El pilar del caserío
En Euskadi, particularmente, en
su mundo rural, el caserío y/o la casa familiar marca mucho. Tanto es así que
mucha gente, familias completas, son conocidas por el nombre del caserío y
cuando se les hace mención, en euskara, se suele anteponer el nombre del
caserío al del nombre de la propia persona y así, por ejemplo, al hacer
referencia a una vecina, recientemente fallecida, decimos “Ajoaingo Maritxu”
que se traduciría por Maritxu de(l caserío) Ajoain.
Este jueves, por cierto, dimos el
adiós a Arretxeko Pili, es decir, a Pili (Zubiarrain) del caserío Arretxe en el
municipio de Altzo, un pequeño pero bellísimo pueblo de la comarca de
Tolosaldea, quien a sus 58 años falleció tras haber sufrido un infarto el día 1
de mayo.
Pili, fue abogada, la primera, de
la organización agraria ENBA de Gipuzkoa, donde yo trabajo, y si bien su
carrera profesional discurrió vinculada al mundo del derecho, su origen en el
caserío Arretxe le marcó profundamente, dado que es un caserío, caserón que
diría aquel, que data del siglo XVII y con una larga historia que estuvo a
punto de ser declarado monumento histórico, antes de sufrir un incendio en el
año 1999.
Haber nacido en un caserío con
tal carga histórica y pertenecer a una familia de baserritarras fueron el
germen de su firme compromiso con el mundo del caserío, con el sector primario,
con sus gentes, con sus costumbres y tradiciones.
Así podemos comprender mejor como
Pili, viendo que cientos de caseríos, minifundistas ya de por sí, se dividían
en numerosas pero diminutas fincas por eternas y encarnizadas peleas familiares
en el momento de hacer el reparto en base al derecho civil español, el de los
tres tercios, se revolvió y emprendió un arduo trabajo para que la costumbre
del mayorazgo en el caserío gipuzkoano se convirtiese en ley.
El mayorazgo, que dejaba el
caserío en su integridad en manos del mayor de los hijos/as, mayoritariamente
el hijo varón, costumbre que era desechada y/o anulada por sentencias que
aplicaban, como decía, el derecho civil español, y esa impotencia de la
costumbre del mayorazgo, por muy enraizada que estaba, ante una sentencia en
firme, provocó que Pili se lanzase, cual quijote, a la tarea de dotar respaldo
legal a la costumbre del mayorazgo y en dicha tarea contó con el respaldo de la
organización ENBA, el apoyo moral de unos cuantos, el compromiso político de
los responsables forales del momento y también, porque no decirlo, la
incomprensión y escepticismo de otros muchos, algunos de ellos, del propio
sector.
No era cuestión, tal y como decía
la propia Pili, de favorecer a uno de los sucesores si no de proteger el
caserío, el caserío entendido como el edificio y sus terrenos agrarios y
forestales, para su uso natural que era el uso agropecuario y forestal, es
decir, era proteger una cierta dimensión de las explotaciones para asegurar la
viabilidad de estas y para que no cayese en una división en porciones que
impedían, de facto, su viabilidad.
El empeño de Pili fue llevado al
Parlamento Vasco y en uno de los viajes al foro de la soberanía popular vasca,
fue cuando recibió la noticia de que su caserío, Arretxe, ardía pasto de las llamas,
pero, lamentablemente, no fue un incendio fortuito ni por razones “habituales”,
si no, que era el incendio provocado por el lanzamiento de un artefacto contra
su caserío, para más INRI, cuando en su interior dormían sus padres y una tía,
todos ellos, ancianos y con problemas de salud.
Este ataque fue ejecutado por
gentes de la izquierda abertzale que actuaban como una verdadera mafia en la
comarca de Tolosaldea y que imponían el silencio de la omertá que no es otra
cosa que una norma no escrita que funciona como la ley del silencio que los mandamases
de la mafia imponen a la población y que elimina, de raíz, a toda aquella
persona que se atrevía a llevarles la contraria, sobre todo, si lo hacía, como
Pili, públicamente y a la luz del día.
Colaboré con Pili en algunas
cuestiones de esa índole y sé por propia experiencia como se las gastaban esta
gente, muchos de ellos, ahora, reconvertidos, sea por conveniencia política sea
por convencimiento, en gente pacífica y tolerante.
No sigo porque no quiero calentarme
ni centrar este artículo de hoy en estas cuestiones, dado que el objeto de la
filípica de hoy no es otro más que homenajear y agradecer la labor de Pili en
favor del sector primario, de los baserritarras y de la cultura rural en su
conjunto.
Como les decía la propuesta de
hacer ley de la costumbre del mayorazgo en el caserío gipuzkoano se trabajó en
el Parlamento Vasco, se creó una ponencia, se completó y extendió a otras
facetas del derecho que iban más allá del caserío y así, todo ello acabó siendo
Ley 5/2015, de 25 de junio, de Derecho Civil Vasco que fue aprobada en el
Parlamento Vasco y entró en vigor el 3 de octubre de 2015.
Soy conocedor que en dicha ley
participó muchísima gente, pero no quisiera que se olvidase que, en la génesis
de dicha ley, que el pilar de dicho edificio, la ley tan positiva para el caserío
vasco no fue otro que Pilar Zubiarrain Lasa.
Xabier Iraola Agirrezabala
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