La Cucaracha
Hace unos quince días, exactamente el 21 de septiembre, fue el Día Mundial del Alzheimer. Un día señalado en mi casa puesto que mi padre murió por ello tras 10 intensos años de enfermedad. Los primeros años, más allá del duro momento en que dejó de reconocernos a los de casa, fueron buenos y tengo que reconocer que en esos largos primeros años llegué a conocer la faceta alegre de un hombre, mi padre, cuya vida hasta casi los 80 años, estaba dedicada en pleno al trabajo. Menudas tardes nos pasábamos escuchando sus canturriadas.
Al final de su vida, la enfermedad mostró su peor cara y hasta las pequeñas cosas del día a día eran una auténtica tortura y así, ante su reducida movilidad, llegó un momento en el que tuve que recurrir a la música para animarle a que se levantase de la cama y poder acercarlo hasta la ducha (¡ducha-lucha, decía él!). Era entonar la canción de la Cucaracha y sus piernecillas se ponían en marcha en dirección hacia la ducha. Por el contrario, sin Cucaracha, no había forma de levantarlo.
Por otra parte, estas semanas, el sector agrario estatal anda preguntándose sobre la falta de logros de las movilizaciones y tractoradas del mes de Febrero y muestra signos de resignación ante la inacción de un Ministerio que no acaba de dar los pasos necesarios para impulsar, con todos sus resortes, el proyecto de reforma de Ley de la Cadena Alimentaria que el sector productor necesita como agua de mayo.
Reconozcamos que la tesitura actual y con la que está cayendo en muchos otros sectores económicos y con gran parte de la población asustada por la pandemia y con el bolsillo compungido, no es el momento para grandes alharacas pero no es menos cierto que el sector primario viene arrastrando muchas décadas, siendo generoso, una serie de problemas estructurales que le impiden constituirse en un sector económico rentable y lo que es más penoso, un sector atractivo para las nuevas generaciones.
Pues bien, uno de los principales objetivos de la política agraria común europea es equiparar la renta agraria a la renta media del conjunto de la población, cuestión harto difícil si tenemos en cuenta que según los datos oficiales del propio Ministerio, la renta agraria española (incluidas las ayudas y subvenciones) alcanza únicamente el 70% de la renta media española y que, lamentablemente, si prescindiésemos de las denostadas ayudas y subvenciones se vería reducida al 35% de la renta media. Como verá, solo con tener en cuenta este par de datos, es más que evidente que la falta de rentabilidad es uno de los problemas estructurales de nuestro sector primario pero no conviene olvidar que todo esto ocurre en el seno de una cadena alimentaria, aquella que va desde el campo hasta las estanterías de los comercios, que sí genera el valor suficiente.
La cuestión principal en este momento, además de ser capaces entre todos los eslabones de generar un mayor valor añadido para nuestra producción primaria, es cómo repartir de una forma más justa y equitativa el valor resultante entre todos los miembros de la cadena misma. Al igual que ocurre con la injusta, desigual e insostenible distribución de los alimentos donde millones de personas, en 2018 según la FAO había 820 millones, inmersas en la mayor de las hambrunas, eso sí, habitantes de determinados países, conviven con otra gran parte de la población mundial, eso sí, en otros países diferentes del grupo anterior, que vive en un mundo donde no falta qué llevar al plato, despilfarra el 30% de los alimentos y además, acusa los graves problemas de salud generados por una mala alimentación con la obesidad como exponente más grave.
Pues bien, como decía la actual cadena alimentaria genera el suficiente valor añadido como para, de ser redistribuido de una forma más equitativa, proporcionar rentabilidad para todos los eslabones que la conforman. Por ello, es más necesario que nunca que el Ministerio y el conjunto de los partidos políticos presentes en el Congreso, sean audaces y valientes adoptando una serie de medidas encaminadas a equilibrarla y hacerla más sostenible en el tiempo.
Dotar de transparencia a todas las transacciones que se dan entre eslabones, establecer criterios y referencias claras y objetivas en el momento de establecer los costes de producción y referencias objetivas adaptadas a cada sector y zonas geográficas, etc.; eliminar las prácticas desleales, dotar a las Ops, consejos reguladores y otras entidades de un mayor poder para fijar referencias, regular producciones, etc. En fin, multitud de cuestiones.
Soy consciente de la dificultad del empeño, que cada una de las explotaciones es un mundo y que cada una de ellas tiene su propio escandallo costes como ocurre en los siguientes eslabones (industria, logística, comercio, distribución, etc.) pero ello no puede ser óbice para que desistamos del empeño, sigamos amparando una cadena alimentaria que entre, rentabilidades ínfimas y desigualmente repartidas y, por qué no, rentabilidades inexistentes, consolida un sistema alimentario donde los productores viven en una agonía perpetua.
La competitividad del campo, sin pecar de ingenuidad, frente a lo que parecen abogar algunas voces de asociaciones, cooperativas y/o empresas del sector, no puede sustentarse en los precios ínfimos y en la venta a pérdidas porque siempre habrá alguien, más al sur, que produzca más barato que nosotros.
En conclusión, necesitamos de un mayor y más fuerte impulso a la reforma de la Ley de Cadena Alimentaria y un actitud comprometida del Ministerio, habituado a ser condescendiente con los eslabones más poderosos, la industria y la distribución, para con los agricultores y para ello el campo necesita que el ministro de Agricultura, Luis el Plano se ponga al frente, supere inercias, forzar voluntades rebeldes y liderar los cambios que demanda el campo.
Quizás, teniendo en cuenta la experiencia personal con mi padre, sería aconsejable que los dirigentes de las organizaciones agrarias vayan aprendiéndose la letra de La Cucaracha para así movilizar al inmóvil Luis.
Xabier Iraola Agirrezabala
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