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Mostrando entradas de octubre, 2019

Cuestión de Tiempo

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En un mundo cada vez más concienciado con el problemón del cambio climático y donde el transporte de mercancías, personas y bienes es uno de los grandes causantes del problema en cuestión, alucino en colores al ver el anuncio televisivo de una app que alardea de la sencillez (y bajo coste) con el que puedes revender prendas y/o objetos y así que unos pantalones que llevas 2 años sin ponértelos, los puedas revender a un cliente que, por ejemplo, se encuentre a las afueras de Berlín. Algo similar me ocurre cuando en algunas ciudades observo repartidores de alimentos, platos precocinados, etc. que recorren a toda mecha las calles llevando su mercancía desde el establecimiento original hasta el domicilio particular de uno. Moteros y bicicleteros que se juegan el cuello al tener que entregar, pongamos, un tupper de ensalada porque, al parecer, el consumidor de marras no tiene tiempo para juntar unas tristes hojas de lechuga con algo de tomate y cebolla. En uno y otro ca

Estorbo

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Acabo de regresar de Roma donde he acudido a la Junta Directiva del Foro Rural Mundial que se celebra en la capital del Tiber aprovechando la mega cumbre que organiza la FAO coincidiendo con la celebración del Día Mundial de la Alimentación. Este tipo de organismos mundiales ejercen de imán para todo tipo de entidades, colectivos, asociaciones, lobbys y gobiernos que pasillean y trabajan en maratonianas reuniones para llevar el agua a su molino. Los hay bienintencionados, entre ellos el Foro Rural Mundial, que pretenden fortalecer la agricultura familiar como mejor garantía para combatir la plaga del hambre desde un total respeto a los derechos humanos de los agricultores y un respeto a los valores ambientales de sus tierras frente a otros modelos impulsados por otros no tan bienintencionados, lobos con piel de cordero, cuyo único objetivo es impulsar un modelo agroindustrial orientado exclusivamente a la exportación mientras los agricultores se mueren de hambre y mientras sus

Sal de frutas

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Asistí recientemente a una sugerente mesa redonda sobre alimentación al sentirme interpelado por el llamativo título de ¨¿Somos lo que comemos o comemos como somos?” y en el transcurso de la misma escuché verdades como puños con las que, en gran medida, estaba de acuerdo. La apuesta, personal y colectiva, por una alimentación saludable y sostenible parece ser algo innegable si bien todos somos conscientes de las muchas y constantes incoherencias que cada uno de nosotros protagonizamos y que al final, la simple apelación a dichos adjetivos, saludable y sostenible, puede acabar siendo un mantra comercial en boca de cualquier despiadado. Los alimentos de calidad y de proximidad, a poder ser de temporada, la importancia de dedicar tiempo suficiente y de calidad al acto de la compra y a cocinar, a poder ser implicando a los más jóvenes en ambas tareas, el mimo hacia los productores, pequeño comercio frente a formatos inmensos y lejanos, la opción por una hostelería comprometida co

Pesimismo

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Les tengo que reconocer que no llevo una buena temporada. Los datos y los comentarios que me llegan de aquí y de allá no son nada halagüeños y consecuentemente, por mucho que uno se empeñe en ser un optimista empedernido, la moral se resiente. La semana pasada di cuenta de los inquietantes datos sobre la brecha salarial o de rentabilidad que el campo tiene para con el conjunto de la economía (un 30% menos si contamos las ayudas europeas y un 65% en ausencia de las mismas) y si bien, cuando se manejan datos estadísticos, uno debe ser precavido y consciente que las estadísticas reflejan medias que dejan en la sombra numerosas realidades particulares, me ha llamado la atención sobremanera que los datos hayan causado una gran sorpresa en mucha gente y particularmente, entre personas con responsabilidades sectoriales tanto privadas como públicas. Uno que ya lleva bastantes años vinculado a la cuestión, sin necesidad de grandes datos estadísticos pero con datos económicos particular