El último que apague la luz
He visitado recientemente algunas granjas de leche en Suiza en un
viaje relámpago para conocer in situ una pequeña muestra de su
sector lácteo y con más detenimiento su organización sectorial e
industrial. Como se imaginarán hay infinidad de cuestiones que son
de difícil aplicación en un mercado europeo tan abierto como el
nuestro, teniendo en cuenta la alta protección en frontera que la
confederación helvética aplica a la leche, pero al mismo tiempo,
reconozco que existen algunos otros temas de los que podemos y
debemos aprender. Por ejemplo, ¿se imaginan una cooperativa que
utiliza un proceso de selección para valorar la capacitación y
valía de los futuros miembros de su consejo rector? ¿se imaginan
una cooperativa que cede parte de su cuota de representación en
consejos de administración industriales a expertos en diferentes
materias como marketing, economistas, etc? Impensable, ¿a que sí?.
Al mismo tiempo, en este ir y venir por tierras suizas, hemos visto
que si bien el número de efectivos va descendiendo al igual que en
el resto del mundo mundial, no es menos cierto que se ven bastantes
jóvenes que tienen la ilusión y arrojo de ponerse al frente de las
explotaciones familiares.
Por otra parte, esta misma semana acudí a una reunión de trabajo en
Asturias donde con otros colegas de la cornisa cantábrica estuvimos
conociendo en detalle y analizando la dichosa PAC (Política Agraria
Común) con la ponente del Europarlamento, la popular Esther Herranz
y en uno de mis habituales momentos de subidón, me atreví a
plantear que la PAC debiera dar un tratamiento-apoyo diferenciado y
prioritario a aquellos agricultores que viven y trabajan en su pueblo
para así premiar, sin querer menospreciar a nadie, a aquellos que, a
pesar de todos los pesares, insuflan vida a nuestros pueblos y
mantienen una cierta esperanza diseminada a lo largo y ancho del
territorio. Incluso, más allá de lo que dije en aquella mesa, soy
de los que cree que los habitantes de determinadas zonas rurales
(empezando por los baserritarras que viven en caseríos desperdigados
y alejados) debieran contar con un apoyo público, a modo de Renta de
Vida Rural, por el único y simple hecho de seguir viviendo en las
zonas en que viven.
Soy consciente que la aplicación de medidas de esta índole tendrán
múltiples complicaciones y que no les faltarán contrarios, bien
sean aquellos que han arrojado la toalla y se han trasladado al
núcleo urbano más próximo o a la propia capital bien sean aquellos
otros que consideren que bastante carga suponen los pueblitos para
que, encima, tengamos que dar un apoyo suplementario a sus moradores.
En el estado español son cientos, si no miles, los pueblitos que han
visto apagar la luz de su última casa y el despoblamiento avanza tan
galopante e imparablemente que así, en la actualidad, podríamos
afirmar que el estado español se conforma por un todopoderoso núcleo
central (la gran capital y sus aledaños) rodeada de un anillo
desértico conformado por numerosas provincias que se desangran en
favor del núcleo central y finalmente, otro anillo externo,
conformado por los territorios costeros que, salvo excepciones, no
tiene problemas de despoblamiento. No obstante, debemos admitir que
todas las provincias, incluso las que conforman el anillo externo,
padecen un inquietante proceso de concentración de población en
las ciudades lo que condena a numerosas zonas rurales a un futuro
nada halagador.
En este panorama desolador nos encontramos con una clase política
entretenida con másteres, plagios y con los susurros de Villarejo e
incapaz de asentar las bases de una estrategia común, eso que llaman
política de país y en estas estamos cuando los agricultores, cada
vez más, abandonan sus pueblos, se trasladan con su familia a la
ciudad más cercana y emprenden un viaje de ida-vuelta diario para
atender bien sus fincas bien su cabaña ganadera que, éstos sí,
siguen en el pueblo.
Llegados a este punto, quisiera volver a otro de los temas que
protagonizaron tanto la reunión en tierras asturianas como el
posterior almuerzo y la charleta en el viaje de ida y vuelta, que
fue, como no podía ser de otra forma, la falta de relevo
generacional en el campo y plantearles lo siguiente: Si el
despoblamiento y la concentración de la población en las ciudades
avanza y no logramos frenar esta tendencia, si las familias de los
agricultores se trasladan a vivir a las ciudades y consiguientemente,
la mentalidad y sensibilidad urbanas se va asentando y consolidando
en los hijos e hijas de estos agricultores que aún siguen yendo y
viniendo al pueblo, si la inmensa mayoría del sector reconoce que la
actividad necesita de un potente componente vocacional y de arraigo
emocional pues bien, teniendo en cuenta todas estas premisas, ¿cree
alguien, que los hijos-as de agricultores, con un fuerte ramalazo
urbano, se sentirán atraídos por relevar a sus progenitores al
frente de la explotación? ¿cuántas generaciones más estarán
dispuestas a continuar con el trajineo diario, ciudad-campo, para dar
continuidad a unas explotaciones con las que apenas tienen contacto y
mucho menos, apego?.
Soy consciente que el despoblamiento y la concentración en las
ciudades tienen una complicada solución pero no por ello debemos
arrojar la toalla y debemos aprovechar, también la PAC, para dar un
mensaje de apoyo a los habitantes de los pueblitos y contribuir a
garantizar su futuro. ¡Atrevámonos!
Xabier Iraola Agirrezabala
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