Tierra de champiñones
Cuando
empecé a salir con mi novia, la que hoy es mi esposa, de Bilbao para
más señas, conocí nuevos territorios, ajenos a un joven de la
comarca del Goierri guipuzcoano y entre ellos, quisiera destacar la
zona de Uribe-Kosta y más concretamente el precioso rincón de
Armintza, el barrio costero del municipio de Lemoiz.
Íbamos
en coche por las carreteras comarcales de la zona, viendo pueblos tan
bonitos como Larrabetzu, Gamiz-Fika, Mungia, Maruri-Jatabe, etc que,
aprovechando el viaje les animo a conocer, y mientras agarrábamos el
volante veíamos el constante e imparable crecimiento de dichos
municipios y particularmente, los numerosos chalets y viviendas
individuales que, a semejanza de los champiñones, brotaban por todas
las campas.
Como
joven que ansiaba casarse y tener su propia casa, no les oculto que
sentíamos una sana envidia por todos aquellos que disponían de
dinero para construir una casa en sus terrenos o en las parcelas que
habían previamente adquirido pero no por ello, dejaba de
sorprenderme, la diferente actitud de los ayuntamientos para con la
construcción de la vivienda aislada en suelo no urbanizable,
conocido popularmente, como suelo rural.
Mientras
en mi zona, Gipuzkoa, la construcción de vivienda aislada en suelo
rural, salvo excepciones en algunos municipios costeros, se limitaba
a los barrios rurales donde los hijos/as de los baserritarras, en
muchos casos con martingalas que rayan la ilegalidad, construían
nuevas viviendas, observaba que en la parte bizkaina la floración de
los chalets afectaba a casi todas las parcelas rurales.
Con
carácter general y refiriéndome sólo a la construcción en suelo
no urbanizable, se ha construido en exceso, sin orden ni concierto,
sin ninguna lógica de ordenación territorial (el dolor de estomago
que me provoca sólo con recordar algunos tradicionales pueblitos
alaveses al que les han endosado una urbanización moderna a modo
de ciudad paralela), sin exigir la dedicación a la actividad agraria
que fija la ley vasca del suelo del año 2006, guiándose unicamente
por la faceta recaudatoria que la pujante construcción suponía para
las arcas municipales y lo que es peor, siempre según mi criterio,
en muchos casos, sin buscar la cohesión y el fortalecimiento de los
pueblos.
Como
dice mi amigo Jon, vivir en un caserío o en una vivienda aislada en
el medio rural, sólo tiene sentido para el que vive de la tierra,
porque en el caso contrario, tienes que andar permanentemente montado
en el vehículo tanto para trabajar, hacer las compras, ir a clase o
al médico, etc. y es por ello que no comparto la estrategia de
algunos municipios que permitieron, y permiten, construir en suelo
rural, sin ton ni son, mientras eran y son incapaces de conformar un
pequeño núcleo que sustente una pequeña escuela, un mínimo
comercio- bar, ni el menor de los servicios puesto que la dispersión
permitida ni favorece la socialización ni la vida de pueblo que
tanto requieren estos minúsculos pueblos.
Ahora,
en plena crisis y con el sector de la construcción en horas
subterráneas, con una incomprensible falta de crédito para las
familias que necesiten adquirir vivienda, el Gobierno Vasco ha
decidido acometer un proceso de revisión de las Directrices de
Ordenación Territorial (DOT) y establecer
como uno de los pilares de su modificación, limitar la
artificialización del suelo y redireccionar las actuaciones hacia el
concepto de ciudad compacta.
Igualmente,
a través de la modificación de la Cuantificación residencial en
las DOT, ha pretendido evitar la artificialización del suelo
limitando el parque residencial y el suelo urbano a la necesidades
reales ya que según Lakua “la reutilización de viejos suelos
construidos y la renovación de espacios obsoletos o en desuso debe
formar parte de los estudios y factores a tener en cuenta en todo
planeamiento urbanístico municipal” antes de fijar la mirada en
suelos rústicos aún vírgenes.
No
podemos ni debemos olvidar, y con esto acabo, un par de datos sobre
el inquietante proceso de artificialización del territorio que hemos
vivido en los años locos del boom inmobiliario: la superficie total
artificializada, sólo en el periodo 1994-2005, ha aumentado un 25% y
el incremento medio anual de suelo artificializado en la CAPV, entre
2005 y 2011, ha sido de 350has,
suponiendo la perdida
irreversible de suelos fértiles, ya que debido a la topografía
montañosa y al modelo de asentamientos de la CAPV, las zonas
preferentemente artificializadas se sitúan en fondos de valles.
¡Ahí
es nada!
Xabier
Iraola Agirrezabala
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