Juventud, divino tesoro
Me cabrea sobremanera cuando
asisto a una reunión o jornada donde, bien como ponente bien como público, me
corresponde participar y tras dar mi opinión, nuestra opinión, que muy
frecuentemente no gusta del agrado de unos cuantos, escucho algunos comentarios,
en plan jocoso, siempre con el objetivo de minusvalorarla, haciendo mención de
la naturaleza sindical (organización profesional agraria, propiamente dicha) de
la organización en la que trabajo.
Los hay, que también, quienes me
tienen como el “enfant terrible” del agro y me invitan a participar en eventos,
charlas y jornadas para con mis opiniones críticas y ocurrencias, agitar el
avispero y despertar a la audiencia adormilada.
Pues bien, les tengo que
reconocer que ninguna de las actitudes me gusta. Soy consciente de lo que hay,
del entorno en el que me muevo y así, aprovechando lo que unos prevén y otros
ansían escuchar, asisto a los diferentes eventos para sacar a la palestra temas
que casi nadie se atreve a tratar y meter el dedo en la llaga de aquellos que
silencian y ningunean la labor que desempeñan los productores. Más aún,
teniendo en cuenta que cada vez quedan menos productores y que las estadísticas
apuntan hacia un horizonte bastante, por ser optimista, oscuro.
Me refiero al último informe del FEGA,
organismo dependiente del Ministerio de Agricultura, que da cuenta de los
perceptores de la PAC en función de la edad y sexo de los perceptores, que recoge
unos datos estremecedores que te dejan el cuerpo trastocado.
Comienzo reconociendo que las estadísticas
de perceptores de la PAC no son exactamente trasladables al conjunto del sector
primario puesto que son varios los subsectores productivos (ganaderías intensivas
como porcino, avicultura, cunícola, etc. y sectores hortofrutícolas) que quedan
fuera del radar de la PAC, al menos de sus pagos directos. No obstante, creo
que los datos del informe no distarán mucho de la foto real del conjunto del
sector primario.
Pues bien, comienzo desgranando
los datos e inicio por los más jóvenes, así, según esos datos en el año 2020 el
número de jóvenes menores de 25 años no alcanza ni un mísero 1% del total,
exactamente, un 0,70%, algo que ocurre tanto a nivel de Euskadi como a nivel de
todo el Estado. Imagínense, por un momento, qué diríamos de las perspectivas
demográficas de un país si su población menor a los 25 años sólo fuese de un
0,70%. Pues algo así de catastrófico y terrible ocurre en el sector primario, el
sector que nos da de comer tres veces todos y cada uno de los días. Por ello,
cabe preguntarse, ¿tendremos alimentos en un futuro no muy lejano o dependeremos
mayoritariamente de alimentos provenientes de otros países y/o continentes?
Si le parece que el estrato de jóvenes
de hasta 25 años es demasiado limitado, ampliemos la mira telescópica y
fijémonos en aquellos que, tal y como considera la política agraria europea, son
menores de 41 años, pero aún así, aunque no es menos cierto que los datos
mejoran, me reconocerán que no resulta muy esperanzador observar que los “jóvenes”
de hasta 40 años son apenas un 8,77% del total en el Estado y 9,18% en Euskadi.
Ósea, subiendo el umbral hasta la edad de 40 años, edad a la que resulta
irónico llamar joven a una persona, ni siquiera se alcanza al 10%. Ante estos
números, mi pregunta es, ¿qué capacidad de renovarse o regenerarse tiene este
sector donde las personas cuya edad alcanza algo más de la mitad de su vida
laboral no son ni uno de cada diez activos actuales?
Si no les satisfacen los datos,
vuelvo a ampliar la mira telescópica hasta los semi-jovenes de entre 40 y 65
años, por cierto, les anticipo que yo estoy en este estrato por lo que les
invito ahorrarse cualquier comentario jocosillo, y aquí, la verdad sea dicha,
los datos mejoran ostensiblemente, acuérdense de mi innata ironía, puesto que
en este estrato de edad están el 52,59% del total en el caso del Estado y el
55,35% en nuestro caso, Euskadi. Aquí está el grueso del sector productor, más
de la mitad de los activos y mucho me temo, si bien no se puede comprobar en el
informe, la mayoría de ellos, estarán ubicados en la banda superior de ese
estrato que abarca 25 años.
Ahora bien, los datos mejoran aún
más si, ampliando la mira, fijamos la vista en el estrato de los “jóvenes
permanentes”, es decir, los mayores de 65 años que en el caso del Estado casi
suponen el 40% de los activos, exactamente un 38,64%, mientras en el caso
vasco, son un 35,54%.
Hablando en plata, casi el 40% de
los productores debería estar jubilado y si a ello, le añadimos que para
reemplazar a este casi 40% sólo tenemos un 0,70% de jóvenes, o un 8,77% siendo
benevolentes, ¿qué horizonte le depara al sector primario estatal? Y añado, ¿qué
futuro le depara a la todopoderosa industria agroalimentaria que, además, es la
punta de lanza de nuestras exportaciones?
No hace falta que me respondan.
Tampoco es necesario que se preocupen. Menos aún que se ocupen de ello. No
olviden que todos estos malévolos datos y obtusas críticas provienen de un
sindicalista que, además, para completar su tarea, juega a ser un juntaletras
con el único afán de perpetuarse en su papel de “enfant terrible”.
A lo dicho, ni caso.
Xabier Iraola Agirrezabala
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