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Los listos

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  Quizás sea al único que le ocurre, pero les tengo que reconocer que, estas costumbres importadas, que no se caracterizan precisamente por hacernos mejores personas, si no única y exclusivamente como impulso al consumismo desenfrenado, me dan, más que pereza, dolor de tripas. Dolor por que, aunque los grandes estudios de opinión destaquen, de forma reiterada, que la cuestión medioambiental y que la lucha contra el cambio climático es una de las prioridades de la ciudadanía, a la postre, me doy cuenta, o al menos así lo percibo yo, que esa sensibilidad o preocupación manifiesta dura lo que tarda en apagar la grabadora el encuestador. De otra forma, no hay modo de entender la locura del dichoso Black Friday que nos acosa por tierra, mar y aire con ofertones sobre las mayores chorradas que podamos imaginar y lo que es peor, los consumidores, al menos, muchos de nosotros, picamos en el anzuelo. Dolor, igualmente, el que me genera que centros comerciales como Garbera en Donostia sigan

El concepto es el concepto

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  Lo enrevesado de la situación actual en el mundo agroalimentario y el cariz surrealista de los acontecimientos, me ha hecho recordar una memorable actuación del actor gallego, Manuel Manquiña, que bordó su papel del sicario Pazos en la película Air Bag allá por los años 90 cuando se enredó con su mítica frase de “El concepto es el concepto” para estar un rato largo hablando, eso sí, sin decir nada. Pues bien, en estos últimos años, hay un concepto, mejor dicho, un mantra que vale para un roto y un descosido según el cual, la población mundial vivirá un crecimiento exponencial por el que aumentará en 2.000 millones de personas en los próximos 30 años, pasando de los 7.700 millones actuales a los 9.700 millones en el año 2050, e incluso, se prevé que en el año 2100 se pueda alcanzar los 11.000 millones de habitantes. ¡Ahí es nada! Obviamente, el crecimiento exponencial se dará en unas zonas y continentes como Asia, África o América Latina mientras las otras zonas o continentes, Eur

Entre pucheros

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  Esta semana tuve el inmenso privilegio de ser invitado a un encuentro del colectivo de cocineros MAHAIA (Mesa) con gentes de diverso pelaje con el objetivo de compartir sus puntos de vista sobre la gastronomía, el mundo de la cocina y del producto alimentario, como decía, con quienes conectamos desde diversas disciplinas como la antropología, la historia, el paisajismo, el periodismo, etc. y en mi caso, desde la in-disciplina de los productores de alimentos. La cita tuvo lugar en la Bodega HIKA de Billabona-Amasa, con el incombustible Roberto Ruiz como anfitrión, y nos deleitaron con una exquisita cena trabajada por 5 cocineros diferentes que, tengo que reconocer, alcanzó la categoría de momento mágico e histórico, si tenemos en cuenta el nivelazo de los allá congregados y una oportunidad irrepetible para gente mediocre como yo, que alcanzaron el éxtasis al escuchar al cocinero Aitor Arregi del Restaurante Elkano hablar con una pasión sobrecogedora sobre un pescado, de nombre L

Políticos de diferente clase

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  Cada vez es más frecuente que en las redes sociales encuentres frases redondas y perfectas que, cuando menos, te dan qué pensar. Pues bien, hace unos pocos días, en el muro de una política vasca, Muriel Larrea del PP, encontré la siguiente “En la vida hay dos clases de personas: las que se ahogan en problemas o las que nadan entre soluciones”, que me dio mucho que pensar. Seguramente a usted, al igual que a mí, le ocurrirá que, en una lectura rápida, en diagonal, algo habitual hoy en día, se vea mejor reflejado en la segunda parte de la frasecita, entre aquellos que nadan entre soluciones, pero tras cansar la cabeza, me di cuenta de que, una vez más, ni con unos ni con otros, ¿seré híbrido?, resulta que lo que yo soy, al menos en estos últimos tiempos, es que soy de aquellos que nadan entre problemas, pero, por ahora, sin ahogarme. No son tiempos para la lírica y menos aún para los que nos dedicamos al sector primario, sector cuyas gentes miran con sorna la escandalera que se m

Perder el Norte

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  Estos días, cercanos al día de todos los santos, me acuerdo, muy mucho, de mis padres, ambos fallecidos. Por suerte para ellos, la marcha hacia el más allá, les ha librado de ser juzgados en el alto Tribunal de La Haya por maltrato animal y ser pasto del escarnio de la numerosa gente que antepone, ante todo, el derecho de los animales. Me explico. Mi madre, cada vez que llegaba un nuevo perro a casa, para dejarle bien clarito que debía limitarse a andar por la calle o por la planta baja donde mi padre tenía una vieja carpintería y consiguientemente, que tenían totalmente prohibido subir a la planta “noble” donde vivíamos, les hacía rodar por las escaleras unas cuantas veces, hasta que el perro en cuestión, aprendía la lección. Mi padre, por su parte, en las inundaciones del año 1983 en las que el río Oria se desbordó y alcanzó 1,80 metros en la carpintería, subió el perro a un altillo que estaba a 2 metros escasos y se afanó, con la ayuda de este juntaletras, en salvar toda la

El comodín

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  Durante el mes de agosto, ganaderos de leche de todo el Estado, entre ellos los vascos, salieron a la calle a protestar ante los centros comerciales de las diferentes cadenas de distribución, quejosos por la situación asfixiante generada por la congelación de los precios percibidos por los ganaderos por su leche y, por otra parte, por la imparable subida de los costes de producción, especialmente sangrante, la alimentación animal. Los tractores rugieron ante las puertas de los centros al mismo tiempo que las organizaciones agrarias rugían a los oídos de los políticos y en esa acción combinada, se logró que algunos políticos reaccionasen y finalmente, que las cadenas de distribución moviesen ficha. La cadena líder, Mercadona, a la que todo el sector miraba para que diese el primer paso en la buena dirección, movió ficha, pequeñito, pero lo dio. Quizás, con su peculiar política de publicidad, oficialmente inexistente pero eficaz como nadie, nos ocurra como en la oca que te comes una

Envidia cochina

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  No entiendo nada, o casi nada. Lo tengo que reconocer, tanto discreta como públicamente. Para una persona de letras como yo, resulta harto imposible asimilar qué es lo que realmente está ocurriendo con la subida de la electricidad, además de otras materias primas de las que dependemos, como sociedad, para la buena marcha de la actividad económica y de nuestras vidas. Como decía, no entiendo nada, o mejor dicho, no alcanzo a comprender la cuestión en su integridad dada su complejidad y observo perplejo, cómo este tema, también, es motivo de disputa política entre aquellos que pretenden solucionar el tema con soluciones tan populares como simplonas, aquellos otros que niegan cualquier posibilidad de intervención pública plegándose, de hecho, a los caprichos de esos pocos que controlan el mercado o aquellos otros que intentan mantener un cierto equilibrio entre ambas posturas y son tildados de mingafrías por los liberales o de serviles por esos populistas, fans de Robin Hood. En fin