Insípidos


Dice mi amigo Tomás que él no compra melones hasta mediados del mes de agosto puesto que, reiteradamente, ha comprado hermosos ejemplares cuya belleza externa es, lamentablemente, incapaz de justificar la insipidez de su interior. Algo similar me ocurrió a mí cuando en un mismo acto de compra adquirí diferentes frutas y cuál fue mi sorpresa cuando al ir a comerlas no fui capaz de diferenciar la pera del briñón puesto que ambas eran una insípida fruta servida “al dente”, por no decir, que casi me dejo parte de la dentadura en el intento.

Los productores, y aquellos otros que pululamos por los alrededores, debemos ser conscientes del maltrato que muchas veces se somete al consumidor final ofreciéndoles una fruta y/u hortalizas todavía inmaduras (algo generalizado en aquellas piezas que viajan cientos o miles de kilómetros)  por acceder a nuevos y lejanos mercados, por las prisas de salir los primeros al mercado no tan lejano, pillar el mejor precio y porqué no, cumplir con la demanda de gama por parte de la tienda o supermercado con la que se trabaja.

Dicho lo dicho, no es menos cierto que, este tipo de malas experiencias en los consumidores lo único que logran es que el consumidor, poco a poco, sigilosamente, se vaya alejando de nuestro producto y por ello es necesario que reaccionemos y ofrezcamos los productos en su óptimo punto de maduración y sabor sin mirar tanto a parámetros estéticos que nos llevan a la dictadura de los guapos. Por ello reivindico ¡viva los feos con sabor!

No es fácil, lo sé, vivimos en una sociedad donde las prisas, la comodidad, lo efímero mandan y nos hemos acostumbrado a consumir hortalizas y frutas insípidas, pollos cuya carne de separa del hueso con el mero roce del cuchillo, productos precocinados hechos con sobras, subproductos y todo tipo de añadidos y por ello, es más necesario que nunca que comencemos a sembrar en las edades tempranas para luego poder cosechar en las edades donde cada uno de nosotros decide qué y cómo alimentarse.

En este sentido me llama poderosamente que en Euskadi no haya, al amparo del programa europeo existente, un programa escolar de consumo de frutas, hortalizas y leche donde, impulsado desde el sector productor-elaborador-catering (excelente ocasión para fomentar la cooperación entre cooperativas, empresas agroalimentarias y empresas de catering) en colaboración con la propia administración y el respaldo de las asociaciones de padres-madres, se fomente, en función de la época y del producto que exista en el propio sector, el consumo de nuestras hortalizas, frutas y nuestra leche, quesos, cuajada, yogures, flanes, etc. Soy consciente, antes de que me lo recuerden, de las limitaciones productivas de nuestro sector pero la imposibilidad de abordar el sistema educativo en su totalidad no debiera ser motivo para descartar iniciativas parciales y acotadas en el espacio parejas a la potencialidad del sector, ir abriendo mercado y demanda que asimismo, impulse la entrada de nuevos baserritarras. El fomento del consumo de los productos propios, cercanos, en su temporada más idónea fomentará el reconocimiento del sector primario, de nuestros productos y muy especialmente, el reconocimiento del alto valor de los productos auténticos y excepcionales que producen nuestros baserritarras.

Pero hablando de reconocimiento les tengo que hacer partícipes de dos reconocimientos que me han sobrevolado esta última semana. En primer lugar, a cuento del follón que existe en Navarra con una fallida planta de biogás, sin entrar en arenas de las que seguramente saldría escaldado, tengo que reconocer la habilidad de numerosas ingenierías, consultoras, etc. que han sido capaces de vender motos averiadas a aquellos políticos que juegan con el abundante dinero ajeno, en tanto en cuanto que es de todos, y camelarles para que inviertan en proyectos, más o menos faraónicos, escudándose eso sí, en su validez para el sector primario mientras los profesionales del campo, escépticos, miran a ingenieros y políticos con la misma cara con que la vaca mira al tren. Una vez más, y van unas cuantas, el sector agrario es utilizado por agentes intermediarios (ingenierías, consultorías tecnológicas y energéticas, etc.) para pillar cacho, conocedores, en muchos casos, de la inviabilidad de dichos proyectos sin el sostén público.

Finalmente, mi reconocimiento y creo que este sentimiento es ampliamente compartido por numerosa gente del sector primario, al recientemente fallecido Juan Karlos Zuloaga, una persona buena donde las hubiera, con una sonrisa interminable, veterinario de formación y cuya  vida de servicio público le llevó a servir a su pueblo, Aia, en la alcaldía durante 12 largos años, posteriormente, trabajar en la gerencia de la cooperativa de ganaderos Urkaiko y posteriormente, llevar responsabilidades directivas tanto en Gobierno Vasco como Diputación, eso sí, siempre ligado a su querido sector primario y al mundo rural.

Tal y como decía al principio, los niños habituados al pollo corriente no saben apreciar el buen pollo de caserío, o al menos les cuesta apreciarlo, pues algo similar nos ha ocurrido a nosotros con el excepcional Juan Karlos cuya bondad y valía las valoraremos y reconoceremos, quizás demasiado tarde, cuando comencemos a sentir su ausencia.

Xabier Iraola Agirrezabala

  

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