La mosca detrás de la oreja
Ciriaco era nuestro vecino, de la
casa Lopezenea, aunque él, de ser, era de Gordexola. Era un gran hombre, tanto por
carácter como por físico y aunque llevaba unas décadas viviendo en Legorreta,
nunca perdía ocasión para recordarnos que él, de ser, era de Gordexola. Siendo
más exactos, él llamaba a su pueblo, Gordejuela.
Estaba tan orgulloso de su pueblo
que recuerdo la primera vez que mi hoy esposa llegó a Legorreta y cuando
Ciriaco supo que ella era bilbaína, en un alarde de chulería que dejaría
diminuto incluso al gran Azkuna, le dijo, “eso (por Bilbao), está al lado de mi
pueblo”.
Pues bien, a mediados de este mes
tuve, con motivo de la gala de entrega de los premios Gonzalo Nárdiz, la
oportunidad de visitar la villa de Gordexola, una villa encartada con un rico
patrimonio de casas y palacetes indianos puesto que dicho acto se celebró en un
convento magníficamente recuperado como hotel, el Komentu Maitea, regentado por
el exportero del Athletic, Juanan Zaldua.
En esta edición de los premios Nárdiz,
creados en honor al primer consejero de Agricultura del Gobierno Vasco, se
galardonaron a Eugenio Elduayen, en el apartado de Pesca, a Roberto Ruiz de
Infante en el apartado de Agricultura y a la cooperativa de huevos camperos
EUSKABER en el apartado de alimentación. Todas las personas que subieron al
estrado a recoger los galardones, tanto Eugenio como líder de las cofradías de
pescadores, Roberto como gran impulsor de la cooperativa de patatas UDAPA y Esteban
y Karmele, por la cooperativa de huevos camperos EUSKABER, son unos
inmejorables ejemplos de lo que hay que hacer en este primer sector si se
quiere obtener un cierto éxito. Unión de los productores, diferenciación de la
producción y abordar el conjunto de eslabones que conforman la cadena
alimentaria para así, más allá de la mera producción, obtener el margen de
beneficio que corresponde a todos y cada uno de los eslabones.
Este acto, tan sencillo como cálido
y bonito, cerró, agrariamente hablando, el año 2024, un año que finalizamos estos
días y que, de resumirlo, en una única palabra, lo definiríamos como, convulso.
Un año 2024 que comenzó con movilizaciones
en los Países Bajos de los granjeros alarmados por la ley que empujaba al
cierre de cientos de explotaciones y el traslado a otras regiones de otras
tantas por la contaminación por nitratos de las aguas subterráneas.
Tras ellos, fue el momento de los
productores alemanes que salieron en tromba a las carreteras protestando por la
intención del gobierno de incrementar el coste del gasóleo agrario, proyecto
que fue retirado ante las masivas movilizaciones.
Y finalmente, por abreviar el
resumen de movilizaciones, llegó el momento de los franceses que, una vez más,
nos demostraron que son unos expertos en las movilizaciones, montando unas
grescas tan grandiosas como vistosas donde el bloqueo de carreteras, del
inmenso MercaParís que surte a medio país y numerosos puntos con fardos de paja
ardiendo a modo de antorchas olímpicas. Las movilizaciones fueron
impresionantes pero los logros obtenidos, opinión personal mía, cuestionables y
difícilmente tasables al ser demasiado genéricos.
Las movilizaciones, como era de
esperar, llegaron hasta aquí, más abajo de los Pirineos y las numerosas e
importantes tractoradas, unas veces bien organizadas y otras cuantas un tanto anárquicas,
impactaron al conjunto de la sociedad que no alcanzaba a comprender qué es lo
que les ocurría a esos agricultores que bloqueaban calles, ciudades y carreteras
con sus enormes tractores, como si comprarse un tractor fuese un mero capricho
y no, lo que es, una imprescindible herramienta de trabajo.
Las movilizaciones, como decía, con
el buen trabajo de los medios de comunicación, igualmente sorprendidos por la persistencia
de las movilizaciones, impactaron al conjunto de la sociedad que acabaron por
comprender que las gentes que trabajan de sol a sol para darles de comer, para
producir alimentos y para gestionar el territorio rural que, teóricamente al
menos, tanto dicen amar, se están muriendo, poco a poco y en silencio, ocultos
en muchos casos, tras las brillantes y espectaculares cifras de la industria agroalimentaria
y de las exportaciones alimentarias.
Las diferentes administraciones,
las autonómicas y gobierno central, achuchadas por las tractoradas adoptaron
una serie de decisiones de flexibilizaciones, decálogos y acuerdos con
organizaciones, aún siendo conscientes que, en la práctica, resulta imposible
de reducir la maraña burocrática que se ha ido tejiendo las últimas décadas, unas
veces por cuestiones higiénico-sanitarias, otras por control de ayudas, otras por
trazabilidad del producto final, etc. y así, entre todos, todas y todes, tenemos
montada una maraña administrativa tal que, ahora, por muy buena que sea la
intención, no hay forma de desmontarla.
Eso sí, con motivo de las
movilizaciones, los productores también escucharon preciosas palabras de cariño
por parte de la población y sus oídos fueron halagados con aquello de que son
esenciales, pero, la gente del campo tiene memoria y recordando lo rápido que
se evaporó la esencialidad de la época del COVID, a pesar del halago de sus oídos,
previendo lo que ocurrirá, se han quedado con la mosca detrás de la oreja.
Esperemos que, en 2025, la gente
que nos alimenta, la sigamos considerando esenciales y, mucho más importante,
actuemos en consecuencia.
Xabier Iraola Agirrezabala
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