El Corte Inglés
Imagino
la cara de poker que habrá puesto mi amiga Lurdes, cartera de
profesión, al leer la información periodística en la que se afirma
que Correos se valdrá de su vasta red de oficinas con 2.396 puntos
para prestar otros muchos servicios como pueden ser los financieros,
administrativos, etc. en aquellos municipios que, por su reducido
tamaño, no cuenten con oficina bancaria u organismo oficial alguno.
Ella,
particularmente, se libra de dicha diversificación al contar nuestro
pueblo con sucursal bancaria y por lo tanto, releyendo la noticia
puede sentirse ciertamente aliviada. Ahora bien, mucho me temo, que
los dirigentes de Correos, al menos si las expectativas de negocio se
cumplen, no se limitarán a los pueblos sin sucursal y no resultará
muy raro que sean los propios carteros quienes, ante la creciente
disminución de oficinas bancarias también en las ciudades, sean los
encargados de hacer determinadas gestiones con los clientes finales y
así, mientras te entrego un folleto publicitario, una carta de la
compañía eléctrica y un paquetito de Amazon, la amable cartera te
quitará una firma con la que abrir una cuenta corriente para el hijo
o la nieta.
Yo,
particularmente, cuando leía la noticia me acordé del Corte Inglés
de Itsasondo, mi pueblo vecino, donde en los bajos de la casa Ibarre
había un establecimiento comercial-hostelero por el que los hipsters
actuales beberían los vientos al comprobar que mientras tomabas un
vino podías comprar el pan, unas alpargatas y un paquete de
garbanzos que se te habían olvidado y todo ello, con un horario
amplísimo puesto que la familia vivía allí mismo.
Hace
muchos años, en los pueblos, en casi todos diría yo, teníamos de
todo y ahora, por una u otra razón, por los cambios legislativos,
por el cambio de los hábitos de consumo y finalmente con la
omnipresencia de internet, los pueblos, sus servicios y su comercio
subsisten a duras penas y en muchos de los casos, son los propios
consistorios quienes tienen que interceder, cuando no ceder sus
propios locales, para que determinados servicios se mantengan,
regalar concesiones de explotación de bares y tienditas municipales
y aún así, la cosa está muy, pero que muy cruda.
Desertificaron,
¿o quizás debiera decir desertificamos?, los pueblos y sus
comercios que fueron aspirados por la enorme potencia y gran
atracción ejercida por los hipermercados situados en las afueras de
las ciudades. Las administraciones, más que menos, allanaron cuando
no pusieron alfombra roja para su aterrizaje, adaptaron a sus
necesidades las normativas urbanísticas, construyeron los accesos a
medida y resulta que con la llegada de la última crisis este
hipermodelo comienza a resentirse por los nuevos hábitos de consumo
que, al parecer, optan por una compra en establecimientos más
cercanos, a los que poder acceder fácilmente andando, sin coger el
vilipendiado vehículo privado, y donde el acto de compra es
ejercitado por una única persona, en vez de ser un acto familiar
como viene siendo en los grandes centros comerciales donde el marido
y el niño hacen trizas los planes de ahorro de la señora que va
pertrechada de su lista de compra.
El
modelo del Hiper se resiente y así, tenemos que, según la
consultora Kantar Worldpanel, el hipermercado desciende hasta el
actual 13% de la cuota de mercado en la cesta de la compra en el año
2018 frente al 60% que acapara el formato de supermercados y aún
así, bastante alejado del aún incipiente comercio online con un
1,6%, al parecer, entre otras cosas, por el peso que tienen los
productos frescos en el momento de determinar el lugar de compra. En
Euskadi, por mucho que nos creamos diferentes, tenemos porcentajes
parecidos con un 63,7% en supermercados, 19,8% en hipermercados y
16,5% en autoservicios.
La
expansión de los supermercados es tal que incluso hay quien comienza
a hablar de la burbuja de los supermercados y que se empiezan a
vislumbrar los primeros síntomas de agotamiento con un crecimiento
del 0,3% bastante menor que los años precedentes donde se daban
crecimientos que rondaban el 1,5%. Ahora bien debemos ser conscientes
que el crecimiento del formato supermercado imbricado en los propios
municipios y ciudades, ha sido impulsado por las propias cadenas de
distribución que no han hecho más que adaptar el formato, de hiper
a super, siendo su crecimiento a costa de la tienda tradicional
gobernada por autónomos y familias que acaban extenuados, cuando no
ahogados, por la imparable carrera de megaofertas perennes.
Como
decía, simplificando en exceso quizás, el hiper aspiró al comercio
urbano, con la crisis los hipers flaquean y las cadenas de
distribución se reconvierten en super que se zampan a las pocas
tiendas tradicionales que quedaban y ahora, unas y otras, temerosas e
inquietas ante el imparable avance de la compra online que amenaza
con llevarse todo por delante. Incluso, la vida de nuestros pueblos y
ciudades.
Cuando
Amazon (la marca de la inquietante sonrisa) y su cuadrilla acaben de
rematar a todos, mucho me temo que volveremos a formulas como el
Corte Inglés de Itsasondo, experimentos como el de Correos u otras
formulas hiperflexibles que yo, al menos, soy incapaz de imaginar.
Aunque
puestos a imaginar no estaría mal que mi amiga Lurdes, junto con las
cartas y paquetes, nos trajese a casa, todas las mañanas la leche
fresca del día. ¡Ahí va la idea, por si Kaiku la quiere hacer
suya!.
Xabier
Iraola Agirrezabala
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