En pelota picada
Hace
ya un tiempo le escuchaba a un agricultor valenciano lamentarse de
los irrisorios precios que percibían por sus cítricos vendidos,
principalmente, en Centroeuropa ya que a consecuencia del endiablado
sistema de “venta a resultas”, el agricultor inicial, como se
dice vulgarmente, no se comía un colín. Según me comentaba este
agricultor, el citricultor valenciano cobraba lo que “resultase”
de restar al precio de venta al público los beneficios del
comerciante, del transportista,intermediarios varios, de la
cooperativa manipuladora o empresa comercializadora y frecuentemente,
lo “resultante” no llegaba no siquiera para cubrir los costes de
producción del campo, ósea, hablando alto y claro, que todos los
agentes de la cadena alimentaria en cuestión tenían derecho a
cobrarse sus costes de producción salvo, como siempre, el productor.
Pues
bien, parece ser que esta antiquísima y enraizada práctica
comercial se ha debilitado con la aprobación de la Ley de Cadena
Alimentaria que, en teoría, prevé la obligación de contrato
escrito en todas las compraventas de alimentos pero, mucho me temo,
que esta práctica de venta a resultas, en mayor o menor medida,
sobrevive aún con más vigor del deseado.
Si
bien la venta a resultas se ha debilitado no es menos preocupante la
actual “venta a pérdidas” donde, aquí también, un eslabón de
la cadena alimentaria, principalmente, la distribución vende los
alimentos al consumidor final por debajo de sus costes con el único
objetivo de ganar cuota de mercado, ósea, hacerle la puñeta a sus
competidores y consiguientemente, dado que ellos nunca pierden,
repercutir a la baja esa merma al eslabón anterior, industria
transformadora, y ésta, automáticamente, repercutir dicha bajada a
su proveedor inicial, el productor que, lamentablemente, es incapaz
de repercutir esa merma a sus proveedores (semillas, fertilizantes,
pienso, fitosanitarios, …) que, también, son más poderosos que
él. Como verán, los baserritarras, se encuentran en el medio de un
sándwich al que todo Dios da un mordisco y es, casualmente, el
productor de los alimentos que conforman ese sándwich el que se
queda con la miel en los labios y relamiéndose la mala baba que le
genera la situación.
Casualmente,
estos días hemos podido saber que ........
una bomba de origen murciano ha
estallado en pleno corazón comunitario y con ello ha lanzado por los
aires uno de los pocos salvavidas que tenía el conjunto de la
cadena, pero muy especialmente, el sector primario en el momento de
hacer frente a la práctica comercial suicida, a la que antes me
refería, conocida popularmente como “venta a pérdidas”. Me
explico, el pasado 19 de octubre el Tribunal de Justicia de la Unión
Europea emitió una sentencia, dictada por una cuestión iniciada en
un Juzgado murciano donde se recoge que la prohibición general de
las ventas a pérdida que se contiene en la ley de comercio minorista
española es contraria al Derecho comunitario, especialmente a la
Directiva sobre prácticas comerciales desleales y que, por lo tanto,
que la manden a la papelera.
Según
los análisis que he podido leer sobre la cuestión la Sentencia, con
mayúsculas, ni afirma que las ventas a pérdida sean siempre
admisibles ni admite su prohibición general sino que sentencia que
sólo debieran combatirse aquellas prácticas que sean calificadas
como engañosas o agresivas y para ello debiera ser precedido,
siempre, de un análisis que determine, o no, el carácter desleal de
la práctica denunciada. Ósea, si los productores contaban con pocas
y débiles herramientas y marcos normativos para defenderse ante los
más poderosos, con esta sentencia, los productores se quedan,
literalmente, en pelota picada sin nadie que les ampare frente a unos
pocos que, éstos sí, si tienen quienes les defiendan, los de la
toga y la corbata.
La
venta a pérdidas, por otra parte, además de abogar al eslabón más
débil, el productor de alimentos, deja sin oxigeno y asfixia al
conjunto de la cadena alimentaria, cargándose todo el tejido
productivo y además de banalizar la imagen de los alimentos que nos
echamos a la boca, impone de facto una alimentación “low cost”
donde la calidad pasa al últimos de los escalones frente al
todopoderoso precio que se establece como único factor de compra.
Quizás, querido lector, usted sea de los que con una mirada
cortoplacista se alegre de esos sorprendentemente bajos precios de la
alimentación pero le advierto que, a medio y largo plazo, es una
política que se volverá, irremediablemente, en su contra.
No
es que lo digo yo, lean estas declaraciones : “Los
beneficios para los ganaderos de aquello que los consumidores
europeos gastan en comida están siendo reducidos continuamente a
causa de una clara desigualdad de poder
(...)
Concretamente, los supermercados en particular hoy están disfrutando
un “super poder” gracias al efecto doble de la globalización y
de un nivel alto de concentración de ellos en Europa. Esto les da
una ventaja desproporcionada frente a los productores primarios"
y flipen, como dice mi hijo, al comprobar que son declaraciones del
comisario europeo Phil Hogan.
Por
lo tanto, y con ésto acabo, cuando vayan a adquirir un alimento
reflexionen sobre los motivos de ese bajísimo precio y caerán en la
cuenta que, quizás, haya algún productor que o bien no ha cobrado
bien ha cobrado por ese alimento menos de lo que le costó
producirlo.
Xabier
Iraola Agirrezabala
Comentarios