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Mostrando las entradas etiquetadas como perros

Tiempo de perros

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  Mi amigo Pipo es un bulldog francés. Serio. De pocas palabras y menos movimientos. Una mirada penetrante, con sus ojos cuasi transparentes que es incapaz de gesticular ni trasladarme sentimiento alguno. Uno, si le mira, no sabe si está contento, triste o si está pasando olímpicamente de ti. Está poniéndose orondo y como siga así, en verano, le ponemos una manta al lomo y como los bueyes de arrastre, me lo llevo a los campeonatos y apuestas tan frecuentes en verano. Aun así, sigue siendo mi amigo. Pues bien, como decía, Pipo es un bello ejemplar de la raza bulldog francesa, por cierto, una raza que está muy de moda y es por ello que no me sorprendió ver, hace un par de semanas, en el escaparate de una conocida marca de plumíferos, un figurín de esa raza con un plumífero que, agárrense los machos, lo pueden adquirir por el módico precio de noventa euros. Lo que yo considero una broma o pitorreo, no es más que un ejemplo más de lo que venimos observando en una sociedad como la act

Perros

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  Ataques por perros descontrolados, algo frecuente. Así lo resumiría yo, al menos en nuestro entorno que cuenta con una población canina in crescendo y una numerosa población humana con una fuerte afición montañera, por lo que, si unimos ambas cuestiones, nos encontramos, de forma reiterada, con una tropa de aficionados al paseo montañero que acude acompañado de su can al que, frecuentemente, lleva suelto y descontrolado. Ya saben aquello tan socorrido de “el monte es de todos” y como consecuencia de ello, nadie se hace responsable de los daños ocasionados por estos perros sueltos y menos aún, si los daños son cuestiones menores, como la muerte de unas cuantas ovejas. Abandono, por un momento al menos, el tono jocoso para ponerme realmente serio y denunciar la situación que viven algunos ganaderos, pastores en su mayoría, que ven como sus ovejas son atemorizadas, ahuyentadas, atacadas y empujadas a tirarse a un río o por el acantilado. Ahora bien, el remate ha sido la paliza recib

Hablar con propiedad

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  Poco a poco, queridos sufridores, con la lectura de mis filípicas semanales me van conociendo. Van conociendo la gente y fauna que me rodea, dicho con todo el cariño, pero también van conociendo mis querencias y mis fobias. Dentro de las fobias, y miren que yo no soy, exactamente, lo que se dice una persona de caserío, como decía, entre mis fobias están las chorradas, cada vez más frecuentes, de esta sociedad de pichiglas en la que vivimos. Sabedores de ello, algunos lectores y seguidores me hacen llegar, principalmente vía redes sociales, noticias curiosas, sorprendentes y llamativas para que, emulando al noble morlaco, entre al trapo como elefante en la cacharrería. Pues bien, una de las últimas que me ha llegado es la aparición de un yogur, Yow up, para perros y gatos, un producto sin lactosa que, según su propia web, complementa la dieta de las mascotas aportándoles un calcio de excelente biodisponibilidad, propio de la leche que afirman, es vital para el cuidado del cabell

Perder el Norte

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  Estos días, cercanos al día de todos los santos, me acuerdo, muy mucho, de mis padres, ambos fallecidos. Por suerte para ellos, la marcha hacia el más allá, les ha librado de ser juzgados en el alto Tribunal de La Haya por maltrato animal y ser pasto del escarnio de la numerosa gente que antepone, ante todo, el derecho de los animales. Me explico. Mi madre, cada vez que llegaba un nuevo perro a casa, para dejarle bien clarito que debía limitarse a andar por la calle o por la planta baja donde mi padre tenía una vieja carpintería y consiguientemente, que tenían totalmente prohibido subir a la planta “noble” donde vivíamos, les hacía rodar por las escaleras unas cuantas veces, hasta que el perro en cuestión, aprendía la lección. Mi padre, por su parte, en las inundaciones del año 1983 en las que el río Oria se desbordó y alcanzó 1,80 metros en la carpintería, subió el perro a un altillo que estaba a 2 metros escasos y se afanó, con la ayuda de este juntaletras, en salvar toda la

Asintomáticos

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  Mi anterior artículo, allá por mediados del mes de Julio, coincidió con la celebración de las elecciones vascas (y gallegas). Los resultados, por todos conocidos, muestran bien a las claras los síntomas de la apuesta de la sociedad vasca por la estabilidad y seguridad en un momento especialmente delicado en todas las facetas de nuestras vidas que se tambalean por obra de un puñetero virus. La estabilidad y seguridad eran las características del candidato Urkullu y, en consecuencia, los resultados, fueron los que fueron. Las negociaciones de estas últimas semanas, asimismo, nos muestran síntomas de continuidad en el panorama político con un Gobierno de coalición, ahora sí con mayoría absoluta, y una oposición capitaneada por Ehbildu que aprovechará, intuyo, la más mínima para saltar a degüello. Como decía, síntomas de continuidad. El verano, por otra parte, ha discurrido, con permiso de su excelencia la Covid-19, en su tónica y así, el sol que agradecían los viticultores y horticu

Bicarbonato a tutiplén

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  Cada uno de nosotros tiene sus ideas, querencias y fobias particulares y por ello me extraña que mis seguidores críticos, que los tengo, se empeñen en subrayar en los comentario que envían mi particular fobia hacia los grupos ecologistas y/o conservacionistas cuando lo que realmente pretendo es, insistentemente además, es ensalzar y poner en valor el papel de los verdaderos ecologistas y/o conservacionistas que no son otros que los baserritarras. Con todo el respeto que se merecen todas las personas que trabajan en pro de un fin positivo, creo que los baserritarras, agricultores, ganaderos y forestalistas, hacen bastante más, con el sólo hecho de trabajar la tierra y la cabaña ganadera como lo vienen haciendo desde hace un porrón de años, bastante más decía que estos nuevos advenedizos que ponen el foco sobre los bichos y dejan fuera de su mirada lo más importante, el ser humano, en este caso, que vive y trabaja la tierra. Tal es la desfocalización de esta gente y tal el abu

Perrotimbre

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Acabadas las vacaciones de verano son aproximadamente 15 días que me incorporé a “mis labores” y aunque la vuelta está resultando complicada, no es menos cierto que no está el horno como para alegar chorradas como lo del síndrome post-vacacional y que es momento de, además de agradecer que tenemos trabajo, arremangarse y enfangarse hasta las partes nobles. No obstante, diferentes situaciones vividas y escuchadas en este verano, provocan que no pueda quitarme de la cabeza un pensamiento que me ronda sobre la relación de los humanos con el mundo animal, tanto con los animales domésticos como con los animales salvajes. Me explico, a mi mujer le dan pánico los perros, basta con verlos a medio kilómetro para ponerse rígida, paralizada y empezar a retorcerme el brazo para que le defienda y esta situación llega a ser tan evidente que, incluso los propietarios de los propios perros se percatan de ello y nos lanzan un “tranquilos, no hace nada” que, en vez de calmarla, no hace m