Soledad familiar



Mikel y Antonio son primos, “etxekonekoak” (vecinos dentro de un mismo caserío) y a su vez, socios de la misma explotación ganadera, una explotación de vacuno de leche. Ambos semi-jóvenes, junto a sus esposas, hace unos años decidieron tomar el relevo de sus progenitores y afrontar el futuro unidos superando así la inercia de una tendencia individualista mayoritaria en nuestro sector productor.

Ambos son ejemplo para otros muchos que defienden, en teoría al menos, la necesidad de unirse y colaborar para así poder ganar dimensión, diversificar o simplemente, para organizarse y ganar calidad de vida; no obstante, no dejan de ser un magnífico espejo donde sólo unos pocos se miran.

Pues bien, esta cuestión y otras similares fueron las abordadas en una conferencia que di hace unos meses sobre el futuro del sector agrario vasco y fue tras plantear la cuestión de la mano de obra en nuestras explotaciones y la soledad de nuestros baserritarras, cuando a la salida de dicha exposición, se me acercó amablemente uno de los oyentes y me sugirió la necesidad de abordar esta última cuestión en uno de mis artículos.

Cuando hablo de la soledad que viven nuestros baserritarras, los baserritarras profesionales especialmente, no me refiero a que vivan solos puesto cómo bien dice mi amigo Mikel (uno de los primos) en esta tierra hay muy pocos caseríos vacíos mientras son numerosos los caseríos que están abarrotados de gente, eso sí, que no trabajan la tierra.
La soledad a la que yo me refería se trata del resultado de un proceso de individualización de la actividad agraria que se viene dando y agudizando en las últimas décadas donde uno/a de los miembros de la familia es el titular y el único trabajador de la misma mientras el resto de los miembros de la familia que trabajan fuera del caserío van, de forma creciente e imparable, desentendiéndose de las tareas del caserío.

No quisiera generalizar puesto que hay ejemplos para todo y porque todavía hay muchos caseríos donde toda la familia, en mayor o menor medida, se implica en las numerosas tareas del día a día pero sí que constato una cierta tendencia a....


 la individualización, fruto del desapego del resto de los miembros, que conlleva inexorablemente a una contratación de mano de obra externa, en muchos casos algún joven del propio barrio pero otras cuantas veces, ante el desinterés y pasotismo de los autóctonos, mano de obra extranjera.

Cuando acabamos de finalizar el Año Internacional de la Agricultura Familiar y siendo conscientes que casi el 100% de las explotaciones vascas pueden ser consideradas como explotaciones familiares, en mi opinión, no debemos cerrar los ojos a los cambios y obviar las nuevas tendencias que venimos observando en nuestro entorno y por ello, tal y como expuse en dicha conferencia, debemos plantear con rigurosidad, apertura de mente y realismo la cuestión de la necesidad de mano de obra y el fomento de la agricultura societaria.

Siguiendo con este argumento, me surgen dudas como las siguientes, ¿cómo atajar esa individualización?, ¿es compatible el fomento de la naturaleza societaria de nuestras explotaciones con su carácter de agricultura familiar? ¿cómo fomentar explotaciones asociativas asentadas en caseríos diseminados? y finalmente, ¿es sostenible en el tiempo, pensando en las generaciones futuras de esas familias, una explotación individual donde la calidad de vida se vea supeditada a la ansiada rentabilidad?

Muchas preguntas  y pocas respuestas son las que me vienen a la cabeza por lo que, estimado lector confiando en que usted no haya iniciado su particular proceso de desapego hacia mí, apelo a reflexiones, aportaciones y/o críticas para así superar la soledad que me alberga cada vez que me pongo a reflexionar sobre estas cuestiones que son postergadas “per secula seculorum” y abandonadas en el baúl de los olvidos.


Xabier Iraola Agirrezabala

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