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Las cosas claras y el chocolate espeso

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Recientemente el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) ha sentenciado que las bebidas puramente vegetales, como la leche de soja o la mantequilla de tofu, no pueden comercializarse bajo denominaciones como “leche” o “mantequilla”, que están reservadas exclusivamente a los productos de origen animal. El máximo órgano de justicia de la Unión Europea resuelve así un litigio de origen alemán y según la decisión adoptada por la corte europea la normativa comercial europea “se opone a que la denominación «leche» y las denominaciones que este Reglamento reserva exclusivamente a los productos lácteos se utilicen para designar, en la comercialización o en la publicidad, un producto puramente vegetal, aun cuando esas denominaciones se completen con menciones explicativas o descriptivas que indiquen el origen vegetal del producto en cuestión” y por lo tanto, la denominación de “leche” como la de derivados y productos lácteos como la “nata”, el “chantilly”, la “mantequilla”, el

El brillo de la agricultura del PIB

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Leo que las autoridades europeas tras un ataque, por tierra, mar y aire, orquestado y protagonizado armónicamente por instituciones y agentes agrarios españoles están dispuestas a modificar su definición de pastos para posibilitar la inclusión de la dehesa y del monte mediterráneo. Cuentan, los que pasillean por el Parlamento Europeo y de la Comisión Europea, que la aprobación del dictamen sobre el llamado Reglamento Ómnibus sobre la Revisión del actual Marco Financiero Plurianual que afecta a numerosos reglamentos comunitarios, entre ellos los reglamentos relativos a la PAC, supone un paso importante para lograr mejoras en el actual marco regulatorio de la PAC, sin tener que esperar a una reforma de la PAC, que se anuncia para más adelante. Una de estas mejoras necesarias era la inclusión de la dehesa y el monte mediterráneo en la denominación de superficies de pasto permanente. Con esta decisión el ecosistema productivo ganadero del sur de la piel de toro dejará de

OCNIs en nuestra galaxia

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Habitualmente se utiliza la expresión “el mundo se acaba dos veces al año, el 31 de julio y el 31 de diciembre” refiriéndose a esas dos fatídicas vísperas de fechas clave donde todo pichichi quiere solventar los temas pendientes y se alivia, mentalmente al menos, al comprobar la mesa limpia de papeles tras haber trasladado, vía email o guaxap, nuestro problema a otro. ¡Ahí te va eso que yo me voy de vacatas! Pues bien, este año creo que la cosa se está complicando porque noto una cierta efervescencia incluso antes de comenzar oficialmente la temporada estival y es por ello que voy a aprovechar la ocasión para hacer una pequeña entresaca y trasladarles unas cuantas cuestiones y reflexiones que me han parecido lo suficientemente interesantes. Comienzo informándoles que Altzo, pequeño municipio de Tolosaldea, cuenta en adelante con un coqueto espacio, una preciosa borda apegada al caserío Iriarte, para albergar pequeños eventos donde el contacto con la huerta y el amor po

Insípidos

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Dice mi amigo Tomás que él no compra melones hasta mediados del mes de agosto puesto que, reiteradamente, ha comprado hermosos ejemplares cuya belleza externa es, lamentablemente, incapaz de justificar la insipidez de su interior. Algo similar me ocurrió a mí cuando en un mismo acto de compra adquirí diferentes frutas y cuál fue mi sorpresa cuando al ir a comerlas no fui capaz de diferenciar la pera del briñón puesto que ambas eran una insípida fruta servida “al dente”, por no decir, que casi me dejo parte de la dentadura en el intento. Los productores, y aquellos otros que pululamos por los alrededores, debemos ser conscientes del maltrato que muchas veces se somete al consumidor final ofreciéndoles una fruta y/u hortalizas todavía inmaduras (algo generalizado en aquellas piezas que viajan cientos o miles de kilómetros)  por acceder a nuevos y lejanos mercados, por las prisas de salir los primeros al mercado no tan lejano, pillar el mejor precio y porqué no, cumplir con la de

Los caracoles y la innovación

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La Ascensión del Señor es la fiesta patronal de mi pueblo, Legorreta, que, eso sí, de forma sui generis, celebra los 3 jueves que antiguamente se decía que lucían más que el sol: jueves santo (actualmente la gente lo celebra camino a su destino vacacional), jueves de la Ascensión y el jueves de Corpus Christi que, en mi pueblo, lo celebramos en sábado para poder despendolarnos a gusto y tener el domingo para reposar. Pues bien, recibido el programa festivo caigo en la cuenta, un año más, que el programa, salvo cuatro detalles, es idéntico al del año pasado y si me apuran, al de las últimas décadas. Reflexionando sobre la cuestión, caigo en la cuenta, que las fiestas patronales para que alcancen la categoría de tradición deben ser idénticas, mantenidas en el tiempo y repetidas año a año porque es esta característica, su repetición, la que las hace que la gente las asuma como propias, como parte de sus vidas y por ello, toda renovación que supere lo meramente anecdótico, está

Cabreado

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Vuelvo mosqueado de una reunión en la que los ponentes afirman que los vascos bebemos una media de 3 litros de sidra al año, particularmente me mosqueo porque la verdad sea dicha no me cuadran los números y menos aún, si tengo en cuenta que en la cena semanal de mi cuadrilla, nos bebemos una botellita por cabeza. Comento el dato entre mi sanedrín científico y acabamos en uno de nuestros debates post-postre, cómo no, en la conclusión científicamente inapelable que la sociedad actual, la que llamo del pichiglás, anda algo más que despistada y sin saber apreciar lo verdaderamente bueno que nos ofrece nuestra tierra. Por cierto, hablando de cosas sabrosas, el postre de esta semana era una tarta de tiramisú de la pastelería Aizpurua, elaborada por el venezolano vascoparlante Horacio, con la que alcanzamos a tocar con los dedos el mismísimo cielo. ¡ósea, ya saben!. Igualmente mosqueado, quizás debiera decir cabreado, anda la gente del campo con el tratamiento que recibe

El caldito de mi cuñado

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Mi hijo es, por lo general, bastante buen comedor pero tengo que reconocer que en asunto de croquetas es bastante tiquismiquis pues sólo come las croquetas de amama (abuela). Mira que lo hemos intentando de las más diversas maneras, pero no hay forma de meterle ni una sola croqueta que no sea elaborada por mi querida suegra y por ello, antes de echarse a la boca cualquier croqueta,  hace la pregunta de rigor, ¿serán de amama, no? No le ocurre lo mismo a mi cuñado el mayor que, éste también es buen comedor, como suele decirse coloquialmente, con mejor saque que el propio pelotari Titín y es que cuando acude a su refugio riojano es cliente habitual de un bar famoso por su caldito, agárrense los machitos, cuya fórmula mágica no le pertenece al cocinero sino a la multinacional que envasa el caldo en los briks que el establecimiento sirve, eso sí, con esmero y cariño. Algo similar a lo que ocurría en el anuncio de aquella famosa fabada donde la imagen de una entrañable abu