El diccionario de las obviedades
La sobrepresencia pública y
publicada de algunas personas hacen que se equivoquen, nos equivoquemos, más de
lo considerado como normal. Es lo que tiene estar todo el día opinando y
marcando posición.
Algo similar ocurre con los términos
que utilizamos en el día a día. De tanto usarlos, los asimilamos de tal forma
que, incluso, perdemos la noción exacta de su significado. Por ello, no me
extraña que me llamase poderosamente la atención que, al leer un informe sobre
energías renovables de la asociación ecologista GREENPEACE, titulado “Criterios
de Greenpeace para un desarrollo renovable necesario para el clima y respetuoso
con la biodiversidad y las personas”, me encontrase con un párrafo que recogía
tres términos tan básicos como manidos: precio, coste y valor.
Según recoge Greenpeace, “El
precio es el dinero que alguien paga por el producto, el coste son los gastos
directos e indirectos necesarios para su producción, y el valor es la utilidad
que tiene para satisfacer las necesidades o proporcionar beneficio económico o
social.”. Sorprendentemente, saco a pasear mi rotulador fosforescente para destacarlo,
aún a sabiendas que dicho párrafo no hacía más que recoger obviedades por todos
conocidas pero que, tal y como decía al comienzo, las olvidamos y perdemos su
noción última.
Tras subrayarlo convenientemente,
comienzo a reflexionar sobre las diferentes casuísticas que se dan en el sector
agroalimentario puesto que más allá del valor, algo ciertamente subjetivo y
opinable, no siempre, o muy pocas veces diría yo, coinciden el precio y el
coste. Unas veces, el coste supera al precio y, por el contrario, otras veces,
el precio supera al coste.
En lo que vengo observando estos
últimos años, el coste de producción, determinado por el coste de cada uno de
los inputs imprescindibles para poder producir un producto, alimento en nuestro
caso, supera casi siempre al precio que perciben los productores, agricultores,
ganaderos y forestalistas. Tal es así, que los productores agrarios, tras haber
abonado, de forma religiosa, el precio fijado por las empresas de suministros e
inputs, verdaderas multinacionales que funcionan a modo de mono u oligopolio, se
ven en la situación en que cuando les toca a ellos fijar el precio de su producto,
éste viene determinado por el comprador (industria y/o distribución) que es, a
la postre, en que tiene la relación directa o semidirecta con el consumidor
final.
Incluso llegamos al caso en que
si en la parte productora, los costes superan al precio percibido y por lo
tanto, podemos hablar, alto y claro, de que se incumple la ley de Cadena
Alimentaria por venta a pérdidas, en este caso, el silencio se apodera de las
instancias oficiales y de las sedes centrales de las grandes empresas y en el
mejor de los casos, cuando les recriminas que su precio dista, a la baja, del
coste, ellos con tanto educación como poco disimulo, te señalan la ventanilla
de la administración para que las ayudas oficiales cubran el agujero ocasionado
por sus bajos precios.
Por el contrario, basta con que
el precio percibido por el productor supere, aunque sea por la mínima, el coste
total de producción entonces, al parecer, se encienden la lucecita de alarma en
dichas sedes empresariales (industria y/o distribución) y rápidamente, salen en
tromba al campo de producción, los encargados, técnico y voceros, corriendo la
voz e imponiendo el relato de que toca bajar, al productor por supuesto, para
según la versión oficial, aliviar el mal momento que viven los consumidores, más
aún, ahora, en vísperas del viajecito de Semana Santa, si bien todos sabemos
que, la versión oficiosa que coincide con la real es que estas empresas (industria
y/o distribución) ni admiten ni conciben un sector agroalimentario, una cadena
alimentaria, donde los productores tengan la osadía de obtener beneficios, aunque
sean a costa de reducir su márgenes, dicho sea de paso, de beneficios.
Pues bien, siguiendo con las obviedades,
ahora que las grandes empresas agroalimentarias y las cadenas de distribución
están presentando los resultados económicos del año pasado, convendría
recordarle a más de uno que, reducir márgenes no es lo mismo que perder, puesto
que escuchando sus declaraciones vienen a sugerir, unos y otros, que ellos han
perdido, cuando lo que realmente les ha ocurrido, algo innegable, es que han
ganado menos de lo previsto y/o menos de lo que estaban habituados.
Eso sí, si quieren saber que se
siente en situaciones de venta a pérdidas, situaciones donde se tienen que
resignar a cubrir costes (sin margen alguno) o situaciones, las menos, donde se
da un exiguo pero breve margen, señores de los grandes despachos, no recurran
al diccionario de las obviedades, les será suficiente con acercarse al campo.
Xabier Iraola Agirrezabala
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