El monte es de todos
Estamos en fechas plenamente
navideñas donde la tradición de comer cordero lechal es algo muy presente en muchas
de nuestras casas. En la mía, sí al menos. Por eso mismo, no puedo dejar de acordarme
de ese gallego que pretendía, desconozco si lo ha logrado, comerse en la cena
de Nochebuena el cordero que estaba criando dado que su propia hija se le ha
rebelado y emprendido una campaña en la página CHANGE, contra su intención de
zamparse el cordero, y para ello ha lanzado una recogida de firmas bajo el lema
“Salvemos a Almodóvar”. El nombre del cordero también tiene su aquel.
El mundo está cambiando a marchas
forzadas y no precisamente a mejor. Ni todo cambio es malo ni todo cambio, por
el mero hecho de cambiar lo anterior, tiene por que ser positivo, per se, y en
este sentido, considero que algo así ocurre con la relación que tiene la gente
que vive en las áreas urbanas, no precisamente de grandes urbes, para con el
medio rural, con la gente que habita en ellas y más concretamente, con la gente
que vive de la tierra.
El monte es de todos. Así de
contundente es la respuesta que reciben los baserritarras que viven y trabajan
en el monte cada vez que cruzan, algo más que palabras, con paseantes,
ciclistas, moteros, seteros, cazadores, corredores, etc. que acceden a sus
terrenos.
Esta frasecita de 5 palabras es tan
contundente como enraizada está en la mentalidad de una parte importante de la
sociedad, vasca. La frase está esculpida con cincel en nuestras mentes y la
tenemos tan asumida que, precisamente, no nos damos ni cuenta de ello.
La pandemia del COVID,
teóricamente, y así lo proclamábamos a los cuatro vientos, nos iba a hacer
mejores personas, pero, al menos en lo que se refiere, a lo que hoy pretendo
tratar, la cosa no ha hecho más que empeorar, aún más, lo que ya conocíamos de
antemano.
Los miles de personas que se
expanden en el mundo rural y más concretamente, en el monte, piensan, o cuando
menos, actúan en consecuencia, que el monte y las campas de los alrededores de
las poblaciones son su zona verde donde pueden hacer todo aquello que en la
zona urbana donde viven no pueden hacer y se les prohíbe o limita, por mandato
de la autoridad. Así, demasiado frecuentemente, observamos que los miles de personas
que suben al monte acompañados de sus perros, los sueltan, para que se explayen,
ya que, en su opinión, bastante sufren sus queridas mascotas todo el día atados
por la correa y encerrados en casa.
Basta que el propietario de una
campa les advierta que los perros deben ir atados por aquello tan básico de que
ahuyentan el ganado para escuchar aquello de que no sea tan desalmado de obligarle
a llevar atado el perro, ¿dónde? y en plena naturaleza.
Peor aún si al baserritarra en
cuestión, viendo que un paseante accede a sus terrenos, abriendo una cerca y
dejándola abierta, se le ocurre recriminarle que, cuando menos, se digne a
cerrar la cerca, no vaya a ser que se escape el ganado y tenga un percance por
daños o ataque del ganado a gente que anda por el monte.
Los hay, incluso, quienes piensan
que la fruta de los árboles que se encuentra por el camino son bienes universales
colocados allá por la altísima divinidad para disfrute y goce de los paseantes,
a la postre, y en la práctica, verdaderos propietarios del monte. O quienes se
mosquean, dicho finamente, por que los propietarios de una finca tengan la inoportuna
idea de hacer negocio con las setas que crecen en su propiedad o con los
puestos de caza que pueden colocarse en su finca.
Al parecer, los baserritarras y
propietarios de las fincas rurales, propietarios de escrituras, responsables de
abonar los pertinentes impuestos, responsables de trabajar sus fincas, gobernar
el ganado y mantener su arbolado, así como responsables de cualquier
consecuencia a terceros que puedan acarrear su ganado o sus árboles, como
decía, no parecen ser sus propietarios en el momento de beneficiarse de lo
bueno de sus propiedades.
Los usos no agrarios del monte se
están ampliando y diversificando y así, hoy en día, tenemos más montañeros,
corredores, ciclistas, moteros, seteros, cazadores, estudiosos, etc. que baserritarras
y lo que es peor, parece que, hoy en día, todo Dios tiene derecho a organizar y
planificar cualquier actividad lúdico-deportiva y de ocio, sin siquiera consultar,
y mucho menos, sin el permiso de los propietarios de los terrenos donde se pretenden
llevar a cabo dichas actividades.
Los baserritarras son conscientes
de la sociedad, tan urbana y urbanita, en la que viven y que la base de la
convivencia es el respeto mutuo, pero, todos y cada uno de nosotros debemos ser
conscientes que el respeto debe comenzar por parte de aquellos que entran en la
casa del otro.
Frente a la frase de cinco
palabras, “el monte es de todos”, yo les propongo como alternativa, una respuesta
de sólo dos palabras, “respeto mutuo”.
Veremos cómo acaba el año, si con
dos o con cinco. Más allá de la rima.
Xabier Iraola Agirrezabala
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