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El Engaño

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Hace unos cuantos años asistí en Amorebieta-Etxano a una interesante jornada apícola organizada por la asociación BAMEPE (ahora HEGOAK) integrada por apicultores profesionales del territorio histórico de Bizkaia. Acudí a la jornada porque estimaron que era la persona indicada para dirigir el desarrollo de la jornada, controlar los tiempos, moderar las preguntas, etc. Por lo visto, me vieron dotes de mando. Ordeno y mando, dirá más de uno. Acudí a la jornada, como decía, a dirigir la orquesta de magníficos ponentes que conformaban el elenco y de que todo se desarrollase según las previsiones de los organizadores. Volví a casa totalmente fascinado al conocer más de cerca la realidad de nuestra apicultura, escuchar al sabio Antonio Gómez-Pajuelo y más aún, al comprobar la gestión ganadera (transhumancia, alimentación, …) de unos cuantos apicultores profesionales que hacen del ganado apícola su modo de vida y la actividad con la que sacan adelante su familia. Pues bien, nuest

Don Luis, ¡un descafeinado, por favor!

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Me gustan los políticos de casta. Frente a una mayoría actual de bienquedaos, políticamente correctos y planos a base de esquivar cuestiones peliagudas y de huir de cualquier tema que pudiera derivar en problema, personalmente, me gustan los que son decididos y que abordan los temas con determinación sin miedo a mojarse. Eso sí, siempre, con buenas formas y con el máximo de los respetos. En su momento, escribí sobre los aciertos y errores del ministro Miguel Arias Cañete, tan correoso como altivo, que fue capaz de acertar en el diagnóstico e impulsar, nada más y nada menos que hace 7 años, la Ley para mejorar el funcionamiento de la Cadena Alimentaria. Cañete, como le conocíamos todos, fue ministro del 2011 al 2014 y en ese trienio impulso un par de leyes importantes, si bien en este caso, me quiero referir a la Ley de Cadena Alimentaria que supuso una buena cimentación para una construcción que nadie quiso posteriormente continuar, ni los de su partido ni los adversarios.

La tormenta perfecta

Tormenta perfecta es la expresión literaria y/o cinematográfica utilizada para referirse a esa situación, buscada o sobrevenida, donde se da un cúmulo de condicionantes o circunstancias, la mayoría de las veces, nada positivas, que sitúan en la picota o al borde del precipicio a una persona, colectivo, país o sector económico. Pues bien, en estos momentos, al menos esa es mi percepción, el sector agrícola, europeo diría yo, pero también en ámbitos inferiores, se encuentra ante una especie de tormenta perfecta conformada por un cúmulo de estrategias, planes y documentos varios que van a marcar, si no condicionar notablemente, el futuro próximo de la agricultura y, si me apuran, de la alimentación. En la tesitura actual, ahora que estamos en puertas del fin del estado de alarma, el sector agrícola se encuentra expectante ante el incierto devenir de la economía puesto que gran parte del éxito o fracaso de nuestro negociado depende de la situación laboral y consecuentemente, de l

Maldito Beneficio

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Quiero que sepa el estimado lector, si es que todavía no lo ha rastreado por la nube, que este humilde juntaletras, en su tiempo, fue una persona importante y digo esto, no por arrogancia, si no porque durante 8 años fui el alcalde de mi pueblo, Legorreta, y eso, además de ser algo muy importante, es el mayor honor que he ostentado. Al parecer, mi falta de valía y mi carácter crítico, me impidieron alcanzar cotas mayores y por ello, querido lector sufridor, aquí estoy yo, juntaletras del ramo agrario, dándole la murga, semana sí y semana también. Pero tengo que reconocer que mi paso por las responsabilidades municipales me sirvieron para tener conocimiento sobre multitud de cosas que, de otra forma, no hubiese conocido. Una de ellas es que al gestionar una obra, mejor dicho su licencia de obras, se desgajaban diversos conceptos (ejecución material, gastos generales, beneficio industrial,…) puesto que algunos de ellos estaban sujetos al correspondiente impuesto y otros, no.

Atasco

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Ismael, el protagonista de la magnífica novela que leo actualmente, “Aitaren Etxea” (La casa del padre) de la escritora Karmele Jaio que, por cierto, le aconsejo fervientemente, es un escritor de éxito que se encuentra totalmente atascado en su nueva novela, sin la inspiración necesaria para salir adelante. Así me encuentro yo, desde hace bastante tiempo. Me refiero a lo del atasco y no, a lo de escritor de éxito. El confinamiento me ha poseído del todo y el dichoso monotema contamina todas mis neuronas y no soy capaz de escaparme de sus garras. Tanto es así que incluso una cuestión tan básica y elemental como es la cena semanal en la sociedad gastronómica ha dejado de ser algo elemental para pasar a ser, ahora que acabamos de abrir la sociedad, con todas las medidas de seguridad obviamente, un acontecimiento que merecería ir de etiqueta si no fuese porque uno tuvo que remangarse para cocinar los huevos fritos, plato estrella de mi básica carta gastronómica. Pues bien, en est

Soy guay

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Seguramente, le habrá ocurrido más de una vez al escuchar una fantástica noticia, que usted mismo piensa que esa noticia es, además de irreal por excesivamente buena, inalcanzable para uno mismo. ¡Eso es tan excepcional, que no puede ser para mí! he pensado reiteradas veces. Del mismo modo, alguna vez, cuando iba a la huerta familiar y me deslomaba quitando los tréboles, barrabasa en nuestra tierra, que ahogan las plantas en sus inicios, le decía a mi vecina Lola, “el día que Argiñano ponga de moda la ensalada de tréboles, entonces, no saldrá ni un solo trébol y tendremos que comprarla en la tienda, embolsada por la empresa de turno”.   Algo similar he cavilado esta semana al observar cómo la lana de nuestras ovejas, lamentablemente, ha pasado de ser un producto estimado por artesanos y empresas textiles a ser un mero subproducto, un residuo, que ha pasado de tener un valor a tener un coste para los propios pastores. No se crea que es un problema exclusivo nuestro, de los pas

Abismo

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Este pasado viernes, 15 de mayo, celebramos la festividad de San Isidro Labrador, patrón de los baserritarras. Este año no ha habido ni comidas populares ni misas al respecto y personalmente, le tengo que reconocer, ahora que no nos oye nadie, que con las estrictas normas de seguridad a consecuencia del Covid, se ha impedido trasladar unas imágenes, ciertamente caducas, de la realidad actual del agro. Creo que, en adelante, convendría darle unas vueltas al tema para actualizar y modernizarla en su concepción. En este momento, no obstante, es más necesario que nunca que los productores asuman como propio el carácter esencial de su actividad y/o función en la sociedad actual porque, de nada vale reclamar al conjunto de la sociedad un reconocimiento social, si ellos mismos, los baserritarras, no se lo creen y si en su fuero interno, asumen que su oficio es el último en importancia. Ya lo dice mi jefe, baserritarra profesional por los cuatro costados, ¿de qué vale hablar tanto de