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Disfraces de Carnaval

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Soy de la opinión que en el momento en que vivimos lo que importa es la juerga y la cuchipanda por lo que somos capaces de asimilar y fagocitar tanto tradiciones propias como ajenas que adaptamos rápidamente, despojándolas de todo aquello que sea serio y requiera esfuerzo y/o compromiso, quedándonos, única y exclusivamente, con la parte lúdico-festiva de las tradiciones. Asimilamos el Halloween yanqui despojándolo de todo sentido religioso y nos quedamos con la parte festiva de los disfraces, dulces, etc. mientras ninguneamos el autóctono Día de Todos los Santos que es triste y luctuoso sin margen alguno para el jolgorio. En los carnavales ocurre otro tanto, nos olvidamos que el Carnaval, originalmente al menos, no es más que la despedida a la carne en los días previos al Miércoles de Ceniza, fecha en la que comienza la Cuaresma que es un periodo de 40 días hasta el domingo de Ramos, día en la que comienza la Semana Santa y así, dejados de lado la abstinencia, recogimiento y a

Astros alineados

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El patio político español anda más que revuelto. La moderación fracasa por ser demasiada anodina en esta sociedad del tuit, del griterío y del espectáculo, donde lo que vale es la estridencia y así en la dinámica del “que más grita, capador”, los extremistas se adueñan del micro, reconfortan a sus incondicionales, se refuerzan entre sí y el que no les siga, ¡cómo no!, será tildado de “cobarde, maricomplejines y pastelero”. En este museo ibérico de los horrores sólo cabe la brocha gorda, no hay matices, no hay gama de grises, ¡o blanco o negro!.  Pues bien, tras el más que previsible rechazo multilateral de los Presupuestos Generales del Estado en el Congreso ya conocemos la fecha de marras para las elecciones, el 28 de abril, por lo que vayan petrechándose de sira y katiuskas porque la que va a caer, va a ser terrible. Los presupuestos de un Gobierno, al menos en lo que a Agricultura se refiere, que pasa con más pena que gloria y si me apuran, les diría, sin querer ser cru