El tractor de Aitor

 



Nuevamente, el tractor de Aitor Esteban se ha colado en el debate parlamentario con motivo de la investidura del, ahora sí, presidente Pedro Sánchez. El tractor de Aitor se coló anteriormente en una respuesta del portavoz nacionalista vasco a Mariano Rajoy y ahora, ha sido el también presidente del PP, Alberto Núñez Feijoo, el destinatario de la frase que tanto juego ha dado, que dice aquello de "Alberto, tu tractor tiene gripado el motor por usar aceite de Vox".

Como imaginarán, en el contexto político actual, con un presidente obligado por la coyuntura electoral a pactar, a siniestra y diestra, con buenos, malos y peores, y con una oposición de trazo grueso y echada a la calle, al monte diría yo, la cosa pinta bastos y, por lo tanto, es comprensible que el candidato a presidente no recurra a una política de bisturí, cuando los que están en frente, están apuntándole con el cañón.

Por ello, aunque como imaginarán, este juntaletras no se ha tragado el debate en su totalidad, sí que he escuchado, como aquel que tenía puesto el hilo musical en casa, algunos episodios que, junto con lo leído en la prensa, me permiten acercarme a la cuestión que quiero tratar.

Según recogen mis amigos de la UPA, Unión de Pequeños Agricultores, organización agraria claramente identificada con el socialismo, el candidato Pedro Sánchez planteó la necesidad de impulsar una Ley de Agricultura Familiar con la que proteger e impulsar ese modelo de agricultura donde la presencia de la familia sea predominante.

Soy consciente, por otra parte, de la dificultad de acotar el debate y definir qué es lo que se entiende por agricultura familiar y más aún, poner negro sobre blanco, la norma y las reglas que debieran cumplimentar las explotaciones agropecuarias para ser clasificadas como agricultura familiar.

La realidad de la agricultura, de las explotaciones agrarias y de sus estructuras productivas, y sociales, son bastante diferentes en función de la zona de la que hablamos, y al igual que en Euskadi, como en el conjunto de la Cornisa Cantábrica, la explotación agraria familiar es algo natural, intrínseca y claramente mayoritaria, no es menos cierto que en otras muchas zonas, tanto de la Península Ibérica como más allá de los Pirineos, la cosa no está tan clara.

No obstante, puestos a divagar al respecto, entiendo que la explotación agraria familiar debiera basarse en la familia y que los miembros de dicha familia sean los predominantes tanto en labores productivas como de transformación, comercialización y dirección o gerencia. Por ello, ni debieran encuadrarse en dicha clasificación empresas tan familiares como el Banco Santander o Mercadona, por poner dos ejemplos, donde la familia lleva el timón, pero donde todo el colectivo laboral es externo a la familia ni, tampoco, debiéramos ser tan restrictivos y tiquismiquis, que limitemos el modelo familiar a un modelo tan idílico como irreal en la actualidad del campo.

Tomar como base el entorno familiar, consiguientemente, nos lleva a que adoptemos como base la estructura y el territorio vinculados al enclave familiar por lo que, en la inmensa mayoría de los casos, la dimensión de dichas explotaciones está bastante alejada de latifundios, macroexplotaciones y/o de modelos claramente empresariales, sin olvidar que los agricultores autónomos también son empresarios, donde la gerencia pueda estar en unas manos y el trabajo sea desempeñado, totalmente, por empleados ajenos a la propiedad.

En las explotaciones familiares actuales, al menos las que yo conozco, son los propios agricultores-ganaderos-forestales quienes, además de ser los propietarios de las tierras, maquinaria, instalaciones y cabaña ganadera, son los que llevan la mayor parte de la carga de trabajo, aunque, no es menos cierto que, el resto de la familia y su entorno, echan una mano, imprescindible por otra parte, para sacar adelante la explotación.

Los hijos cuando salen de clase, los hermanos y primos algunos fines de semana, los abuelos cuando su horario y salud se lo permiten, todos arriman el hombro en la explotación familiar que, además de una actividad económica, es un proyecto familiar que une a todos sus miembros y le da un sentido a ese negociado que viene desde antaño y que todos, con sus más y sus menos, quieren proyectar cara a un futuro.

Todos y cada uno de ellos son sabedores que, si todas las tareas y trabajos que hacen en el seno de la explotación familiar debieran ser externalizados a terceros y/o empresas de servicios, la explotación sería totalmente inviable y, por lo tanto, el proyecto familiar se iría al carajo.

Ahora sólo falta que nuestras autoridades, todas ellas, al menos en teoría, defensoras de la agricultura familiar, sean conscientes de esta realidad, que regulen y normativicen menos y que empaticen más con esos profesionales que, aún metiendo unos 60-70 horas semanales, requieren del apoyo familiar, no para forrarse, si no para subsistir.

Es, sin querer dar ideas a los mandamases de la inspección de Trabajo, como si alguien tuviese la feliz idea de multar a los miles de abuelos y abuelas que, para que sus hijos-as lleguen a fin de mes, cuidan de sus nietos y nietas, sustituyendo así, a otros miles de personas que podrían trabajar en esas labores, si en todas las familias decidiéramos externalizar esas tareas que son intrínsecas al proyecto familiar.

A lo dicho, cuando se pongan a normativizar, empatía, cordura, sentido común y que la nueva Ley no nazca con el motor gripado.

 

Xabier Iraola Agirrezabala

 

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