Acaparamiento compulsivo de tierras
“Que
el árbol no te impida ver el bosque” suele ser una expresión
habitual para referirse a aquellas situaciones donde una cuestión
inmediata, por muy importante que sea, tiene el riesgo de hacernos
perder la perspectiva general de una cuestión compleja y por lo
tanto, provocar que la respuesta también inmediata resulte
contraproducente para el largo plazo.
Cada
cierto tiempo es necesario hacer un alto y reflexionar sobre la
generalidad, levantando el foco de nuestra atención y aún sin
escabullirnos de los problemas del día a día, observar los
fenómenos de fondo que, a medio o largo plazo, nos van a afectar
directa o indirectamente.
En
esta ocasión, aprovechando el sosiego veraniego he estimado
necesario llamar la atención un fenómeno creciente, imparable,
inquietante pero al mismo tiempo, silencioso y apenas perceptible
como es el acaparamiento de tierras que se está dando en los países
más pobres de nuestro planeta.
En
esta última década, 2000-2010, tal y como denuncia la ONG OXFAM
Internacional según datos proporcionados por la Coalición
Internacional por el acceso a la Tierra, se han vendido o arrendado
una enorme cantidad de tierra en todo el mundo, 203 millones de
hectáreas, es decir, la superficie equivalente a ocho veces el
tamaño del Reino Unido. Una superficie que podría alimentar a mil
millones de personas, casualmente, el equivalente al número de
personas que hoy en día se acuestan con hambre cada noche.
El
alto precio de los alimentos, principalmente desde el boom del 2007,
y las perspectivas de crecimiento demográfico mundial a un ritmo
exponencial han disparado el interés de los inversores (empresas
multinacionales agroalimentarias, fondos de inversión o estados
propiamente dichos), por la compra de tierras con el objetivo de
asegurar la provisión de materias primas para sus empresas o países
en algunos casos pero, en muchos casos, con él único objetivo de
atesorar tierras para especular con el valor de las mismas y lograr
un rápido enriquecimiento jugando con el sustento de millones de
personas. Concretamente, el boom mencionado del 2007-2008 se ha
traducido en un crecimiento de compra de tierras de un 200% en éstos
últimos años.
La
inversión en agricultura es un objetivo loable y necesario para
lograr el desarrollo de los países más pobres y atrasados del globo
donde la hambruna y pobreza de sus poblaciones locales hacen más
necesario que nunca la inversión responsable en agricultura, el
apoyo a las pequeñas familias agricultoras y el desarrollo de las
infraestructuras básicas (acceso a la tierra, riego,
comercialización, formación, tecnología, maquinaria, etc.) y por
ello es uno de los grandes objetivos que se ha fijado la ONU con la
celebración el año próximo del Año Internacional de la
Agricultura Familiar, por cierto, una efeméride lograda por el
incansable empeño del Foro Rural Mundial, organización de hondas
raíces vascas pero con unas amplias ramificaciones que llegan hasta
los cinco continentes gracias al trabajo en red de cientos de
organizaciones y asociaciones de la sociedad civil.
Las
grandes bolsas de tierra adquiridas en estos países pobres y/o
pobres países apenas benefician a la población local ni les ayudan
en su lucha contra el hambre puesto que si bien en algunos casos de
deja sin cultivar a la espera que la especulación haga incrementar
su valor para el beneficio de sus inversores en otros muchos casos,
el cultivo de las mismas está destinado a una agricultura orientada
exclusivamente a la exportación, en multitud de casos, siendo
cultivos para la producción de biocombustibles y utilizando a la
población local en unas condiciones laborales más que precarias.
La
previsión de que para el año 2050 la economía mundial se
triplique, hace pensar que serán necesarios unos mayores recursos
naturales y agrícolas que ya son escasos por lo que, lógicamente,
la tierra adquiere un valor en alza en un planeta sometido a una
enorme presión en sus lucha contra el cambio climático, el
agotamiento de los recursos hídricos, la cada vez mayor demanda de
captura y almacenamiento de carbono, la producción de
biocombustibles para los países más desarrollados, etc y
consiguientemente, estos crecientes usos de la tierra entrarán en
competencia desleal con los intereses más primarios de la población
local que ansía, en primer lugar, acabar con el drama del hambre y
desnutrición de su población.
Es
por ello que en este difícil contexto son cada vez más numerosas
las voces que reclaman y exigen a los organismos mundiales (Banco
Mundial, ONU, etc.) que tomen medidas a fin de garantizar que la
población de esos países que sufren el acaparamiento de tierras sea
tenido en cuenta y sus intereses más básicos no se vean
perjudicados por el ansia voraz de los países más ricos del
planeta.
Ser
conscientes de esta problemática no nos va a solucionar ninguno de
los problemas inmediatos que tenemos sobre la mesa. Si pasamos de la
asunción del problema a aportar nuestro granito de arena en esta
cuestión, no tengo la más mínima duda que tanto la vida de miles
de agricultores de esos pobres países como la de muchos de nuestro
entorno mejorarán.
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