Capitalistas a tiempo parcial

 




El día de San Isidro, 15 de mayo, fue el día elegido para hacerme con un ejemplar del libro de Manuel Pimentel titulado “La venganza del campo”. No podía ser de otra forma, el día lo requería. El título es lo suficientemente atractivo, la temática interesante y la destreza escritora del exministro, incuestionable, como para no caer en la tentación. Se lo recomiendo.

Siguiendo con mi costumbre particular de abordar este tipo de libros de ensayo, teniendo en cuenta que el libro es una recopilación de magníficos artículos escritos en los últimos años, comienzo la lectura con un lápiz en la mano para así, ir subrayando las ideas, citas o frases a recordar, para acabar, se lo aseguro, subrayando prácticamente todo el libro.

Este jueves, por su parte, tuve el honor de presentar a Manuel Pimentel en el acto de presentación de dicho libro que se celebró en la bellísima villa de Oñati y tal como dije entonces, qué sencillo es presentar la obra de un amigo, conocido personalmente ese mismo día, con el que coincides plenamente y con el que sobran las palabras, y sólo merece la pena, escuchar.

Después de meterle la pelota, no suficientemente a Manuel, quisiera traer a colación un episodio que ocurrió en el turno de ruegos y preguntas de dicho acto con el que me encendí al escuchar a un ecologista, viejo conocido en el sector, que con una sonrisa perenne en la cara calificó a los productores, en nuestro caso baserritarras, como capitalistas a tiempo parcial. Me explico, según este ecologista, los productores actuales bien pudieran calificarse como capitalistas a tiempo parcial por que, cuando las cosas van bien, el beneficio es para ellos, mientras que cuando las cosas pintan bastos, perciben las subvenciones. Ósea, según este elemento, el productor, como la banca, siempre gana.


Entenderán por tanto, el calentamiento y enfado que me provocaron dichas palabras que son ilustrativas del desprecio que sufren los productores, al que alude Manuel Pimentel en su libro, por lo que no me quedó más remedio que contestarle, quizás más fuerte de lo debido, que las subvenciones que perciben los productores no son más que subvenciones para la alimentación barata de los consumidores.

Me explico. En mi opinión, los agricultores son depositarios temporales de unos dineros aportados por la Comisión Europea para que esos productores sigan produciendo alimentos baratos para unos consumidores que no quieren destinar más del 15% de sus gastos familiares a la alimentación y así, sin grandes cargos de conciencia, poder arrancar la happyfurgo, los furgueses que diría aquel, para irse a los Pirineos cada finde, irse en avión a Edimburgo por menos de 50 euros a pasar el puente o comprarse la equipación montañera de Juanito Oyarzabal para tomar el vermut en el bar del barrio rural más próximo.

Mi máximo respeto y solidaridad, por supuesto, para todas aquellas personas que no les alcanza ni para comer dignamente, calentar su hogar o acceder a los servicios mínimos. Mi queja no va por ellos, si no por todos aquellos, la mayoría, que puede, dice quererlo pero que, en la práctica, ni quiere ni apuesta decididamente por cuidar la salud familiar mediante una alimentación de calidad.


Volviendo al argumento, en estos últimos años, al menos en el sector ganadero que yo conozco, el productor está percibiendo unos precios inferiores a sus costes de producción, se tome la referencia que se tome, bien sea sus costes personales aportados por el centro de gestión correspondiente bien sean los costes sectoriales aportados por el observatorio vasco de la cadena alimentaria BEHATOKI. La misa va por barrios y por momentos pero, en casi todos los casos y en el mejor de los casos, los ganaderos perciben un precio que justo cubre los costes de producción y les aboca a trabajar sin beneficio alguno. Miento, en algunos casos, el mercado no les reporta ningún beneficio y son las ayudas de la PAC lo único que les hace mantenerse a flote. En algunos casos, lamentablemente, ni con la PAC es suficiente y por ello, las administraciones, especialmente las administraciones vascas han tenido que tirar de ayudas especiales bajo el amparo del COVID o de la guerra de Ucrania para poder mantener vivo dicho subsector. Tanto es así, que conozco a productores que miran hacia Israel y Palestina como posible percha para futuras ayudas.


Por tanto, comprenderán que no pude contenerme ante semejante ataque al sector y, aún a riesgo de que dar como un rudo tuercebotas al lado del moderado, sosegado y fino Manuel, me explayé, a gusto. Para la próxima, soy consciente que tengo que seguir a pies juntillas el dicho popular que dice “No hay mayor desprecio que no hacer aprecio” pero, si les digo la verdad, no sé si seré capaz de estar a la altura de mi amigo Manuel, al que de paso, pido disculpas dado que este artículo que pretendía ser un resumen de su discurso, al final, ha quedado como un visceral y vulgar descargo de mis adentros más personales. La próxima será.


Xabier Iraola Agirrezabala

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