Comercio “porsicaso”
Cesar, pescatero de Izarra, me suele acompañar en mi carrera matutina. No le conozco
personalmente pero a través de la radio, Onda Vasca para más señas, sigo sus peripecias
vitales y las vicisitudes de su actividad entre las que se encuentra ir caserío por caserío,
concejo por concejo, vendiendo su género a los habitantes de su comarca de Zuia que,
según relata en las ondas, muchos de ellos son ya mayores y con dificultades para
Pensaba que este tipo de comerciante itinerante había desaparecido pero me doy
cuenta que no e incluso, dando vueltas a la cuestión, me he percatado que en mi propio
pueblo, Legorreta, es la furgoneta del panadero quien visita los caseríos y los barrios
más alejados acercando a sus vecinos tanto el pan como el periódico.
Elevando la mirada caigo en la cuenta que en el pueblo de al lado, Itsasondo, fue el
propio ayuntamiento quien, tras el cierre del “CorteInglés” de la plaza y consciente que
la vida social estaba languideciendo porque los vecinos desplegaban su vida social (ocio,
compras, etc) en la vecina Ordizia, decidió agarrar al toro por los cuernos e impulsar la
apertura de una tienda de ultramarinos y un bar en locales de propiedad pública.
Todo ello viene a cuestión de la diversa pero siempre difícil situación que vive el
comercio y hostelería de los municipios rurales a los que, además de las consecuencias
que viven el comercio y hostelería en general por la crisis que padecemos, debemos
añadir el reducido volumen de negocio que suponen sus escasos convecinos y los hábitos
de consumo modernos donde la movilidad juega un factor importantísimo.
Los municipios rurales más pequeños, los que no llegan o rondan el medio millar de
vecinos, salvo excepciones, no cuentan con comercio alguno y la hostelería existente
sobrevive a duras penas, con establecimientos de propiedad privada, establecimientos
legendarios cuyas puertas abiertas se cerrarán con la próxima jubilación del titular
madurito y/o en su caso, con bares de propiedad pública, los frecuentes ostatus,
sobreviviendo básicamente gracias a la generosidad de los consistorios que priorizan
contar con un centro de reunión abierto antes que cobrar con una renta que, en muchos
casos, anula la escasa rentabilidad del negocio y provoca una perniciosa rotación de
titulares que acaba por hartar a los clientes.
En estos municipios, salvo los excepcionales comercios itinerantes, la gente está
habituada a acudir en vehículo privado a los comercios de las ciudades más cercanas,
bien sea la propia capital bien sea la cabecera de comarca, y en estas localidades hacen
uso tanto del pequeño comercio tradicional como de los centros comerciales ubicados en
La situación de otros muchos municipios que rondan y/o superan los 1.000 habitantes
difiere, aunque no tanto, puesto que si bien tienen cubiertos los mínimos indispensables
en lo relativo a la actividad comercial y hostelera, no es menos cierto que estos
pequeños establecimientos las están pasando canutas en estos pequeños municipios,
despojados de toda condición rural, que sufren los rigores de la crisis generalizada
pero de forma más aguda al tener que sobrevivir en unos pueblos donde los vecinos
quieren, queremos, los establecimientos abiertos “por si acaso” se nos olvida algo en
nuestras excursiones comerciales a la ciudad o si, con carácter de urgencia, nos surge
una necesidad de última hora.
En este tipo de municipios tenemos asegurada la existencia de bares abiertos y por
lo tanto, la función social de estos templos del alterne quedan resueltas aunque
su rentabilidad está en entredicho puesto que, al igual que ocurre en el resto de
municipios, el alterne ha quedado limitado al sábado tarde-domingo mediodía.
Es en la faceta comercial (tiendas de comestibles, carnicerías, pescaderías, farmacia,
etc.) donde esta tipología de municipios son más vulnerables y donde el número
de establecimientos se ha ido limitando a la unidad por ramo, se han reorganizado
(las tiendas están integradas en redes como Eroski, Covirán, etc.) y mejorado sus
instalaciones pero aún así, sobreviven a duras penas, porque como decía antes, las
queremos abiertas, con un buen servicio, con amplio horario y con otros añadidos como
el tarjetero, el servicio a domicilio, etc. pero eso sí, las queremos a nuestra total
disposición para cuando se nos haya olvidado algo en la “compra grande” que hacemos
Cierto es que muchos de estos establecimientos tienen que ponerse las pilas y
actualizar, en la medida que su condición familiar se lo permita, diferentes facetas
de su negocio mejorando el servicio, adecuando los horarios a la vida moderna de los
clientes más jóvenes, innovando con la ayuda de las nuevas tecnologías, etc.
No obstante no podemos obviar que estos establecimientos, que yo suelo llamar
los establecimientos “porsiacaso” sufren la incomprensión, cuando no ninguneo,
de sus convecinos que los quieren abiertos, viviendo exclusivamente de la gente
mayor sin coche y de atender sus propios olvidos, sin caer en la cuenta que estos
establecimientos, y por extensión los propios municipios, pervivirán en el futuro
únicamente con la implicación y/o complicidad de sus vecinos-clientes.
Si los vecinos de estos municipios siguen haciendo oídos sordos a los gritos de estos
comerciantes, si los ayuntamientos siguen ausentes de este debate social, las persianas
continuarán bajándose de forma definitiva y quizás, lamentablemente, caigamos
demasiado tarde en la cuenta y no haya marcha atrás posible.
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