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Mostrando entradas de enero, 2019

La epidemia

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Soy de la generación en que todavía había jóvenes, los menos, que eran enviados a colegios religiosos a modo de internado. Soy de esos, sí, y echando la vista para atrás, ni reniego ni me arrepiento de nada porque tanto en Puente la Reina (Navarra) como en Alba de Tormes (Salamanca) pasé unos buenos seis años de mi juventud, de los 11 a los 17 añitos, donde además de buenos amigos, adquirí unos hábitos de estudio y disciplina que me han venido de perlas. Ahora en Euskadi, parte de la educación concertada, principalmente la Escuela Cristiana (Kristau Eskola) que tiene como patrones a diferentes ordenes religiosas, se encuentra inmersa en un importante conflicto laboral que ha derivado en una huelga de varios días con todas las consecuencias que ello tiene tanto en la organización familiar como en la educación de los propios alumnos. A diferencia del colegio donde yo estuve donde el profesorado, salvo excepciones, eran los propios frailes, en estos colegios concertados, por el

Villarejo

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Gorra madrileña, barba recortada, gafas de pasta, portafolios de cuero negro contra su pecho y con unos andares ciertamente bastos es la imagen que todos tenemos en la retina sobre un señor que tiene a medio país, acojonado, agarrados de sus partes nobles, al conocer todo sobre su vida particular y profesional. Me refiero, cómo no, al inspector Villarejo al que hasta hace muy poco casi nadie conocía y ahora, por el contrario, es alguien cotidiano en nuestras vidas además de el demonio en persona que tiene de los nervios a todo pichichi de la villa y corte, particularmente, a todos aquellos elementos que conforman lo que popularmente conocemos como la élite. No me dirán que más allá de las nauseas que nos produce saber, o mejor dicho comprobar, que el sistema,en su sentido más amplio, estaba bastante putrefacto, como decía, no me reconocerán que los mortales de a pie estamos disfrutando y queremos seguir disfrutando conociendo las intrigas palaciegas, los sobornos a chóferes

Dolores post-navideños

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Las fiestas navideñas, al menos en nuestra casa, comienzan allá por el día de la Inmaculada Concepción, 8 de diciembre para aquellos que no lo sepan, cuando mi señora esposa le dice a su madre, ósea mi suegra, esa frase que retumba por toda la casa al afirmar “ama, este año no nos vamos a complicar y vamos a poner menús sencillos y ligeros”. Como se imaginarán, la frase resulta tan contundente como hueca y al cabo de unas horas, cae en el olvido y una vez más, como viene ocurriendo desde hace bastantes años, la familia se sienta alrededor de una mesa con alimentos como “si no hubiese un mañana”. Resulta triste, pero tengo más que asumido que este intercambio de pareceres entre hija y madre es un ritual más de los muchos que conforman el hábitat navideño de nuestras familias.  Con el cuerpo maltrecho, con un bloque de cemento incrustado entre pecho y espalda, retomamos la rutina laboral que comienza con una agradable charla con un remolachero alavés que vaticina, si alguien no lo

La Pedroche

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Cuando yo era un crío mis padres en la Nochevieja, tras cenar con nosotros en casa, salían al añorado Bar Iñaxi comandado por el mítico JoxeMari Ezeiza a comer las uvas y tomarse sus copitas de cava mientras nosotros, los tres hermanos, nos quedábamos en casa viendo en la tele un programa que nosotros creíamos era en directo pero que, al parecer, estaba enlatado meses antes. Ahora, a pesar de lo que ha avanzado la tecnología, la tele sigue ofreciendo una gala musical enlatada tras una dura y competida campanada donde, lamentablemente, siguen destacando los vestidos (por llamarlo de alguna forma) de la Pedroche que, enseñando muslamen, tiene su patético pero glorioso momentico en el audímetro. Parece mentira que en pleno siglo XXI, una cadena tan correcta y respetable como Antena 3, siga recurriendo a semejantes recursos y nadie se escandalice. ¿Qué ocurriría si en vez de Antena 3 fuese la Trece de los obispos? ¿No les recuerda a las célebres mamachichos de Berlusconi? En fin,