menos los nacionalistas, allá por el año 1933 ya uníamos nuestro destino como pueblo al proyecto europeo por lo que estos días, más allá del Coronavirus y de sus dramáticas consecuencias, me resulta doblemente doloroso comprobar la debilidad del proyecto común europeo y la visión cortoplacista de muchos de sus líderes. Duele observar cómo las instituciones europeas,