Inquietante silencio

 



Si es usted uno de mis lectores habituales, será conocedor que nuestro padre murió a causa del Alzheimer tras una larga enfermedad de 10 largos años. Pues bien, en una ocasión, víspera de la festividad de Todos los Santos, volvíamos del camposanto cuando nos cruzamos con una vecina que nos preguntó qué tal estaba el camposanto, a lo que nuestro padre, que se encontraba en una fase de desinhibición y locuacidad que nos hacía pasar más de un apuro, le respondió: “estarán bien, por que nadie se ha quejado”.

Rescato esta anécdota personal como entradilla para reflexionar sobre sobre el comentario de un ganadero, de vacuno de leche, que sacaba a colación el significado del silencio en el seno del sector. Un silencio que, muchas veces, no significa una sintonía y/o acuerdo con lo que observa y escucha a su alrededor si no, lo que es peor, un silencio que, desde la oscuridad inherente al propio silencio, denota un agotamiento, abatimiento y consecuentemente, una actitud de asumir, en su silente seno, sin compartir con nadie, la decisión de arrojar la toalla.

En una reunión de productores, pocos son los que darán muestras de que las cosas les van bien, la inmensa mayoría de los que toman la palabra lo harán para protestar, quejarse y maldecir por unos y otros, pero los que frecuentamos este tipo de encuentros, sabemos y somos conscientes de que son aquellos productores que escuchan en silencio, que se sitúan en las esquinas y que no toman la palabra, son aquellos de los que nos debemos preocupar y ocupar puesto que, frecuentemente, pese a que no se atrevan a manifestarlo públicamente, tampoco tienen por que hacerlo, ya han decidido iniciar el camino de la retirada.

Son aquellos quienes consciente pero silenciosamente han decidido no reinvertir más en su explotación ni en infraestructuras, maquinaria ni tecnología, han decidido que sus posibles sucesores comiencen a explorar nuevas alternativas laborales y han decidido emprender una desescalada que, poco a poco, silenciosamente, sin algaradas que alerten al resto del sector, vaya mermando la energía de dicha explotación y con ello, la luz de la esperanza de ese caserío familiar.


En estos momentos, el sector lácteo estatal vive un dramático momento, por un lado el mercado alimentario low-cost dominado por media docena de cadenas distribuidoras tiene asumido que la leche es un producto básico con el puede jugar irresponsablemente y banalizar aunque ese juego tenga consecuencias mortales aguas abajo, por otro lado, las industrias lácteas se hallan inmersas en un proceso de diversificación cuyo único objetivo es compensar con otros productos lo que pierden con la leche y finalmente, los productores abarrotan las salas de UCI con unos precios irrisorios que no cubren los costes de producción, con unos gastos de alimentación disparados por diversos motivos, entre ellos la especulación bursátil, con un horizonte de incertidumbre por cuestiones medioambientales, la nueva PAC, etc. que le confieren al horizonte un color, claramente, inquietante.

En esta tesitura, son cada vez más frecuentes, los casos de abandono, silencioso, de cientos de explotaciones familiares dispersas y diseminadas por el territorio mientras aparecen y enseñan la patita, pocos pero gigantescos ejemplos de macrogranjas que deslocalizan la producción hacia zonas inhabituales, concentran la producción en pocas unidades que a la postre son verdaderas bombas medioambientales y sanitarias y que, tirando de mano de obra barata, consiguen producir, mucho y barato, como requiere la industria para poder cumplir con las directrices, explícitas o implícitas, de las cadenas de distribución. Obviamente, las referencias de costes de estos gigantes son los que marcan la referencia para la industria, la distribución y lo que es más triste, para los gestores de la cosa pública.

Como se habrá dado cuenta, me he referido a las cadenas de distribución, a la industria y a los productores pero no me refiero para nada al Gobierno Central y es que, lamentablemente, ni está ni se le espera, el sector lácteo no es prioritario para el ministro Luis Planas, valenciano de origen y andaluz de oficio, al que el sector ganadero, más propio de la Cornisa y del norte peninsular se la trae al pairo, por que si no, nadie puede comprender el desinterés y la inacción de un gobierno central ante el desmantelamiento de un sector productor fundamental como es el sector lácteo.

El impulso del sector lácteo es cuestión de todos los agentes que conforman la cadena, comenzando por los productores y sus cooperativas que, superando el lamento estéril, deben impulsar el trabajo conjunto de dichas cooperativas para que sean ellas quienes marquen la directriz en el ámbito de la recogida, transformación y política industrial, pero no es menos cierto, que más allá de los desencuentros y enfrentamientos entre miembros de la cadena, lógicos por otra parte, la revalorización de la leche en el actual mercado requiere de la acción de la administración para poner en orden y alinear al conjunto de la distribución en un intento serio y decidido para resituar la leche en el sitio que corresponde a un alimento fundamental para la nutrición de la población y ello supone que debe revalorizarse.

El ministro, antes de que sea demasiado tarde, tiene que dejar de mirar a las vacas desde la barrera e implicarse proactivamente. En caso contrario, la inacción tendrá lamentables consecuencias en el campo y llegará el día en que no podrá pasearse con esa sonrisa perenne que tanto le caracteriza.

 

Xabier Iraola Agirrezabala

 

 

 

 

 

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