Ernesto me quiere llevar al huerto



Mi vecina Alejandra, gallega de pura cepa, trabajó la huerta hasta bien cumplidos los 80 años y con una disciplina digna de todo elogio, se tiraba casi toda la mañana, desde bien temprano, para sacar adelante su huerta de aproximadamente unos 1.000 metros cuadrados. La labor diaria de esta vecina que, además, sacó adelante los trabajos domésticos de una familia de 3 hijos, se repetía día sí y día también, lloviese o calentase de lo lindo y fruto de ello, además del rendimiento económico, tenía una huerta que era (aún sigue siéndolo con su hija Lola) la envidia de los vecinos puesto que estaba mucho más limpia y bonita que, incluso, alguna casa.

Por ello, no me extrañó en su momento, cuando el Gobierno Vasco tramitaba una normativa sobre el Paisaje, que en el documento oficial se recogiese una mención expresa sobre el perjuicio al paisaje de las huertas “clandestinas” que se ubicaban en las orillas de carreteras, autopistas, vías de tren o riberas fluviales y sobre el efecto negativo que estas huertitas, aderezadas del chabolismo más cutre, tenían en la percepción que sobre nuestro paisaje se llevaban los visitantes y turistas.

La erradicación de este fenómeno a través de su reconducción hacia tierras públicas, con parcelas para huertas bien ordenadas, en sitios adecuados para la práctica hortícola, desprendidas de cualquier chabola o cierre cutre, etc. es, creo al menos, uno de los objetivos que muchos de los ayuntamientos tienen al desarrollar los parques de huertas urbanas, en principio huertas de ocio y digo en principio, porque no tengo constancia de que los ayuntamientos controlen el destino de esas huertas que, si bien soy consciente de que dan para lo que dan, no es menos cierto que entran en plena producción cuando la familia está de vacaciones y coincidiendo también con la época de pleno rendimiento de las huertas profesionales de baserritarras que están sujetos a todo tipo normativas higiénico-sanitarias, fiscales y demás normativa legal.

Ahora bien, no es intención mía, reproducir una vez más mi opinión sobre los dichosos huertos de ocio, sino más bien referirme a ejemplos positivos de actuación municipal en este ámbito y más concretamente, centrarme en la iniciativa del consistorio donostiarra que han venido a llamar Urban Garden.

Comienzo, mencionando....



 el buen antecedente que el ayuntamiento de Tolosa aplicó en las huertas de Santa Lucía donde el consistorio, quizás queriendo compensar la negativa con la que el sector primario acogió sus huertos de ocio) , logró aunar la recuperación de unas tierras con la creación de riqueza económica al sacar a concesión unas parcelas para aquellos jóvenes en paro que, previamente, se habían formado en la escuela agraria de Fraisoro. Osea, triple objetivo conseguido: recuperación de tierras, formar a jóvenes desempleados e instalar nuevos horticultores a los que se les facilita su comercialización en el mercado municipal.

Este ejemplo tolosarra deber ser, a mi entender, el camino que debieran acoger el conjunto de consistorios y por ello, personalmente, me alegró muy mucho leer la información sobre el plan del ayuntamiento de Donostia, más concretamente desde su sociedad pública de Fomento dependiente del departamento de Impulso Económico liderado por el correoso Ernesto Gasco, al lanzar la propuesta de Urban Garden.

Según pude leer en prensa la idea municipal es conformar una gran huerta municipal de 50 hectáreas (500.000 metros cuadrados para el común de los mortales) donde podrían desarrollarse explotaciones por parte de baserritarras en activo o bien nuevos agricultores que quieran hacer de la tierra su modo de vida y profesión. Creo que es un acierto el enfoque de la idea y que puede posibilitar un fortalecimiento del agro donostiarra tanto, tanto en los modos de producción convencionales como ecológicos, por la vía de los actuales baserritarras como por la inserción de jóvenes que tendrán su principal mercado a tiro de piedra.

Habrá que trabajar el tema teniendo en cuenta diferentes cuestiones como puede ser el sistema de incorporación de los jóvenes, la seguridad jurídica de las explotaciones que se desarrollen (sobretodo en el caso de aquellas que se instalen en tierras con calificación residencial) para evitar la precariedad de su proyecto, el impulso de nuevos mercados en los diferentes barrios, la introducción de producto local en comedores colectivos y hostelería comprometida, el impulso de proyectos ganaderos para que haya diversificación de oferta y la afección que una excesiva especialización hortícola pudiera ocasionar en los actuales baserritarras, etc.

Aún así, en mi opinión, no cabe más que animar al consistorio a impulsar la idea y materializar esta iniciativa de futuro para que el mañana de esta hermosa ciudad sea más sostenible e integradora con sus gentes, barrios y proyectos rurales porque, quiero creer que Donostia es algo más que la barandilla de la Concha.

Estoy seguro que si Ernesto coge este proyecto con la mitad de entusiasmo con que acogió el proyecto del metro, en pocos años, tendremos el Urban Baratza en plena cosecha.

Xabier Iraola Agirrezabala

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