La tía Juli
La tía Juli, bien tempranito, encendía
el fuego, templaba la casa y tras dar de desayunar a todo aquel que pasaba por
la cocina, comenzaba con los preparativos para el almuerzo y no contenta con
ello, simultaneaba esas tareas culinarias con otras muchas tareas, tan diminutas
como imprescindibles, de limpieza y mantenimiento de mobiliario, ropa, huerta,
flores, etc.
Cientos de pequeñas tareas que
hacía la tía Juli que pasaban desapercibidas para el resto de la familia y que,
por lo tanto, no eran ni reconocidas ni agradecidas por nadie. Ese tipo de
tareas que, por muy pequeñas que resultasen, de forma encadenada entre sí,
conformaban la base de la buena marcha de la familia y de la casa, eso sí, ejecutadas
de forma sigilosa y casi anónima. Incluso, había algún sobrino que se permitía
el lujo de ironizar, con el ir de aquí para allá de la tía Juli, como si no
hiciese nada o estuviese en un paseo infinito.
Pues bien, la tía Juli, falleció
de repente, de un día para otro, sin que nos diésemos cuenta y sin que tuviésemos
tiempo suficiente para asimilar su pérdida. Eso sí, la arrancada de la semana
siguiente a su adiós fue suficiente para que todos los miembros de la familia
percibiésemos que la vida cotidiana de la familia no iba bien, que las pequeñas
cosas rutinarias faltaban e incluso, hasta el sobrino que hasta hace bien poco
ironizaba sobre la tía Juli, cayó en la cuenta de que la cadena vital de la casa
fallaba estrepitosamente porque las pequeñas manos que engrasaban esa cadena,
las de la tía, ya no estaban.
Es algo que suele ocurrir muy a
menudo, en todos los ámbitos, más allá del ámbito familiar y muy especialmente,
en el ámbito social de los pequeños pueblos que conforman el mundo rural.
Frecuentemente, cuando alguien fallece o abandona sus tareas por enfermedad o
edad, caemos en la cuenta de que ya nadie organiza el campeonato deportivo que
tanto nos gusta, que la brigada de bomberos voluntarios ya no funciona, que nadie
limpia la iglesia o el lavadero, que nadie hace el almuerzo en la fiesta de los
jubilados, que nadie canta en la misa mayor, etc.
Lamentablemente, los echamos en
falta, cuando ya es demasiado tarde, cuando no hay vuelta atrás, cuando bien por
fallecimiento, enfermedad o edad avanzada o bien por agotamiento físico y moral,
al observar que nadie valora lo que uno hace y que nadie está dispuesto a
continuar con la tarea, como decía, los echamos en falta cuando estas
hormiguitas del engranaje social arrojan la toalla y es entonces, demasiado
tarde quizás, cuando valoramos la tarea que hacían para eso que venimos a denominar,
el bien común.
Como imaginarán, tanto la tía
Juli como los otros voluntarios, no son más que un recurso pseudo literario que
este juntaletras utiliza para traer a la palestra la labor, no económica, que
ejecutan los baserritarras, los productores, con su tarea cotidiana.
Los baserritarras, al mismo
tiempo que trabajan sus huertas, sus viñas y sus manzanos, más allá de las
verduras, hortalizas y frutos que recolectan, conforman la base de esa gastronomía
y de esa cultura culinaria que tanto valoramos y que, al parecer, es uno de
nuestros estandartes para el creciente turismo que nos visita. Los
baserritarras, al mismo tiempo que gobiernan su ganado, con el peculiar manejo
de las praderas, combinando muchas veces las ovejas con las vacas u otras especies
como la caballar, van limpiando y cuidando los miles de hectáreas de praderas
que conforman ese paisaje verde que añoramos cada vez que nos vamos hacia el
Sur. Los baserritarras, muchos de ellos propietarios forestales, con sus
pequeñas tareas forestales que perduran varias décadas hasta la corta final,
limpian los montes, los caminos y senderos de montaña de maleza, esos espacios
naturales y abiertos que valoramos cuando salimos al monte a desfogarnos. Los
baserritarras con su cercanía a la tierra y a la naturaleza conservan una
cultura popular y un patrimonio idiomático que es inherente a la propia
actividad y que desaparecerá con la misma.
Por cierto, todos conocemos algún
amigo o familiar que, tras un recorrido montañero, lamenta el cierre de caminos
y bosques por la maleza e incluso, se atreven a augurar el peligro de incendios
si los bosques siguen así de abandonados.
Pues bien, estimado lector, si detecta
alguna tarea o labor que hasta hace bien poco desarrollaba algún baserritarra
de su entorno, si echa en falta a alguien que limpie los senderos, las regatas,
si echa en falta algún producto con el que elaboraba un plato de su cultura culinaria
familiar o si observa con preocupación como las zarzas se van apoderando de las
praderas y el verde se va transformando en un amenazador marrón, ese momento es
el indicado para acordarse de la tía Juli y reflexionar si, al igual que le
ocurría a la tía, valorábamos ( de palabra y obra, claro) , en vida como diría
aquel, lo que el baserritarra hacía que, ahora, demasiado tarde quizás, echamos
en falta.
A lo dicho, reaccionemos, antes
de que sea demasiado tarde.
Xabier Iraola Agirrezabala
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