Respeto, ni más ni menos
Soy de los que necesito, al menos, tres semanas seguidas de
vacaciones para sentir que me cunden. Hace unos años, cogí sólo 2 semanas
seguidas y para cuando me di cuenta ya estaba en la cuenta atrás y por ello,
desde hace bastante, cojo todo de golpe para así, llegar a ese tipo de
aburrimiento placentero que va desde el paseíto hasta la duermevela en la
playa, la sobremesa familiar, la siesta oficial, el poteo en cuadrilla y así,
suma y sigue, hasta la vuelta a la rutina otoñal. Es ese tipo de aburrimiento
al que intento enganchar a mi hijo que, como todos los de su edad,
preadolescencia aguda, piensan que la vida es un continuo parque temático sin
opción al descanso y menos, obviamente, al aburrimiento.
De la misma manera que defiendo mis vacaciones, les tengo
que reconocer que al final de estas suelo sentir un cierto remordimiento,
cuando no cargo de conciencia, al observar que la gente para la que trabajo,
los baserritarras, no cuentan más que con unos pocos días de asueto, ¡los que
tienen!, y por ello, como se imaginarán, microcampañas como la emprendida por
la organización ENBA en redes sociales durante este mes de agosto que a través
del hashtag #BASERRIAZharro
(#OrgullosodelCASERÍO) ha ido publicando las tareas del campo que nuestros
productores están llevando a cabo mientras uno dormita en la tumbona son pequeñas
herramientas valiosas porque nos sirven para caer en la cuenta de las
diferentes realidades que conviven en esta nuestra sociedad moderna.
En esta sociedad moderna donde conviven una sociedad
mayoritaria, poderosa y aplastantemente urbana frente a una minoría rural, los
que nos movemos, al menos mayoritariamente, en la parte rural o en las
poblaciones pequeñas, observamos con cierta tristeza cuando no estupor la falta
de respeto de muchos ciudadanos urbanos que acuden a los pueblitos, a lo rural,
como conquistadores de territorios sin ley, donde piensan que todo les está
permitido y donde nadie les puede recriminar nada puesto que ellos van del
constreñido mundo urbano a liberarse, a solazarse, sin normas y sin reglas que
les supongan cortapisa alguna en su tiempo de ocio.
Estos últimos años denoto una creciente falta de respeto
hacia el mundo NO urbano y una preocupante falta de civismo hacia las gentes
del campo, hacia los habitantes de los pueblitos, hacia las propiedades tanto
privadas como públicas por parte de unos ciudadanos urbanos que se sienten con
total legitimidad para incumplir la más mínima norma de convivencia en los
pueblitos y montes que visitan mientras, eso sí, las cumplen escrupulosamente
en su urbe aunque sea, únicamente, por temor a las consecuencias de la acción
de las autoridades y de las sanciones administrativas.
Lamentablemente, muchos de estos visitantes, confunden la
falta de normativa escrita, cartelería, señales oficiales y autoridad policial
omnipresente con una puerta abierta al libertinaje y consecuentemente, machotes
ellos, se creen con todo el derecho del mundo de avasallar impunemente con todo
lo que se les cruce. Ellos no saben (mucho menos, les interesa) que el mundo
rural y los pueblitos funcionan con una ley no escrita, basada en el sentido
común, en el respeto de la propiedad privada pero también del bien común y en
la lógica natural de las cosas sin tener que llegar a normativizar todo lo que
hacemos a lo largo del día.
Son normas no escritas que, lamentablemente, también van
perdiéndose en los pueblos porque la normativización de nuestras vidas también
se está apoderando de todo y porque la influencia de los comportamientos
urbanos se va asumiendo como propia en la vertiente más rural a consecuencia de
la lógica mescolanza entre ambas realidades de nuestra sociedad actual.
No piensen, en función del
escrito, que mi verano ha sido un infierno, no, pero como observador de la realidad que me
rodea y como humilde juntaletras de la cosa que me considero, creo que es
pertinente llamar la atención sobre este tipo de actuaciones incívicas,
crecientes y que no debemos asumir como normales cuando en realidad no son más
que actos de libertinaje por parte de unos acomplejados que hacen en nuestros
montes, en nuestras propiedades y en nuestros pueblitos lo que no tienen
arrestos de hacer en sus ciudades.
La convivencia entre la cara
urbana y rural de nuestra sociedad es más necesaria que nunca, pero debemos
dejar bien claro que la convivencia debe asentarse en un respeto mutuo y en un
respeto hacia nuestras fincas, nuestros pueblos y costumbres. Respeto, ni más
ni menos.
Xabier Iraola Agirrezabala
Comentarios
tbn ecucha, ponerse en el lugar del otro, colaborar,
compartir informacion
por que :
en todas partes hay cafres
y sino estaremos pidiwndo respeto eternamente
Y a ver ciando el responsable del blog se abre un canal en twiter para mandarle enlaces interesantes mas rápido