Producto local en instituciones públicas
Como se acordarán, hace unos meses, nos desayunamos la prensa con el escándalo, breve pero
intenso, de la aparición de trazas de ADN de caballo en diferentes elaborados cárnicos como la
lasaña, albóndigas, etc. y si bien ya nos hemos olvidado de semejante escándalo, no conviene
dejar en el baúl del olvido, que en el fondo de todo aquello estaban las martingalas que utilizaban
determinadas empresas cárnicas que, usando y reusando la subcontrata, en sus procesos de trabajo
se llegaba a la situación en la que nadie era capaz de controlar la calidad de la última empresa
subcontratada.
La cadena de subcontrataciones era tan larga y tan dispersa que detrás de una lasaña comercializada
por una famosa multinacional se encontraba un producto que había pasado por 5 empresas, cada una
de ellas de un padre y madre diferentes, de países diferentes y en consecuencia, con legislaciones
higiénico-sanitarias diferentes y con un seguimiento de su calidad, imposible de efectuar.
Pues bien, tras el escándalo caballar, la Unión Europea adoptó una serie de decisiones y una de ellas
era suscitar el debate sobre la introducción de un etiquetado obligatorio del origen de las carrnes en
los productos transformado y recientemente, más concretamente, el 17 de diciembre, la comisión
europea publicó su evaluación de los costes que supondría la aplicación de esta medida.
El Informe de la Comisión contempla tres posibles alternativas para el etiquetado de origen para la
carne utilizada como ingrediente en función de tres posibles escenarios como son el mantenimiento
del status quo, mantener el etiquetado de origen de forma voluntaria; la introducción del etiquetado
obligatorio indicando si es o no de la UE o por último, introducir el etiquetado obligatorio que
indique el Estado miembro de la UE específico o el tercer país específico.
Los principales resultados del informe revelan que el interés del consumidor en el etiquetado de
origen para la carne utilizada como ingrediente parece ser considerablemente elevado, incluso
alcanzando el 90% de los consumidores. Por otra parte se recoge que el interés del consumidor
por el origen está por detrás de su interés por el precio y por la calidad en el ranking de factores
importantes que influyen en la elección del consumidor y finalmente, no menos importante, que
el gran interés de los consumidores en el etiquetado de origen no se refleja en la disposición del
consumidor a pagar el coste adicional que éste puede suponer, incluso se llega a decir que si el
precio aumentara en un 10%, el interés del consumidor en el etiquetado de origen podría reducirse
al 60-80%.
Osea, el mismo consumidor que defiende la necesidad del etiquetado obligatorio del origen de la
carne, por otra parte, se olvida de dicho criterio cuando su aplicación le supone meter la mano en la
cartera y en esos casos, ya no le parecen tan importantes los beneficios intrínsecos que presuponía
al etiquetado en cuanto que ello, el etiquetado, le valía para filtrar sus compras de carne y productos
cárnicos elaborados en función de la confianza que le suscitase el país de origen.
En sentido contrario, o al menos, para combatir este comportamiento bipolar del consumidor
y teniendo en cuenta que el epicentro de la bomba caballar fue la industria cárnica francesa, el
Gobierno francés ha elaborado un proyecto de ley de consumo que recoge la obligatoriedad de
indicar el país de origen de las carnes para los platos preparados y consecuentemente, ha sido el país
más crítico ante los resultados del Informe de la comisión, defendiendo, cómo no, la obligatoriedad.
Igualmente, el pasado 13 de Noviembre, tres ministerios galos del ejecutivo Hollande han
impulsado un plan supraministerial que integra un conjunto de iniciativas para fomentar el uso
de los productos de proximidad en la restauración colectiva (hospitales, guarderías, residencias
geriátricas, etc.) fijando en un 40% como meta para el horizonte del año 2017.
Esta iniciativa gala pone los dientes largos al conjunto del sector primario vasco puesto que en
este campo Euskadi no ha hecho apenas nada y por lo tanto, tranquilamente podemos afirmar que,
tenemos todo por hacer y que el futuro está por ganar.
La Diputación gipuzkoana cuenta con un mandato unánime de las Juntas Generales para presentar
en el plazo de 6 meses, creo que no andará lejos ya su cumplimiento, un plan para impulsar el uso
del producto agrario local en las áreas e instituciones de su competencia (residencias, albergues,
etc.). Veremos en que acaba.
De otras instituciones poco puedo hablar por desconocimiento. El Gobierno Vasco tiene mucho
campo de actuación y las otras dos diputaciones también por lo que no me queda más que
despedirme confiando en una pronta y eficaz reorientación de su modo de actuación, empezando
desde los ayuntamientos y diputaciones hasta el propio Gobierno y el Parlamento Vasco.
Finalizo, llevando la sardina a mi ascua, ahora que entramos en plena temporada del txotx,
reivindicando el uso más producto agrario local (carne, queso, nueces, etc.) en las sidrerías porque
en muchos casos, la supuesta txapela vasca que se le supone a toda sidrería, no alcanza a tapar el
mapa tan amplio y extenso que necesitaríamos para señalar el origen de sus txuletas, de su queso o
nueces.
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