La cabaña del abuelo de Heidi
Inma
y Mikel, acompañados de sus hijos, se dirigían al monte a lomos de
unos bellos corceles con el objetivo de gozar del aire puro de las
montañas y ejercitar la equitación, el deporte favorito de la
familia, pero héte aquí que uno de los corceles tuvo un traspiés
ocasionado por el mal estado de conservación del camino y el corcel
en cuestión sufrió una aparatosa caída que lo que apuntaba maneras
de ser un gozoso día de ocio acabó con el corcel rodando cuesta
abajo con el consiguiente peligro para los integrantes de la familia.
Dejando
la recoña aparte, les tengo que aclarar que el aparatoso accidente
tuvo lugar hace unas pocas semanas, no en una excursión para
disfrutar de la equitación, sino en el momento en que una joven
familia de pastores se dirigía, acompañados de sus hijos, a la
borda de la sierra de Aralar para llevar sobre una yegua (bastante
más práctica que un bello corcel) el material necesario para sus
labores pastoriles a lo largo del verano. Por cierto, habrán caído
en la cuenta, que estos pastores deben recurrir a una yegua para
acarrear sus cosas puesto que la borda asignada no cuenta con un
camino o acceso habilitado para el uso, al menos, de vehículos
todo-terrenos.
No
es una situación exclusiva de esta borda si no que afecta a
bastantes bordas que utilizan los pastores y ganaderos en general
para poder gobernar con una cierta dignidad y calidad de vida mínimas
el ganado en las sierras y montañas, tanto en la propia sierra de
Aralar como en otras sierras montañosas, de Euskadi y otras zonas
del Estado (no quisiera olvidarme de los pastores de Picos de Europa)
que sufren en sus propias carnes las consecuencias de la ceguera de
las políticas conservacionistas implementadas en los espacios
naturales protegidos por responsables políticos (bien por
incapacidad bien por pasotismo) y jaleados, orientados y/o acosados
por colectivos naturalistas que pretenden dirigir el futuro de las
montañas desde el confortable despacho ubicado en la urbe.
No
es la primera vez, ni lamentablemente será la última, que me
refiero a la ceguera de estos responsables, unos y otros, unos por
acción y otros por omisión, que son incapaces de fomentar una
verdadera política de conservación de los espacios naturales
sustentada en....
las labores agroganaderas que tradicional e
históricamente vienen desempeñando los lugareños frente a
posicionamientos inmovilistas que pretenden impulsar la foto fija del
paisaje, incluido el lugareño, sin caer en la cuenta que la falta de
gestión, especialmente la gestión ganadera pero sin olvidar por
ello las labores forestales, nos lleva, irremediablemente al
abandono.
Por
suerte, los actuales gestores forales no quieren quedarse de brazos
cruzados y aunque todos reconocemos los avances dados en accesos y
bordas, no podemos resignarnos porque mientras hay numerosos pastores
y ganaderos, verdaderos gestores de las montañas y protagonistas
últimos de la biodiversidad que campa en estas latitudes, que no
cuentan ni con acceso rodado a sus bordas (muchas de ellas en
situación, más o menos, precaria para la práctica ganadera y para
poder acoger con dignidad a sus moradores), todavía aún, hay
colectivos conservacionistas, ecologistas o como demontres se quieran
hacer llamar que, añorando quizás la imagen del abuelo de Heidi en
los Alpes, pretenden impedir que los responsables gestores de dichos
espacios (ayuntamientos, mancomunidades, parques naturales, etc)
puedan acometer los trabajos que nuestros pastores, ganaderos y gente
del bosque requieren para poder trabajar y vivir en y de estas
montañas.
Nuestros
pastores, históricamente, han acudido en época estival a los pastos
montanos desde sus explotaciones ubicadas en el fondo de los valles
con el ánimo de aprovechar los sabrosos pastos de la montaña y así,
con un coste casi nulo, lograr una alimentación sana y barata para
la cabaña ganadera (en el caso ovino protagonizado por la raza
latxa, autóctona pero de escasa productividad frente a razas
foráneas orientadas a un manejo intensivo) que, inherentemente, tal
y como lo reconoce un profundo estudio elaborado por el grupo
universitario de investigación liderado por Arantza Aldezabal bajo
el nombre “Ecología del pastoreo e interacción
suelo-planta-herbívoro” , gestionar amplias zonas de nuestro
territorio.
El
informe universitario recoge en sus conclusiones, literalmente, “El
pastoreo de montaña, además de generar un importante impacto
social, cultural y ambiental en su entorno, es clave también para el
mantenimiento de los pastos, que son un patrimonio natural de gran
valor ecológico. Por ello, el descenso de esta actividad, hecho que
se está produciendo actualmente de forma progresiva en toda la
montaña atlántica, incluido el País Vasco, trae consigo unos
importantes cambios en la composición vegetal y microbiana del suelo
y, por lo tanto, una pérdida en la diversidad florística y en la
calidad nutritiva del pasto, así como un aumento de las emisiones de
CO2, lo cual tendría numerosas consecuencias en cadena que
afectarían, incluso, al ámbito socio-económico”.
Pues
bien, después de leer este informe y conocidas las condiciones que
nuestros pastores y ganaderos viven y trabajan en la sierra, me
surgen dos preguntas: ¿cree alguien que la actividad pastoril en la
sierra resultará atractiva para los jóvenes pastores y ganaderos? Y
después de todo ello, ¿hay alguien que se muestre contrario a
mejorar, al menos razonablemente, sus condiciones de vida y de
trabajo?. Lamentablemente, me temo que alguno habrá pero espero que
no sea lo suficientemente convincente para paralizar la acción de
los gestores.
Xabier
Iraola Agirrezabala
Comentarios