Ayudas para el que las necesite
Hace 10 años, mis amigos Uxue y Joxemari, decidieron reinventar sus vidas y, liándose la manta por la cabeza, dejando sus vidas anteriores, emprendieron en un nuevo negocio, la hamburguesería MELE MELE de Zarautz que abrió sus puertas un 1 de Julio y que hoy en día, cuenta con su hamburguesería hermana en Tolosa. Mi enhorabuena a ambos, más si cabe en unos momentos, como los actuales, donde el emprendimiento es lo que teóricamente más vende mientras que, en la realidad del día a día, una gran mayoría de los ciudadanos sueñan con ser funcionarios.
Pues bien, quisiera valerme de esta mención para abordar la realidad de los ganaderos que producen carne de vacuno puesto que, aun siendo consciente que dicha realidad discurre por la sombra, sin mostrarse a la luz y sin generar ruido alguno, no es menos cierto que la situación que viven los ganaderos de carne es, sin rodeos y sin tapujos, preocupante.
Para que ustedes se hagan una composición del lugar, aportaré unos pocos datos. Primero, la estructura productiva de Euskadi está conformada por unas 4.227 explotaciones de vacuno, tanto vacas de carne como de leche, pero siendo su inmensa mayoría, unas 3.700 explotaciones, caseríos dedicados al vacuno para carne. Segundo, las explotaciones de vacuno, contando las de carne y leche, pero aclarando que las de orientación lechera suelen ser más grandes, pues bien, las explotaciones de vacuno tienen una media de 20 cabezas y, ya saben, para que salga una media de 20, hay muchos de menos junto con unos pocos mayores. Tercero, la inmensa mayoría de los titulares de las ganaderías para carne son titulares mixtos, lo que ahora se denomina como pluriactivos, que compaginan su trabajo fuera de la explotación con su labor agroganadera metiendo, eso sí, más horas que el propio reloj.
Por otra parte, el 94% de la carne se consume en el hogar frente al resto que se consume fuera del mismo (hostelería, comedores colectivos, etc.), el consumo anual per cápita es de unos 5,9 kilogramos al año en Euskadi frente a los 3,8 del Estado, se comercializa en un 67% en la distribución y un 25% en las canales tradicionales, entiendo que carnicerías, y su consumo crece paralelamente a la edad del consumidor, siendo sus mayores consumidores los consumidores entre 50 y 65 años.
Pues bien, mostrados estos pocos datos con los que pretendo ilustrar el panorama cárnico vasco, extensible a otras muchas zonas, no quisiera dejar sin añadir otro par de datos en lo relativo a los costes de producción. Por una parte, el precio medio que perciben nuestros ganaderos por la carne de ternera es de unos 5,20 euros/kg y por otra parte, según el observatorio de la cadena agroalimentaria del Gobierno Vasco, llamado BEHATOKIA, el coste de producción de un kilogramo de carne de ternera es de 7,60 euros. Ósea, el precio medio que perciben nuestros ganaderos está 2,40 euros por debajo del umbral de costes de producción indicado por el observatorio público.
Si los datos son reales, que lo son, los seguidores más despiertos se preguntarán cómo se puede permitir actualmente y sostener en el tiempo, un sistema de producción cárnica, situación extensible a otros subsectores pero que hoy no voy a abordar, donde los ganaderos están condenados a sobrevivir en un sistema a pérdidas permanente. Pues bien, en mi humilde opinión, una de las claves que nos permiten entender el sistema es el carácter pluriactivo de los titulares, con ingresos externos a la producción, cuyo interés principal es gestionar sus tierras y mantenerlas, en tanto en cuanto son su patrimonio familiar, en un estado óptimo pero donde, por otra parte, observo cada vez más productores hartos de tapar los agujeros de la cuadra con el sueldo de la fábrica.
La otra clave, serían las dichosas ayudas públicas, principalmente provenientes de la vilipendiada política agraria común europea (PAC) que, aunque teóricamente, tienen como finalidad compensar al productor por su gestión del territorio y su cuidado del medio ambiente, eso que se denominan externalidades de la actividad agraria, en realidad, a fin de cuentas, no dejan de ser más que una forma de compensar al productor por los bajos precios que perciben del mercado. Aunque esta última mención les parezca algo fuera de la realidad, no se crean, puesto que las empresas y cadenas que adquieren la carne tienen perfectamente asumido que ellos no quieren abonar ni siquiera los costes de producción y que para eso están, las malditas ayudas con las que sujetar el tinglado de este maldito sistema.
Es las perversión total del sistema alimentario, donde la cadena alimentaria es incapaz de cumplir y de hacer cumplir lo más básico de la Ley de Cadena Alimentaria, es decir, que todos y cada uno de los eslabones que conforman la cadena alimentaria, en este caso la cadena cárnica, perciban al menos un precio que cubra sus costes de producción. Si esto fuese así, no harían falta ayuda alguna para los productores y quizás, solo quizás, sería necesario plantear que las ayudas no fuesen para los productores de alimentos que cubren sus costes de producción y obtienen una cierta rentabilidad, si no, se debiera hablar de unas ayudas para aquellos consumidores vulnerables con problemas para adquirir alimentos.
Termino. ¿se imaginan ustedes esa situación, tan contradictoria como clarificadora, donde algunos consumidores debieran solicitar una ayuda a modo de “bono alimentario” porque tras costearse sus otras prioridades “básicas” (ocio, viajes, tecnología, etc.) no les alcanza para comprar algo tan superfluo y prescindible como la alimentación familiar?
A lo dicho, aprobemos el bono alimentario y dejemos de condenar a los productores a desempeñar su papel de pedigüeños.
Xabier Iraola Agirrezabala
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