Amiplín

 


Tengo un amigo que lleva un tiempo estresado por cuestiones laborales a consecuencia de la pandemia y en un alarde de gracejo, ha bautizado a su tranquilizante de cabecera, como la pastilla Amiplín que, sorprendentemente, le sitúa en un estado anímico de pseudo-pasotismo que le permite llevar una vida más placentera. Es algo parecido a cuando te preguntan, ¿qué tal vas? Y le respondes, muy amablemente, “quitando todo lo malo, bien”.


Pues bien, en estas estamos cuando comparto mesa con unos cuantos ganaderos de vacuno de leche que miran al futuro, por no decir presente, con algo más que temor. Agudizo el oído y con paciencia histórica para escuchar, acción que ejercitamos menos de lo necesario, sus vivencias , sus quejas y sus planteamientos, me cuentan que en los últimos años sus explotaciones proporcionan una rentabilidad justa, por no decir insuficiente, si tenemos en cuenta la gran inversión en maquinaria e instalaciones que necesitan para estar al día y no poder comba, si tenemos en cuenta las jornadas laborales infinitas que tienen que trabajar porque la caja no da para pagar a mano de obra extra-familiar, que sus sucesores naturales, hijas y/o hijos, quieren otra organización de las tareas que les permita conciliar su faceta familiar, social, …. Muchos de ellos, rondan los cincuenta y cinco años y ya debieran empezar a pensar en el relevo pero, estando la cosa tal y como está, deciden tomarse un amiplín y echarse en la cama.


Estos ganaderos, al igual que otros muchos, andan asfixiados con la estratosférica subida de la alimentación. El pienso, me decía uno de ellos, ha subido de 30 a 50 euros la tonelada y mientras tanto, el precio sigue congelado en la franja infrahumana en la que lleva unos cuantos años, y en otras latitudes, me consta que las industrias lácteas y sus primeros compradores están ofreciendo contratos de compra sin tener en cuenta esta inasumible subida en alimentación. Las empresas, todas ellas integradas en la patronal se llaman a andanas y en el mejor de los casos, llaman a Madrid y la atenta oficinista les responde que Calabozo, el director de la patronal, se ha tomado un amiplín y no está disponible.


Como decía, en estas semanas, miles de ganaderos están cerrando los contratos con sus respectivas empresas y aunque la ley de la Cadena Alimentaria recoge que dichos acuerdos, si se puede llamar acuerdo a lo que se alcanza entre dos partes tan desiguales y con un producto perecedero como la leche por medio, deben garantizar que el precio abonado cubre los costes efectivos de producción y para ello es imprescindible que las instituciones y sus organismos adjuntos publiquen y fijan cuáles son las referencias reales de costes de producción. Los ganaderos llaman al Ministerio y preguntan por D. Luis y éste les responde como siempre, con evasivas, con palabras amables pero sin compromiso concreto alguno, con aquello que quieren escuchar pero, los ganaderos, por su tono de voz, perciben algo raro. Quizás sea el efecto del amiplín que D. Luis se ha tomado un poco antes.


No sólo, aunque sí principalmente, están preocupados por la cuestión monetaria y por ello también se rebelan ante aquellas organizaciones y colectivos que les sitúan en la diana como los principales agentes contaminantes y culpables del pernicioso cambio climático. Entre las flatulencias y gases de las malvadas vacas cuyo metano contamina, al parecer, más que las industrias, empresas energéticas y el transporte todos juntos, los estiércoles y purines que, además de su molesto olor, contaminan las aguas subterráneas y otra serie de condicionantes ambientales que deben cumplir a rajatabla, la tenaza medioambiental les desasosiega muy mucho. Piensan en llamar a Doña Teresa, la ministra de Transición Ecológica, pero viendo cómo está actuando con el lobo, desisten conscientes que su pasotismo es real y no una consecuencia de haberse tomado el pertinente amiplín.


Por supuesto, la distribución tampoco escapa a las críticas de los ganaderos. Todos los estudios apuntan a una cruel guerra de precios en los supermercados y basta que uno, el líder, que ve perder algo de cuota de mercado y se pone nervioso, estruje a sus proveedores, resitúa los precios a la baja en el lineal y esto, en un pis-pas, provoca un efecto dominó que generaliza la bajada de precios en todos y cada uno de los supermercados. Los ganaderos, preocupados, transmiten a sus organizaciones y/o cooperativas la delicada situación en que viven y estos, a la vuelta, les responden que la distribución dice no ser la culpable de la situación puesto que ellos están abiertos a dotar de más aire a la cadena pero, eso sí, sin que ninguno de los supermercados pierda cuota de mercado. En definitiva, es como si te dijeran, que te asfixias y cierras, amiplín, siempre habrá alguien que me suministre leche barata.


Los consumidores, por su parte, afirman que quieren leche de calidad, proveniente de ganaderías familiares y de verdes praderas como las que ven en los anuncios. Desprecian las macrogranjas y todo aquello que suene a ganadería industrial. Eso sí, cuando ejercen el acto de compra, ejercen también un acto de incoherencia al establecer el precio bajo como único factor de compra. Les recriminas su actitud y su incoherencia, les adviertes que con su actitud no hacen más que fortalecer el modelo de las macrogranjas que tanto detestan y te responden, tan tranquilamente, con un amiplín con el que te dejan bien a las claras, ¡que te den!.


A los ganaderos les echo en cara que ellos también tienen que reaccionar, tienen que ser más eficientes, organizar sus labores de otra forma, tienen que fortalecer el asociacionismo y el cooperativismo, crear una cooperativa de segundo grado que aúne las principales cooperativas sin por ello perder su arraigo al territorio, etc. Están exhaustos y me miran con cara de circunstancias. ¿se habrán tomado también el amiplin?


Nada lo dejo. Estos días ando entretenido con el jaleo que han montado en Murcia, Madrid, etc. y me preocupa el lamentable espectáculo de la (mala) política. Miro a lo más cercano, valoro la estabilidad en Euskadi y concluyo: ¡amiplin!.



Xabier Iraola Agirrezabala





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