Cambiar de gafas
Cuando decidí emprender este tortuoso y enriquecedor camino de escribir, con cierta frecuencia, artículos sobre cuestiones agrarias, me fije la meta de hacer artículos lo suficientemente simples como para llegar a personas ajenas al sector agropecuario y así se fuesen empapando de la realidad del sector primario, pero al mismo tiempo, escribir artículos que también sirvan para exteriorizar, más allá de las protestas callejeras, la realidad y prioridades del sector productor. En consecuencia, algunas semanas me queda un artículo demasiado simple y para principiantes, otras, demasiado sectorial (para los tuyos, como dice mi esposa) y otras, lo reconozco, son artículos donde vierto mis filias y fobias particulares y sectoriales. Lo siento.
Pues bien, esta semana quisiera abordar la reciente aprobación de la nueva Política Agraria Común europea por parte del Consejo de ministros de agricultura de la UE que, a falta de su negociación con la propia Comisión Europea y con el peleón Parlamento Europeo, supone un enorme paso adelante en la aprobación de esta nueva PAC que, si bien en principio era 2021-2027 ahora será 2023-2027, dotará una cierta certidumbre en esta época repleta de incertidumbres.
Certidumbre que necesita el agro como toda actividad económica que se precie y es que, aunque algunos pretendan obviarlo, la agricultura, la ganadería y la actividad forestal, más allá del autoconsumo, son básicamente actividades económicas donde, consecuentemente, la suerte de dicha actividad, la maldita rentabilidad que tanto reclaman los productores, es algo tan inherente como vital para su futuro.
A semejanza del estéril debate suscitado en torno a la pandemia, la salud y/o la economía, en el debate sobre la PAC la disyuntiva entre medioambiente y economía viene desde hace décadas y es ahora también la que tenemos sobre la mesa y así, mientras unos, los conservacionistas, científicos y numerosos consumidores ponen el acento en lo verde, por la otra parte, los productores, sus familias, las empresas agroalimentarias y no menos consumidores subrayan la vertiente económica porque, en definitiva, les va mucho en juego.
Pues bien, el acuerdo cerrado esta semana es valorado de muy diferente forma en función de las gafas con las que se lea. Mientras los que usan las gafas verdes, consideran que el acuerdo ha sido frustrante vista la postura timorata de los ministros que han dado la espalda a las expectativas abiertas por el Pacto Verde europeo, los que usan las gafas marrones, color tierra, constatan que los ministros se han excedido en sus objetivos verdes y que han aprobado toda una serie de condiciones, medidas y eco-esquemas sin apoyo financiero suplementario alguno. Según parece, el 40% del total de los fondos de la PAC deberán estar alineados con la lucha contra el Cambio Climático y además, se establece que el 20% de los fondos del primer pilar sea para los desconocidos eco-esquemas.
Ahora bien, se mire como se mire, el acuerdo está adoptado y como decía anteriormente, una vez superados los Triálogos, la Unión Europea con toda la dimensión que le conceden sus 27 estados miembro y teniendo en cuenta que la UE es un actor vital de la geopolítica mundial y uno de los protagonistas del enorme comercio agroalimentario internacional, la UE será capaz de lanzar un mensaje potente y unificado al resto de los países y continentes al nivel que su protagonismo mundial requieren.
Más allá del fortalecimiento del proyecto europeo, tras ese acuerdo definitivo a nivel de la UE, la PAC debe seguir progresando a nivel de cada estado miembro y por ello, podemos afirmar que ahora el campo de batalla se traslada a cada uno de los estados que, a modo de deberes para casa, deberán ir definiendo y aprobando su correspondiente Plan Estratégico o, tal y como defendemos los vascos, ateniendo a la configuración político-administrativa del propio Estado, más de un único Plan. Desde el ministerio y otras latitudes se defiende la necesidad de que exista un único plan estratégico para todo el estado, que no se disgreguen ni peleen comunidades autónomas ni sectores productivos pero se obvia que mientras se niega dicha posibilidad a aquellas autonomías que lo reclaman por su diversidad, ellos mismos, reclaman un único plan estratégico estatal frente a un único plan estratégico europeo que pudiera ser reivindicado por instancias comunitarias. Reconozco que la agricultura española nada tiene que ver con la danesa pero, en justa reciprocidad, me reconocerán que tampoco tiene nada que ver la agricultura andaluza con la vasca o con la asturiana.
Decía yo que ahora, tras el acuerdo de Bruselas, la batalla se traslada al escenario estatal pero al menos los que seguimos un poco las cuestiones agrarias, somos conscientes que la batalla se ha iniciado hace unos meses ya y precisamente, estas última semanas observamos, a plena luz, con luz y taquígrafos, a gobiernos autonómico, organizaciones, plataformas y demás entidades mostrar sus mejores armas para la batalla.
Pues bien, es en estos momentos de lucir armas y cuando el ministro,a modo de princesita medieval, ha mostrado el pañuelito para que comience el combate, es ahora cuando me viene a la memoria aquel famoso esquiador de fondo llamado Johann Mühlegg, campeón olímpico, alemán nacionalizado español, que tras el caso de dopaje pasó en un pispás de ser Juanito,nuestro Juanito, aclamada gloria deportiva nacional, a ser simplemente Johann, un detestable deportista germano. Viene esto a cuento porque, salvadas las distancias, me ha sorprendido comprobar como al que hasta ahora era tenido por un político andaluz y razonable ministro, se le ha comenzado a recordar su lugar de origen, Valencia, quizás con el ánimo de restarle tanto pedígrí andaluz como fuerza a su hasta ahora carácter razonable.
D. Luis, no se preocupe. ¡Serán mis gafas!
Xabier Iraola Agirrezabala
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