Sal de frutas
Asistí
recientemente a una sugerente mesa redonda sobre alimentación al
sentirme interpelado por el llamativo título de ¨¿Somos lo que
comemos o comemos como somos?” y en el transcurso de la misma
escuché verdades como puños con las que, en gran medida, estaba de
acuerdo. La apuesta, personal y colectiva, por una alimentación
saludable y sostenible parece ser algo innegable si bien todos somos
conscientes de las muchas y constantes incoherencias que cada uno de
nosotros protagonizamos y que al final, la simple apelación a dichos
adjetivos, saludable y sostenible, puede acabar siendo un mantra
comercial en boca de cualquier despiadado.
Los
alimentos de calidad y de proximidad, a poder ser de temporada, la
importancia de dedicar tiempo suficiente y de calidad al acto de la
compra y a cocinar, a poder ser implicando a los más jóvenes en
ambas tareas, el mimo hacia los productores, pequeño comercio frente
a formatos inmensos y lejanos, la opción por una hostelería
comprometida con la alimentación saludable, local y sostenible, etc.
son algunas de las cuestiones que se trataron en este evento donde me
llamó poderosamente la atención la fuerza de la añoranza como
motor de compra para muchos consumidores que, paradójicamente,
piensan que todo tiempo pasado fue mejor.
Ya
perdonarán los oradores de la Mesa Redonda mis habituales momentos
de desconexión en los que refugio en mi nube particular (no en la de
Google) pero fue en uno de estos mágicos momenticos cuando me estaba
plácidamente acunado entre algodones y me vinieron a la mente dos
noticias que me tienen, ciertamente, mosqueado, la rehabilitación
del Mercado de la Bretxa y la apertura de un macro-outlet en
Hondarribia.
Por
una parte, resuena en mi interior la noticia de la apertura, forzada
a toda maquina, de parte del Mercado de la Bretxa ocupada por la
todopoderosa firma yanqui McDonald's
que ha estampado su inquietante logo en los ventanales que han
abierto tras la remodelación del edificio. La mayor visibilidad
concedida a la firma norteamericana junto con el establecimiento de
Burger King en la otra acera refuerzan, lamentablemente, el penoso
arco de entrada de la principal calle de Donostia, el Bulevar, ciudad
que aspira a proyectarse como capital gastronómica.
El
mercado de la Bretxa es un ejemplo más de la rehabilitación de
edificios públicos a costa de una concesión de explotación a largo
plazo que como contrapartida tiene sus hipotecas tal es la perdida
del control público sobre elementos sustanciales de la ciudad. Un
icónico ejemplo de ello es el mencionado, la Bretxa, uno de los
mercados emblemáticos, que bien podría haber sido un ejemplo de la
apuesta de la ciudad por una alimentación sana, local y sostenible
con puestos modernos de baserritarras, locales gourmets, pescaderías,
carnicerías,charcuterías y demás de categoría, puntos de
degustación y cata, etc., pero que acabó, en tiempos del largo
reinado de Odón Elorza, siendo un edificio, rehabilitado eso sí,
pero utilizado como plataforma de lanzamiento y/o consolidación de
negocios que chirrían o antagónicos a lo que se pretendía, al
menos, en políticas de alimentación.
La
proyección de Donostia como capital gastronómica requiere de un
cúmulo de proyectos y lineas de trabajo que han de enfocarse con una
visión global y así, junto a restaurantes estrellados, adhesión
protocolaria al Pacto de Milán por una ciudad saludable y la
universidad de la gastronomía (Basque Culinary Center), conviene
tener una visión de conjunto y, al mismo tiempo, no perder de vista
niveles más terrestres, más a pie de calle, que son los que
palpamos tanto los oriundos como la mayoría de nuestros visitantes,
potenciando los mercados locales, facilitando e impulsando la
participación de baserritarras más allá de planteamientos
testimoniales y folklóricos, reorientando la restauración en manos
de cuatro grupos por su baja calidad y la pésima imagen que se da
ante los visitantes, impulsar a aquellos emprendedores hosteleros
comprometidos con la alimentación local y saludable, dificultar, en
la medida de lo posible, la instalación de cadenas y locales de
alimentación antagónica a lo que se pretende impulsar, etc.
Por
ello, en línea con lo dicho sobre el Mercado de la Bretxa, no creo
que sea muy plausible la actuación gubernamental posibilitando la
ampliación del centro comercial de Garbera donde la apertura de
numerosas plazas de parking cubierto y de locales de ocio y
restauración consolidan y refuerzan un modelo comercial del que
todos los responsables políticos, paradójicamente, dicen renegar.
Cuando miles de consumidores contrarios al cambio climático acudan
con sus coches a comprar, cenar, tiendear, etc. y consiguientemente
se apaguen las luces del interior de las ciudades por cierre de
comercios y bares, entonces, vendrán las lamentaciones y los
habituales parcheos queriendo combatir la gangrena con una simple
aspirina.
No
sé si aspirina pero lo que sí voy a tener que tomarme es un poco de
sal de frutas para hacer frente al dolor de estomago que me ha
producido la lectura en prensa de la segunda noticia, la apertura de
un macroutlet en Hondarribia, un macrocentro comercial de 28.000
metros cuadrados, 1.800 plazas de parking (¡viva el cambio
climático!) , aproximadamente 115 tiendas y cómo no, contará con
una amplia oferta gastronómica, por supuesto, saludable, local y
sostenible. Sé que alguno apelará a los 2.000 empleos que se
anuncian pero siento decirles que a mí esos cantos de sirena me
pillan un poco mayor y por lo tanto, ¡tu-tu-rú!.
Muy
sesudo no me ha quedado el artículo. Eso sí, sentido, un rato.
Xabier
Iraola Agirrezabala
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