POKEMON en la sociedad del pichiglás



Menudo alivio sintió más de uno el domingo pasado al comprobar que el periódico que me cobija no incluía mi retolica semanal, un espacio, demasiado amplio para muchos, donde además de intentar defender el sector agrario, los productores, la realidad del campo y sus planteamientos, eso sí desde mi particularísimo punto de vista y con mi escasa destreza literaria, intento que los ciudadanos ajenos al sector y al mundo rural en general conozcan, sin pretensiones pero con el máximo realismo, lo que ronda por las cabezas de muchos de nuestros baserritarras.

Como podrán imaginar el reciente fallecimiento de mi padre, por esperado que fuese tras sufrir una larga enfermedad durante los últimos 10 años, fue más que suficiente motivo para cogerme un breve respiro y escapar de la nube en que se suele vivir en unos momentos tan duros como los que ha vivido mi familia.

Al bajar de la nube y hacer un repaso de lo acontecido en estos últimos días, caigo en la cuenta que son miles de personas, quizás debería hablar de millones, las que a lo largo y ancho del globo viven en una nube permanente donde el problema principal que tienen es cazar los muñequitos del juego virtual Pokemon Go.

Los hay quienes cegados por el juego se han chocado contra una farola, otros se han caído de un edificio al que habían subido para cazar muñequitos y finalmente quienes han sido detenidos pues jugaban al dichoso juego mientras conducían. Dicho sea de paso, también los hay bien listos que han situado los muñequitos “objetivo” en la puerta de sus negocios (imagino que previo paso por la caja de los artistas de la pista que inventaron el juego) para atraer nuevos clientes a sus restaurantes, tiendas, etc.

Como decía anteriormente acabo de salir de la nube que cobijan los aledaños de la muerte y ojiplático me quedo al comprobar la cantidad de chorradas que hacemos los humanos para.....



 evadirnos de la realidad y vivir en una nube permanente y/o en una realidad virtual perenne donde desaparecen los problemas, sufrimientos, obstáculos y demás cuestiones negativas y vivir en un paraíso continuo.

Por cierto, entrando en la segunda materia que quiero comentar, paraíso terrenal para los animales e infierno para los malévolos gestores de la multinacional del espectáculo “Gorriti y sus animales” es lo que quieren conseguir las 60.000 personas que han firmado en la plataforma digital Change.org afirmando que el espectáculo animal es un repugnante ejemplo de maltrato infantil y por ello, son numerosas las personas que sueñan con que el siempre vital Gorriti arda en las hogueras de Lucifer mientras ellos viven tan majamente sin haber tocado nunca un pony, una vaquilla o ver un gallo. ¿Para qué se van a molestar en conocerlos si a ellos ya les vale con los muñequitos de Pokemon?.

Como vengo diciendo reiteradamente vivimos en la sociedad del pichiglás donde todo es virtual, falsificado, digital, inconsistente, nebuloso que diría aquél y en esta sociedad donde la realidad se obvia, donde las tradiciones vinculadas a nuestra cultura rural se aparcan por viejunas mientras por el contrario, nos abrazamos a la nube, a lo etéreo y al pichiglás, es en esta sociedad donde brotan fenómenos tan modernos y exitosos como el Pokemon y donde encuentran cobijo propuestas que, bajo el supuesto tinte del maltrato animal abogan por erradicar de nuestras vidas eventos como las apuestas de bueyes, espectáculos festivos destinados al público infantil como el de Gorriti y los hay también, porque haberlos haylos, quienes plantean abandonar el ordeño de las vacas por suponer un maltrato animal y aún más allá van quienes, mezclando el animalismo con el feminismo, osea churras con merinas, quienes consideran que el ordeño de las vacas lecheras no es más que un acto machista de explotación de las féminas.

Quizás, así lo creo al menos, habrá que adaptar algunas tradiciones a los esquemas actuales pero, al menos personalmente, me niego rotundamente a formar parte de esta sociedad del pichiglás que clama escandalizada contra el ordeño de las vacas, contra la sokamuturra, el arrastre de bueyes, etc mientras observa con normalidad y alto grado de aceptación que tengamos un hamster en una jaula, con noria incorporada of course, como mascota familiar, se lleva al perro (como uno más) de poteo por los bares, se tiene un husky siberiano en el piso con la calefacción a 22 grados durante meses y meses, se les hacen regalos de navidad a las mascotas, etc y de paso, ligando con el inicio del artículo, se pasa media vida mirando a la pantalla de su móvil buscando los valiosos muñequitos de Pokemon mientras sus amigos, familiares y abuelos están huérfanos de todo contacto personal.

Consciente de todas las incoherencias que uno pueda tener a sus espaldas, lo digo claramente, no cuenten conmigo para formar parte de esta sociedad del pichiglás.


Xabier Iraola Agirrezabala

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