Dolores post-navideños
Las fiestas navideñas, al menos en nuestra casa, comienzan allá por el día de la Inmaculada Concepción, 8 de diciembre para aquellos que no lo sepan, cuando mi señora esposa le dice a su madre, ósea mi suegra, esa frase que retumba por toda la casa al afirmar “ama, este año no nos vamos a complicar y vamos a poner menús sencillos y ligeros”. Como se imaginarán, la frase resulta tan contundente como hueca y al cabo de unas horas, cae en el olvido y una vez más, como viene ocurriendo desde hace bastantes años, la familia se sienta alrededor de una mesa con alimentos como “si no hubiese un mañana”. Resulta triste, pero tengo más que asumido que este intercambio de pareceres entre hija y madre es un ritual más de los muchos que conforman el hábitat navideño de nuestras familias. Con el cuerpo maltrecho, con un bloque de cemento incrustado entre pecho y espalda, retomamos la rutina laboral que comienza con una agradable charla con un remolachero alavés que vaticina, si alguien no...