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El Club de los Cascarrabias

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    Dice mi amigo Bixente, forestalista con F mayúscula, que es una pena que, a mi juventud, sea un auténtico cascarrabias que, constantemente, se queja, por no extenderme demasiado, de los ecologistas, de las happyfurgos, de los consumidores incoherentes, de los daños por fauna salvaje, de la carne artificial, de los humanizadores de perros, de los sacamantecas de la distribución, y/o del pasotismo de algunos políticos. Puestos a hacer un examen de conciencia, creo que Bixente tiene razón y por ello, junto con el mismo Bixente, además de un par de mi cuadrilla, voy a empezar los trámites burocráticos para crear el Club de los Cascarrabias. Lo primero que tengo que hacer es poner una normativa breve pero clara, donde sólo tengan cabida, aquellos que nos caigan bien a los cuatro fundadores del club y para ello, dado el amplio espectro de gente susceptible de asociarse, estimo que, en el primer punto de sus estatutos fundacionales, deberá quedar meridianamente claro que en este club

Figurantes con cara de tonto

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  El pasado fin de semana un rebaño de algo más de mil ovejas cruzaron por las más céntricas calles y plazas de Madrid con motivo de la Fiesta de la Trashumancia. Al parecer, según la web de turismo de Madrid, es una fiesta que se viene haciendo desde el año 1994 y el objetivo principal de la misma es reivindicar el papel de la trashumancia y la ganadería extensiva como herramienta de conservación de la biodiversidad y lucha contra el cambio climático . Si ustedes recurren a la hemeroteca o las redes sociales observarán unas sorprendentes fotos de esas mil ovejas que circulan por la antigua Cañada Real mirando atónitas a los miles de personas que las asfixiaban con el afán de verlas, tocarlas y retratarlas para, no faltaba más, subir las fotos al instagram o tik tok de marras. La escena resulta , cuando menos, esperpéntica. Mil ovejas como figurantes de un acto teatralizado y miles de personas que, tras darse su garbeo campero en plena villa del madroño, se lanzan a los bares a t

Sal de frutas

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Asistí recientemente a una sugerente mesa redonda sobre alimentación al sentirme interpelado por el llamativo título de ¨¿Somos lo que comemos o comemos como somos?” y en el transcurso de la misma escuché verdades como puños con las que, en gran medida, estaba de acuerdo. La apuesta, personal y colectiva, por una alimentación saludable y sostenible parece ser algo innegable si bien todos somos conscientes de las muchas y constantes incoherencias que cada uno de nosotros protagonizamos y que al final, la simple apelación a dichos adjetivos, saludable y sostenible, puede acabar siendo un mantra comercial en boca de cualquier despiadado. Los alimentos de calidad y de proximidad, a poder ser de temporada, la importancia de dedicar tiempo suficiente y de calidad al acto de la compra y a cocinar, a poder ser implicando a los más jóvenes en ambas tareas, el mimo hacia los productores, pequeño comercio frente a formatos inmensos y lejanos, la opción por una hostelería comprometida co

Pesimismo

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Les tengo que reconocer que no llevo una buena temporada. Los datos y los comentarios que me llegan de aquí y de allá no son nada halagüeños y consecuentemente, por mucho que uno se empeñe en ser un optimista empedernido, la moral se resiente. La semana pasada di cuenta de los inquietantes datos sobre la brecha salarial o de rentabilidad que el campo tiene para con el conjunto de la economía (un 30% menos si contamos las ayudas europeas y un 65% en ausencia de las mismas) y si bien, cuando se manejan datos estadísticos, uno debe ser precavido y consciente que las estadísticas reflejan medias que dejan en la sombra numerosas realidades particulares, me ha llamado la atención sobremanera que los datos hayan causado una gran sorpresa en mucha gente y particularmente, entre personas con responsabilidades sectoriales tanto privadas como públicas. Uno que ya lleva bastantes años vinculado a la cuestión, sin necesidad de grandes datos estadísticos pero con datos económicos particular