Morir matando
El pasado domingo, cientos de
miles de personas del mundo rural invadieron, eso sí, pacíficamente, las calles
de Madrid. Miles de agricultores, ganaderos, cazadores y demás gente del mundo
rural, vinculadas al mismo, bien profesionalmente bien socialmente y/o como mero
respaldo ciudadano, se echaron a la calle y apoyaron con su simple presencia el
grito desgarrador de un mundo rural y un sector primario que, lenta pero inexorablemente,
languidece.
A lo largo del día, los cámaras y
fotógrafos más avezados, tomaban imágenes de los personajes más curiosos y
estrafalarios que poblaban la movilización, al objeto de que los editores de
sus medios de comunicación pudieran tener elementos de enganche con los que
justificar la campaña de ridiculización que tenían orquestada.
Que si los marqueses a caballo,
que si los cazadores disfrazados de Rambo, que si los señoritos y sus siervos
en Los Santos Inocentes, … todo lo que sea, lo posible y lo imposible, con el objetivo
de ridiculizar, y con ello, deslegitimar, las motivaciones que han desencadenado
esta nutrida movilización.
Es mejor, al parecer, hablar de
esos personajes, tan pintorescos como minoritarios, que afrontar de raíz, ósea
radicalmente, los motivos que subyacen en la base y para ello, nada mejor, que
abordar los veinte puntos recogidos por los convocantes entre los que
convendría destacar cuestiones nada despreciables como servicios
socio-sanitarios en el mundo rural, aplicación efectiva e inmediata de la Ley
de Cadena Alimentaria, control de las importaciones y reciprocidad en las
condiciones de producción, una PAC más justa, retirada del lobo del LEPRES, la
Ley de Bienestar y Protección Animal que ahoga la caza, etc. etc.
Es, como se suele decir
popularmente, agarrar el rábano por las hojas y/o quedarse cegado por el
detalle para que nadie ponga el foco en lo esencial de tus reivindicaciones que
se puede resumir, en dos palabras, tan sencillas como contundentes, como son:
dignidad y respeto.
Respeto, empezando por la
segunda, para una actividad tan primaria como natural y vinculada a la tierra,
donde la tierra, las plantas, árboles, ganado y resto de animales son consustanciales
e inseparables de la actividad. Por lo tanto, mayor respeto, menor acoso y
persecución para estas actividades que, por extrañas que resulten para aquellas
personas que nunca han salido de su ciudad y si lo han hecho, sólo ha sido para
ir a otro país o continente, no vaya a ser que sea tildado de pueblerino por
quedarse en la cercanía, como decía, por extrañas que le resulten son
actividades naturales, lógicas, sostenibles y además constituyen parte de
nuestro acervo cultural.
Dignidad, igualmente, para unas
actividades como la agricultura, ganadería, forestal, caza, etc. que son, al
menos hasta que se maximicen los alimentos sintéticos que tanto gustan a los
fondos de inversión de Sillicon Valley y a los ultramodernos, la base de
nuestra alimentación, de nuestra cocina y cultura gastronómica, los que
gestionan el 90% del territorio, mantienen y cultivan los bosques, contribuyen
a mejorar el aire y nuestro medio ambiente en general, etc. y los que con su
actividad de caza, lo hagan por profesión y/o deporte, contribuyen al control
de las poblaciones cinegéticas y en particular, mirándolo desde el campo, nos apoyan
en la lucha contra la sobrepoblación, plaga diría yo, de jabalíes, corzos, conejos,
etc.
Muchísimas de las personas que se manifestaron
por Madrid recibieron en 2020 el título de esenciales, igual calificación que
recibieron los transportistas que ahora (cuando escribo estas líneas, los transportistas
no convocantes firman el acuerdo mientras la Plataforma aún no se ha sentado
con la Ministra), tras años de ninguneo, maltrato y dejadez, han decidido morir
matando, morir como autónomos que van arruinándose en la medida que salen a la
carretera y matando, con su parón, a sus clientes de todos los sectores
económicos del país.
Esa misma expresión, morir matando,
fue utilizada por un ganadero de vacuno de leche de Asteasu, Mikel Arteaga, que
al verse asfixiado por el alza de costes de producción y la falta de reacción
de la cadena entre empresa-distribución para incrementar el precio a los
productores, anticipa que ha llegado el día D, donde si hay que morir se muere,
pero no callando sino gritando a los cuatro vientos y señalando, al menos con
el dedo, a los verdaderos culpables de la situación actual y a los que están
llevando, sin exclusión alguna, a que el Estado se quede sin ganaderos, y con
ellos sin cooperativas ni industrias, y que nuestro mercado quede a merced del
sector lácteo europeo, principalmente francés, con la inestimable labor de zapa
emprendida por sus industrias y sus cadenas de distribución (con la valiosa
colaboración de cadenas españolas) infiltradas entre nosotros.
Morir matando decía yo antes,
quizás, no haya ni que matarnos, quizás, ya estemos muertos.
Xabier Iraola Agirrezabala
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