Hay caldo casero
Casero. Así se autodefine un
famoso caldo elaborado por una multinacional alimentaria que, valiéndose del
gracejo de un archifamoso cocinero, nos intenta hacer creer que el caldo producido
por millones de litros en unas megainstalaciones industriales puede ser
considerado casero, equiparándolo así, al que usted puede elaborar en su casa
con los ingredientes que ha seleccionado y comprado previamente.
Es una más de tantas artimañas
que la industria alimentaria tiene para engañar al consumidor final y lograr,
de paso, que alargue el brazo y adquiera el producto que ellos quieran, en
todos y cada uno de los actos de compra que usted realice a lo largo del día y/o
semana.
En ese ejercicio de engaño resulta
capital el papel que juega el etiquetado de los productos y la información
alimentaria de los envases, por ello, las industrias son plenamente conscientes
que no pueden (deben) incumplir la normativa vigente pero sí, sortearla y torearla,
para lo cual, más allá del habitual recurso a la letra de tamaño diminuto que
dificulte su lectura, se suele recurrir a frases y lemas que, de forma clara,
apelan al consumidor final ávido de comer sano, saludable, de forma respetuosa con
el medio ambiente y con el bienestar animal, etc.
Pues bien, hace muy pocos días,
los auditores del Tribunal de cuentas europeo han publicado un informe sobre el
etiquetado de los alimentos que concluye que es urgente la actualización de la
normativa, que no se ha actualizado desde 2011, y que, a pesar del trabajo
realizado los últimos años en el hemiciclo europeo, debido a desacuerdos en el seno
del parlamento europeo, no acaba de ver la luz. Además, concluye igualmente, que
ese retraso en la actualización de la normativa ha contribuido a la
proliferación de regímenes voluntarios y alegaciones que confunden más que
informan a los consumidores. La policía, en este caso las instancias europeas, es
lenta mientras que los malos, los que pretenden engañar, son más rápidos y
hábiles en sortear la legalidad para así, engordar la saca.
De esta forma, sin base
científica alguna que lo sustente, vemos en los envases multitud de frases,
alegatos, definiciones y supuestas bondades del producto que, como decía yo y
corrobora el Tribunal de cuentas europeo, no tienen más objetivo que engañar al
consumidor. Así, leemos en los envases aseveraciones como “natural, fresco,
casero, sin antibiótico, artesanal, …” mientras la realidad en el proceso de la
cadena alimentaria de esos productos discurre, en muchos casos, por otros
derroteros.
Se oculta o minimiza la
información sobre sus puntos flacos y se destacan, sobremanera, incluso obscenamente,
aunque para ello haya que rozar los límites de la mentira, aquellos puntos que
consideran serán bien percibidos por el consumidor. No puedo olvidar el shock que
me generó, en 2015, saber que una famosa empresa de sobaos había renovado su
receta para, en adelante, hacer los sobaos con mantequilla “natural”.
Comprenderán mi shock puesto que el miedo se apoderó de mí al desconocer qué
tipo de mantequilla estaban utilizando hasta entonces en los sobaos que yo
compraba para mi padre, enfermo de Alzheimer. Otro tanto, ocurre con esos
fiambres, sean de pavo o cerdo, que en unos casos ocultan que la carne no
alcanza ni al 50% mientras que, en otros, por el contrario, nos venden como algo
extraordinario fiambres que superan el 80% de carne.
Ya lo decía la profesora de la
UPV, Leyre Gravina, el etiquetado cuanto más simple mejor, cuantos menos
ingredientes tenga mejor, por que eso querrá decir que son menos los “añadidos”
a la materia prima base y estando totalmente de acuerdo con ella, soy de la
opinión que, además de mejorar la información alimentaria en etiquetas y
envases, debemos impulsar una estrategia
alimentaria donde los consumidores sean plenamente conscientes de la
importancia de la alimentación en su salud y paralelamente, que sean
conscientes que una alimentación saludable requiere de un compromiso para
invertir fondos en la compra de producto
fresco y lo más local posible, invertir tiempo en el acto de compra y en el
acto de cocinar, dado que su salud dependerá, en gran medida de estas
inversiones.
Hace unos años, y vuelvo al famoso
caldo casero, se emitía un anuncio donde la voz en off de la firma de caldo le
susurraba a la protagonista del anuncio, mujer por supuesto, que no perdiese el
tiempo en la cocina, que para eso ya estaban ellos y que ella, sólo debiera
dedicar su tiempo a cuestiones importantes como ponerse bella, yoga, gimnasio,
etc.
Desgraciadamente, no es un caso
aislado, es un suma y sigue, de una industria alimentaria que nos bombardea el
subconsciente con la atractiva idea de que el tiempo gastado en cocinar, es un
tiempo perdido y mucho me temo que nos han ganado la partida.
Lo vengo diciendo reiterada y
machaconamente, si dejamos de cocinar y recurrimos de forma notable a
precocinados y ultraprocesados, llegará el momento en que no conoceremos los
productos frescos, ni distinguir las piezas de carne o los diferentes pescados
y en ese momento, justo en ese momento, además de haber perdido toda nuestra
cultura culinaria y gastronómica, estaremos irremediablemente atados, de pies y
manos, a lo que nos quiera dar de comer la industria alimentaria.
Xabier Iraola Agirrezabala
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