¿De qué se ríe Juncker?



El último informe PISA, a semejanza de la torre del mismo nombre, ha dejado bien torcida la imagen del sistema educativo vasco que no acaba de digerir los paupérrimos resultados obtenidos en este particular examen a la comunidad educativa que, como es lógico, es ensalzado por los que logran buenas notas y es puesto en solfa por los suspendidos. Nada nuevo bajo el sol, todos sabemos que cuando uno aprueba lo hace por méritos propios pero, cuando suspende, eso sí, no es por demérito propio si no porque el profe “me tiene manía”.
La cosa es que el conjunto de la sociedad vasca ha despertado del letargo y ha caído en la cuenta que no es oro todo lo que reluce, que ni somos tan buenos como nosotros mismos nos creemos y que, sin dormirnos en los laureles, debemos espabilar porque el resto del mundo no está, ni mucho menos, dormido.
Algo similar ocurre, salvando las distancias, con la gestión de los fondos europeos y más concretamente con el anticipo de las ayudas europeas agrarias que, año tras año, con una excusa u otra, demuestra que la maquinaria administrativa vasca es la más lenta del Estado y así, este año, una vez más, los productores vascos serán, junto con los madrileños, los únicos en no disfrutar de este anticipo que, si bien es minusvalorado por los gestores, es muy valorado por los baserritarras que necesitan de liquidez para hacer frente a los pagos.
Frente a la lentitud de la maquinaria vasca tengo que reconocer la insistencia de la maquinaria burocrática europea, con la Comisión Europea al frente, en renovar, reformar, reorientar y revolucionar, por enésima vez, la política agraria común europea que ya ha arrancado el motor de la siguiente Reforma post-2020 y así, esta misma semana, en el marco de la Conferencia anual sobre las perspectivas del sector agrario europeo hasta el año 2026, celebrada los días 6 y 7 de diciembre en Bruselas, las máximas autoridades de la Comisión han dado el pistoletazo de salida.
En ella, la máxima autoridad, el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, exprimer ministro luxemburgués que puso alfombra roja a las grandes trasnacionales para que se fuesen a cotizar a su diminuto país, anticipó que la Comisión ya trabaja sobre una nueva PAC pero que no será “revolucionaria” y al mismo tiempo, mostró su apoyo incondicional a la PAC –declarándose un “un fiel seguidor” de ella-, confirmó que no habrá una revisión intermedia pero esos sí, la apertura de consultas para establecer unas conclusiones a finales de 2017.

Juncker definió a la PAC como una política “fundamental e indispensable” que representaba en la UE a más de 22 millones de agricultores y 44 millones de trabajadores, incluso llegó a decir que “la agricultura genera más puestos de trabajo que la industria de la automoción y aeronáutica juntas” y si bien estas afirmaciones grandilocuentes son acogidas con agrado por parte de la bancada agraria, no es menos cierto que es éste mismo presidente quien hace bien poco afirmó, en relación a los fuertes desequilibrios que se dan en la cadena alimentaria,  que “no podría aceptar que un litro de leche fuera más barato que uno de agua”, aunque al mismo tiempo cercena todas aquellas políticas comunitarias que intenten erradicar la posición de dominio, y por lo tanto de abuso, que las grandes corporaciones industriales y distribuidoras, ostentan frente a los productores a los que, unos y otros, intentan mantener maniatados bien a la pata de la vaca o al volante del tractor.
Dice Juncker en esa misma tribuna que la PAC debería ser simplificada –aligerar la carga administrativa de los agricultores-, modernizada para acercar las posibilidades de la tecnología para producir “más con menos” y que debería también responder a los objetivos de desarrollo sostenible y a la volatilidad de los precios.
Ahora bien, los productores europeos saben que cuando Juncker, Hogan y su panda hablan de simplificar la PAC están hablando de podarla y reducirla a la mínima expresión frente a la necesidad de los productores de eliminar burocracia superflua, que cuando ésta gente habla de acercar la tecnología del “más con menos” lo que realmente están pretendiendo es abrir aún más las puertas a las grandes empresas tecnológicas, biotecnológicas y de insumos que disfrutan de un lucrativo oligopolio a costa de la limitada rentabilidad de los productores, que cuando hablan de responder a los objetivos de desarrollo sostenible están hablando de aumentar la incomprensible burocracia verde que asfixia a los productores mientras alimenta a una ingente cantidad de técnicos, inspectores y controladores y que cuando el insigne luxemburgués habla de hacer frente a la volatilidad de los precios, se está refiriendo a ampliar los acuerdos comerciales internacionales donde la agricultura es sacrificada en beneficio de otros sectores productivos como la industria, servicios, tecnología, etc.
Dice el refrán que uno cosa es predicar y otra bien distinta es dar trigo y por ello, señor Juncker y compañía, deben saber que los 22 millones de agricultores esperan de ustedes que sean coherentes con las bellas palabras de sus discursos y que cuando se sienten a negociar y legislar piensen en la situación de estos millones de agricultores y no tanto, en esos miembros de poderosos consejos de administración de empresas exportadoras, tecnológicas, industria alimentaria sin alma y distribuidoras cuyo único objetivo es el máximo dividendo aún a costa de esos millones de productores.
Ahora bien, como no soy ingenuo, imagino que para usted, será mucho más atractivo escuchar las promesas de estos poderosos que quizás le prometan un hueco en sus consejo de administración, al igual que su predecesor Barroso, que hacerles casos a esos millones de agricultores que, solo, le podrán agasajar con una cesta de productos.


Xabier Iraola Agirrezabala

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