Villarejo
Gorra
madrileña, barba recortada, gafas de pasta, portafolios de cuero
negro contra su pecho y con unos andares ciertamente bastos es la
imagen que todos tenemos en la retina sobre un señor que tiene a
medio país, acojonado, agarrados de sus partes nobles, al conocer
todo sobre
su
vida particular y profesional. Me refiero, cómo no, al inspector
Villarejo al que hasta hace muy poco casi nadie conocía y ahora, por
el contrario, es alguien
cotidiano en nuestras vidas además de el
demonio en persona que tiene de los nervios a todo pichichi de la
villa y corte, particularmente, a todos aquellos elementos que
conforman lo que popularmente conocemos como la
élite.
No
me dirán que más allá de las nauseas que nos produce saber, o
mejor dicho comprobar, que el sistema,en su sentido más amplio,
estaba bastante putrefacto, como decía, no me reconocerán que los
mortales de a pie estamos disfrutando y queremos seguir disfrutando
conociendo las intrigas palaciegas, los sobornos a chóferes y
porteros y confiamos que, más pronto que tarde, salgan a relucir
secretos de alcoba que tanto nos entretienen, sobretodo, si
son ajenos.
Conociendo
la capacidad del inspector Villarejo y
su amplitud de miras, no alcanzo a entender que nos quejemos de la
escasa productividad del funcionariado dado que este elemento hacía
todas sus tropelías en horario de trabajo pero lo que no llego a
entender es cómo nuestras autoridades judiciales no recurrieron en
su momento a
este personaje para investigar el acuerdo bajo mesa que algunas
empresas lácteas del estado habían alcanzado para pagar el menor
precio al ganadero y así, mantenerlo asfixiado y bien amarradito a
la pata de la vaca. ¡Sin
moverse,coño!.
Durante
un tiempo, bastantes empresas lácteas se reunían en la penumbra,
allá donde no alcanzaban ni las grabadoras del propio Villarejo y
tuvo que ser la documentación aportada por un más que oportuno
ángel de la guarda, la que abrió las
puertas de
un tortuoso camino judicial que derivó allá por el 2015 en una
propuesta de resolución que proponía una multa superior a los 88
millones de euros para
unas cuantas empresas pero,
casualmente, los demandados se dieron cuenta que, al parecer, existía
algún defecto de forma al que alegar con el que se echó para atrás
todo el proceso. Quizás,
jugando a malpensados, debiéramos elucubrar que el juzgado no pero
los demandados sí, recurrieron a los servicios del ínclito
inspector y de ahí, el éxito de su artimaña.
Ahora
bien, consolándonos que a los “malos” todo no les podía salir
bien, resulta que ahora es la propia CNMC (Comisión Nacional de los
Mercados y la Competencia), esa
Competencia a la yo tanto quiero, quien
ha reabierto el caso y comunicado a las empresas afectadas que el
caso sigue adelante y que se abre el pertinente plazo de alegaciones
para que digan y/o aporten lo que estimen oportuno o, como dicen en
las pelis americanas, por el contrario, callen para siempre. Uno, que
de Villarejo no tiene más que
los
torpes andares, pero
sabedor que los consumidores quieren cerciorarse de que su marca de
leche no está en el ajo, ha
podido saber que las empresas más importantes son, por cuantía de
la multa, Danone (23,2 millones de euros), Capsa (21,8 millones),
Lactalis Iberia (11,6 millones), Nestlé España (10,6 millones);
Puleva Food (con 10,2 millones) y Calidad Pascual (8,5 millones).
¡Casi nada!
Aconsejo,
no obstante, a los ganaderos que contraten al de la gorra o a fauna
parecida para investigar quiénes son los cabezapensantes
que
han decidido bombardear a los consumidores con proclamas y
apelaciones buenistas al bienestar animal mientras ocultan, dicho
finamente, la falta de bienestar humano para esos ganaderos a los
que, las empresas antes mencionadas, quieren amarrados a la vaca; que
investiguen
quiénes pretenden incidir en la ingenuidad de nuestros
consumidores abordándoles con cuestiones como la recogida diaria de
la leche mientras les ocultan que una
leche de calidad conservada en los tanques de frío, que la totalidad
de los ganaderos tienen en sus cuadras, no tiene sentido alguno y
menos aún, si luego pretendemos defender la sostenibilidad
de
la cadena y para
ello necesitamos ocultar, o cuando menos maquillar, los perjuicios
medioambientales de tanto viaje
de los camiones-cisterna
utilizados
para la recogida.
Igualmente,
aunque no sea políticamente correcto, creo que el aplanado ministro
del ramo debiera contratarle al productivo inspector para averiguar
cómo en Francia son posible cosas que aquí no son posibles y metido
en estos barros, me refiero tanto a acuerdos entre productores
permitidos por la Competencia gala mientras la de aquí los impide y
también, por qué no, me refiero a esos esperanzadores acuerdos que
diferentes cadenas de distribución galas
están
alcanzando con empresas lácteas proveedoras para
subir el
precio de venta al público (PVP) a
condición que dicha mejora se traslade, directa-pública
y publicitadamente, a los ganaderos.
Respecto
a esto, recientemente la organización agraria UPA ha denunciado el
diferencial de precio de los ganaderos españoles tanto con respecto
a la media europea (4,45 euros/tn) como a los franceses (5,42
euros/tn) y anunciado que si la industria no mejora los precios al
ganadero, más pronto que tarde, se van a encontrar sin ganaderos y
en ese momento, ya sea demasiado tarde para reaccionar.
Soy
consciente que la problemática es muy compleja y que la culpa no es
imputable a un único eslabón de la cadena. Ahora bien, tampoco hay
que recurrir a Villarejo para caer en la cuenta que el sector lácteo
requiere, si o sí, de más
oxigeno
para que la vida continúe en las explotaciones ganaderas.
Xabier
Iraola Agirrezabala
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