El virus de marras
Resuenan por toda la estepa castellana-aragonesa que rodea la capital
que todo lo absorbe, las carcajadas de los paisanos al escuchar las
ordenes administrativas de nuestras autoridades que recomiendan que
dejemos un metro de distancia entre uno y otro en aquellos eventos de
más de 1.000 personas . Ellos, los paisanos, que viven en
nanopueblos y acostumbrados a distancias kilométricas para poder
encontrar otro poblador estepario con el que simplemente mantener una
conversación, flipan en colores al escuchar las ordenes que, al
parecer, no van con ellos y por la paranoia generada en las urbes
ante
la imposibilidad de arrejuntarse masivamente en eventos lúdicos sin
los cuáles su vida pierde todo el sentido.
Mientras tanto, uno que es obediente, siguiendo a pies juntillas las
instrucciones de la autoridad competente, ha optado por el
teletrabajo para afrontar la dura tarea semanal de juntar letras con
el objetivo último de, además de chinchar a mis seguidores más
acérrimos, reflexionar y poner altavoz a la realidad del agro, sin
querer pecar de presuntuoso, al menos a parte de ella. Al optar por
el teletrabajo me evito el contagio del puñetero virus que, al
parecer, surgió de un mercado de abastos chino donde la tropa se
hacía con bichos, murciélagos y alimañas de toda calaña para
satisfacer su apetito culinario y que ha provocado un estallido
socioeconómico-político de dimensiones insospechables.
El coronavirus de marras, mejor dicho su expansión y su letal
afección a grupos de población como las personas mayores ha
provocado que las autoridades públicas, muchas veces por
responsabilidad, otras veces curándose en salud, no vayan a ser
acusados de inacción, hayan impulsado diferentes medidas entre las
que destacan el aislamiento de determinadas zonas o poblaciones y
otras medidas, menores pero no menos impactantes, como son el cierre
de centros educativos, eventos deportivos y culturales de cierta
dimensión, etc.
Las medidas adoptadas por nuestras administraciones han hecho saltar
las alarmas de la población y así hemos podido ver escenas de
acopio salvaje de alimentos, tiendas vacías y gente haciendo las
compras de noche no vaya a ser que el vecino de arriba les vaya a
dejar sin nada. El miedo de la población, además de libre, es una
poderosa arma que los desalmados utilizan en su favor y para arrimar
la ascua a su sardina. Por cierto, quisiera destacar en este sentido,
que las imágenes del histerismo en el acopio de alimentos pertenecen
a esas cadenas de distribución a las que nadie acude, todo Dios pone
a parir pero que, paradójicamente, se llevan la mayor porción de la
cuota de gasto alimentario. Mientras tanto, las tiendas tradicionales
de barrio y los mercados de productores no están vacíos de
alimentos, pero sí de clientes.
Hablando de ascuas y de sardinas, el hipotético desabastecimiento
alimentario en algunas tiendas me vale para reflexionar en voz alta
sobre el alcance de la archiconocida soberanía alimentaria que
algunos, desde un extremo, utilizan para reivindicar la
generalización del hasta ahora minoritario modelo agroecológico al
conjunto del sector productor y que otros, desde el otro extremo,
utilizan para ridiculizarla como el paso previo a la autarquía o al
canibalismo entre convecinos, término que utilizó en su momento el
popular Antonio Basagoiti.
Pero más allá de estas actitudes extremas, creo que la alarma
generada por el virus nos viene como anillo al dedo para que,
aquellos que defendemos la producción alimentaria y que,
reiteradamente, subrayamos el valor estratégico de la alimentación
y del sector primario , saquemos la temática a la palestra, puesto
que la alarmante situación generada, la restricción, al menos
parcial y puntual, al comercio inter países y continente nos sitúan
ante el escenario, fatídico escenario por otra parte, donde hasta el
más despistado de los consumidores se percata de las consecuencias
de abandonar la producción primaria y de confiar el sistema
alimentario a las importaciones.
El cierre de fronteras y/o la imposibilidad de acceder a alimentos
(además de otros numerosos productos no alimentarios, materias
primas e industriales) de países terceros evidencia la fragilidad de
nuestros sistemas alimentarios, nuestra cuasi total dependencia
alimentaria de unos pocos países, así como, la gran dependencia de
nuestro sector productor orientado masivamente a la exportación para
con otros cuantos países que, a la primera de cambio, bien sea por
un enfado de Putin, un embargo político al país de marras bien sea
por cuestiones sanitarias como las que nos ocupan, te cierran las
fronteras y te dan con la puerta en las narices.
No es cuestión de reivindicar la plena soberanía alimentaria a
nivel de cada pueblo, comarca o nación, ni de prohibir todo comercio
internacional y las exportaciones ni mucho menos de fomentar el
canibalismo tribal entre semejantes pero, dicho lo dicho y visto lo
visto, conviene que más de uno (familia, pueblo, comarca, comunidad,
nación, continente,…) reflexione sobre la cuestión y asumiendo
las consecuencias de la adopción del carácter estratégico de la
alimentación y por ende, del sector productor de alimentos, se
impulsen las políticas pertinentes para poder materializar los
objetivos fijados, al menos, teóricamente.
Dice el refrán popular que “no hay mal que por bien no venga”.
Saquemos, entonces, conclusiones del dichoso virus de marras. Yo, por
si acaso, me voy a cenar con mi sanedrín semanal, antes de que a
alguien se le ocurra la feliz idea de cerrar la sociedad.
Xabier Iraola Agirrezabala
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