Las burradas de Don Juan
Llevo semanas o meses diría yo, flipando en colores con las ocurrencias de las ministras de Podemos que, conscientes del problema que tienen los colectivos más vulnerables para poder alimentarse saludablemente, lanzan, día sí y día también, ocurrencias a la plaza pública para, únicamente, no perder hueco en los medios de comunicación.
En esas estamos, cuando el gobierno francés, acorralado por las protestas ante su proyecto de retrasar la edad de jubilación y temeroso de que dichas protestan puedan derivar en algo más general y profundo, sale a la palestra anunciando un acuerdo entre el ejecutivo galo y las cadenas de distribución para crear una cesta de productos “antiinflación” donde cada cadena podrá determinar, libremente, qué productos incorporar y cuáles son los precios ofertados. Cómo no, todo ello, en la chauvinista Francia, irá etiquetado con la bandera francesa y con el texto común “trimestre antiinflación”.
El ministro galo, además, se permitió el feo para con el gobierno español de tildar la bajada del IVA de algunos alimentos como una medida ineficaz y costosa a lo que sus homólogos más abajo del Pirineo, se hicieron los suecos. Eso sí, el ministro de agricultura, Luis Planas, el plano, sí, ese que hace unas semanas auguraba que los precios de los alimentos habían llegado a su punto álgido y que rogaba un acuerdo de las partes para abaratar los alimentos, sale a la palestra mediática, anticipándose a las ministras de Podemos, afirmando que es ese tipo de acuerdos entre las partes lo que él ha propuesto, desde siempre.
En esta tesitura, Eroski, una vez más, se anticipa al resto y propone una cesta de más de 1.000 productos básicos a precios competitivos donde, se supone, disminuirá sus márgenes destinando desde el inicio del periodo inflacionario, según su propio comunicado, hasta 100 millones de euros para aliviar a sus clientes. Eso sí, reconociendo que el mayor esfuerzo lo realiza mediante su marca propia, la marca blanca, que ha aumentado su peso en un 7% hasta el 27%.
Ahora bien, ni el ministro francés ni Planas y por supuesto ni las ministras de Podemos (dejo aparte a Eroski que hacen gala de la discreción y seriedad vascas) se han ganado el minuto de gloria que ha sido para D. Juan, Juan Roig, el presidente de Mercadona, cuando ha afirmado lo siguiente “Tienen razón los clientes que se quejan de que hemos subido una burrada los precios, pero si no lo hubiésemos hecho el desastre que habríamos generado en la cadena de producción habría sido enorme”. Todo ello en una comparecencia para dar cuenta de los resultados del año 2023 que, en resumen, viene a decir que han facturado 31.041 millones de euros, un 11,6% más que el año pasado (a consecuencia de la inflación), han obtenido 718 millones de beneficios, un 5,6% más, y el margen, por lo tanto, es del 2,3%.
No creo ser el escritor preferido de D. Juan, siendo sincero, lo imagino jugando a los dardos con mi foto, pero cuando tiene razón, hay que dársela y hay que reconocer que, se han visto obligados a reducir sus márgenes, de beneficios, para no trasladar toda la subida a los consumidores, aunque, reconociendo que siguen obteniendo beneficios (algo que debieran hacer todos los eslabones de la cadena) mientras muchos de sus proveedores, los primarios, siguen a pérdidas y que, han la subida en los precios al público ha venido, forzada, arrancada diría yo, para poder abonar a los productores asfixiados por el alza de sus costes de producción y que no lo han hecho, ni por caridad, ni por empatía, lo han hecho por temor a quedarse sin sector productivo ni proveedores y sin alimentos para sus estanterías y preveo, sin querer ser un aguafiestas, que esto ha venido para quedarse.
Ni D. Juan ni D. Luis, y si me apuran, ni el cliente final, pueden pretender que el sistema alimentario funcione con las ruedas pinchadas, basándose en un eslabón de la cadena, el sector primario, sumido en pérdidas constantes y apoyados en un sistema de ayudas y subvenciones que, mientras señalan a los agricultores como profesionales pedigüeños, ocultan y enmascaran que esas ayudas de las diferentes administraciones no son para el agricultor si no para el consumidor final.
Sí, no tuerzan el ceño, las ayudas agrícolas son para que los consumidores tengan alimentos a precios baratos y para que así, paradójicamente, les quede dinero en la cartera para gastarlo en ocio, viajes, moda, etc. mientras, eso sí, se quejan constantemente de lo caro que están las cosas de comer y, como comprenderán, los productores hartos de que los tilden de cobrasubvenciones, se rebelan cuando, ni con ayudas, llegan a cubrir costes de producción.
La alimentación, seguramente para ustedes, tiene un alto valor. Sean consecuentes, inviertan en alimentación y con ello, mejorará la salud de los que más quieren. Resumiendo, se acabó la fiesta de la alimentación “low cost”.
Xabier Iraola Agirrezabala
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