El sinvergüenza del carnicero
Reiteradamente he escrito sobre el gran engaño al que nos someten las grandes corporaciones alimentarias con productos que inventan y/o copian para, bajo el paraguas de la salud y del medio ambiente, engordar la cartera de sus directivos y repartir dividendos entre los accionistas.
Llevan años intentando hacernos creer que las bebidas vegetales que inventaron para sustituir a la leche y otros productos lácteos, son tan sanas o más, que el original a imitar, y por supuesto, si nos atenemos al argumentario de su potente aparato publicitario, medioambientalmente, mucho más sostenible. Mezclan un 99% de agua con vegetales traídos del más allá y ¡tachán!, ya tenemos el oro líquido altamente beneficioso, sobretodo, para las arcas empresariales mientras, y créanme que lo digo sin acritud, el ingenuo consumidor paga el agua a precio de oro.
Tanto es así, que la algunas empresas lácteas que ven languidecer su negocio lechero, han optado por lanzarse al mercado de las bebidas vegetales pero no se crean que lo hacen por su salud, sino por equilibrar las cuentas y el balance anual. Por cierto, que la Unión Europea, tras una intensa lucha política en sede parlamentaria, rechazó la posibilidad de denominar como leche lo que no es más que agua con unos pocos granos de cereal y les obligó a etiquetarlo como bebida vegetal.
Otro tanto ocurre con la carne donde las grandes corporaciones alimentarias se suben al carro de la lucha contra el cambio climático, para lo cual, chequera en mano, impulsan o compran startups cuyo objetivo sea producir algo parecido a la carne, tanto en su nombre, apariencia como en su sabor. En este sector, a semejanza de lo que ocurre en el lácteo, las grandes corporaciones cárnicas juegan a dos bandas, queriendo ganar en ambos mercados o, cuando menos, compensar con el incipiente mercado la bajada del mercado tradicional. Igualmente, estas grandes corporaciones cárnicas, junto con nuevas empresas “plant based”, pelearon en sede europea para poder etiquetar sus productos con terminología cárnica para despistar o desinformar al consumidor final, y la pelea, lamentablemente, dio sus frutos. Al menos, si nos atenemos al resultado en el Parlamento Europeo.
La cuestión es que, tras esa victoria parlamentaria, estas empresas andan ufanas, salidas de madre diría yo, y se atreven con cualquier terminología y con cualquier lema publicitario con el afán, único y eterno, de ganar más y más dinero. Así, mientras startups virginales nos inundan con anuncios cuyos lemas nos lanzan tales como que al comerte una hamburguesa contaminas más que un trayecto de 26 kilómetros en coche, silenciando por su parte, de dónde viene la soja o los cereales con los que hacen su sucedáneo. Mientras, otras empresas nos hablan de carne vegetal, hamburguesa vegana, pechuga de pollo vegetal, etc. con lo que obligan al consumidor a calzarse las gafas para poder ver el apellido de su producto y cerciorarte si lo que estás comprando es de verás lo que tu querías, ósea comprarte un filete de vaca, una pechuga de pollo o unas hamburguesas de cerdo, o si por el contrario, estás adquiriendo una torta de sojas con infinidad de añadidos, todos ellos virginalmente naturales, para que aquello que no es carne, simule o se asemeje a la carne. Un ultraprocesado de tomo y lomo.
Por cierto, estas semanas, están emitiendo en televisión un anuncio donde un carnicero, vegetariano según la voz en off, nos canta las bondades de la carne del futuro, nos ofrece unos platos de siempre con esa carne futurista, nos propone comer carne sin sacrificar nada (haciendo un juego de palabras sin aludir directamente al sacrificio de ganado) y además, si entras en sus redes, afirman, descaradamente, que quieren ser el mayor carnicero del mundo, un carnicero al que amen tanto las personas como los animales.
Trasteando un poco por las redes, corroboras lo que ya intuyes al ver el anuncio y constatas que, quien se presenta como un simple carnicero, no es más que un actor que da la cara por una gran multinacional británica-neerlandesa, Unilever, una de las mayores multinacionales del mundo, que tiene divisiones empresariales en muy diversos ámbitos como pueden ser la salud, la limpieza, la belleza y, por supuesto, la alimentación.
Esta virginal empresa, cuya imagen pública ahora es encarnada por un amable carnicero, tiene más de 400 marcas de diferentes productos, aunque al parecer se centra en trece de ellas dado que con cada una de ellas factura más de mil millones de euros. Muchas de sus marcas son viejas conocidas nuestras, suyas también, y así tenemos que pertenecen a Unilever marcas alimentarias como los helados Frigo, Magnum, Ben & Jerrys, las pastillas Starlux, las sopas y salsas Knorr, la mayonesa Hellmann´s , marcas de belleza y cuidado personal como Pond´s, Axe, Rexona, etc. y tal es así, que según leo en redes, cada día hay más de 2.000 millones de personas que eligen algún producto de Unilever.
En definitiva, lo que le pretendo hacerle ver es que en este caso tenemos el obsceno ejemplo de una multinacional como Unilever que, bajo el paraguas del medio ambiente y aparentemente preocupado por su salud, se enfunda el delantal de carnicero para sacar tajada de la coyuntura y engrosar, aún más, el balance empresarial mientras usted absorbe una sopa artesana de Knorr, mastica productos ultraprocesados con forma de pechuga de pollo de su marca The Vegetarian Butcher, redondea la comida con un helado artesano de Ben&Jerry elaborado con todo menos leche fresca y para remate, antes de salir de casa, se pega en las axilas un golpe de su desodoránte Rexona, que nunca te abandona, que ríanse ustedes de las emisiones de las vacas.
Xabier Iraola Agirrezabala
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