Mecagüen los pisapraos

 



El pasado 14 de marzo, en Usurbil, se celebró la entrega de los premios LANDAOLA que organiza la federación de asociaciones de Desarrollo Rural del mismo nombre y los galardones, todos salvo el galardón institucional, fueron a manos de mujeres. Para que luego, la gente tenga dudas sobre el peso real de las mujeres en el primer sector.

Con permiso de todos los premiados, quisiera fijarme en uno de los mensajes que lanzó la pastora-quesera, Eli Arrillaga, en el que reclamó que las actividades propiamente rurales (agricultura, ganadería y foresta) tengan prioridad en las áreas rurales. Así, tan simple, como quien no quiere, al menos así fueron acogidas por este juntaletras, con unas pocas palabras, esta vigorosa mujer lanzó un recadito para aquellos que anteponen los usos turísticos, de ocio, los usos energéticos, los emplazamientos de infraestructuras ajenas al sector, etc. frente a la actividad primaria que, además de reconocimiento y apoyo, necesita que la dejen trabajar tranquilamente en sus terrenos, sin estar constantemente peleando, contra todos y contra todo.

Pues bien, ahora que todos, tras las ansiadas vacaciones, estamos al tajo, resulta muy pertinente, en línea con lo planteado por la pastora antes mencionada, traer a colación una noticia proveniente de los Alpes austriacos donde una pareja de turistas alemanes se adentró en un pasto vallado donde había un rebaño de vacas y una de ellas, atacó a la pareja que consiguió huir corriendo pero, en la carrera, la mujer, lamentablemente, se lastimó la pierna. Resulta que la pareja demandó al ganadero, reclamándole 30.000 por los daños a la salud y por los perjuicios ocasionados al truncarse sus vacaciones, pero, milagrosamente, el juez dio la razón al ganadero, al considerar que la pareja no debiera haber entrado en el recinto vallado y molestar a los animales.


Digo milagrosamente por que considero que aquí, en nuestro sistema judicial, hubiese sido imposible lograr una sentencia de este tipo donde las prácticas ganaderas y los usos y costumbres de las actividades tradicionales del medio rural sean consideradas frente a los usos, ociosos en este caso, de gran parte de la población. Compartirá conmigo, estimado lector, que por estos lares, lo más previsible hubiese sido que el ganadero fuese condenado y obligado a compensar a los pisapraos.

Dicen, mis detractores, que me repito más que el ajo, pero a riesgo de repetirme una vez más, afirmo, con total convencimiento, que este tipo de actitudes incívicas de algunos turistas para con las tierras y bienes primarios, están fundamentadas en un total desprecio hacia todo aquello relacionado con el mundo agropecuario y en un total convencimiento generalizado que el monte es de todos e igualmente, que el principal, si no único, fin del monte es el ocio de los estresados habitantes urbanitas.

Ahora que la primavera pisa el acelerador, que el calorcito anima a los urbanitas a pasear y desfogarse por los montes y bosques del territorio, se multiplicarán los roces y enfrentamientos entre aquellos paseantes, bicicleteros, corredores de ultratrails, etc. que bien sea paseando, corriendo, con sus perros sueltos, se adentran por praderas y bosques que son, en su gran mayoría, de propiedad privada y en aquellos casos de montes públicos, en muchos de ellos, los ganaderos cuentan con permisos y concesiones para su uso. Cuando me refiero a urbanitas, no me estoy refiriendo únicamente a los habitantes de las grandes ciudades y de las capitales, puesto que, desgraciadamente, este tipo de actitudes son extensibles a muchísimos habitantes de ciudades menores y pueblos donde la actividad primaria es muy reducida.

¿Que el perro suelto ahuyenta las ovejas y estas, temerosas, huyen y se despeñan? Para eso están los seguros. ¿que el ciclista montañero se pega un ostión contra un árbol? Haberlo tenido señalizado con un cierre perimetral. ¿Que las vacas se escapan por que el paseante ha dejado abierta la valla? Haber estado vigilando el ganado las 24 horas del día. Y así, suma y sigue, hasta que los baserritarras revientan y estallan, quizás, en el momento y con la persona menos oportuna pero, pienso que alguien debiera comprender que el aguante tiene sus límites.

En la inmensa mayoría de los roces habituales no son cosas graves, pero si pequeñas cuestiones que de forma acumulada, generan un gran malestar entre los baserritarras que, día a día, van viviendo y sufriendo pequeñas muestras de ninguneo y desprecio por parte de algunos urbanitas que se piensan que su disfrute está por encima del trabajo de los productores y que, en aquellos casos donde el choque va más allá de las lindezas verbales, para rematar la faena, acabes oyendo esa fatídica coletilla que dice “y no te quejes tanto, que para eso cobráis las ayudas”.

Ya lo dice el asturiano Nel, “¡Mecagüen los pisapraos!”.


Xabier Iraola Agirrezabala

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