La manzana de la discordia
No hace mucho tiempo se me acercó una pareja joven ilusionada con su
proyecto de pequeña quesería donde además de queso querían
elaborar otra serie de productos lácteos con los que impulsar la
idílica diversificación que todos ansían lograr cuando emprenden
el camino de la transformación. Al poco tiempo de comenzar la
conversación, mi natural talento (osea, nulo), fue suficiente para
captar que aquel proyecto no tenía viabilidad alguna, al escucharles
que el diseño de las instalaciones debía ser tal forma que no
tuviesen que “tocar” las ovejas.
Quizás sea un caso aislado pero mucho me temo que no y prueba de
ello son los numerosos casos de caseríos donde la faceta
transformadora, por supuesto más rentable que la meramente
productora, acaba por engullir y aniquilar la faceta productiva y no
es nada raro encontrarse con casos donde los responsables de la
explotación, especialmente las nuevas generaciones, atraídos por la
rentabilidad de la actividad elaboradora y comercial y junto a ello,
por el prestigio que va vinculado al producto final, optan por
centrarse en transformar y comercializar y
reducir-delegar-subcontratar la faceta productiva, e incluso,
eliminarla para pasar a ser unos meros transformadores.
Este fenómeno de desagrarización (¡vaya palabreja me he
inventado!) es el fiel reflejo de la desigual distribución de la
rentabilidad en la cadena agroalimentaria y algo parecido ha ocurrido
también en el sector de la sidra vasca donde los elaboradores,
salvadas las excepciones, se han centrado en la faceta
transformadora-comercial-hostelera reduciendo a su mínima expresión,
cuando no al total abandono, su faceta productiva de la manzana que
requieren para la elaboración de la sidra.
Frente a la realidad del sector txakolinero donde, salvadas las
excepciones, las propias bodegas son a su vez sus principales
proveedores de uva, en el sector de la sidra los responsables de las
bodegas han impulsado notablemente su faceta transformadora y muy
especialmente, la rentable temporada del txotx, mientras la cuestión
productiva se limitaba a unos pocas hectáreas propias para cumplir
el expediente, comprar a los baserritarras de la zona e importar
manzana a tutiplé tanto de Francia como de Asturias.
Pues bien, cuando estamos al inicio de la campaña de recogida de la
manzana para sidra, por cierto, este año comienza con unos 15 días
de adelanto debido a la climatología de los meses previos, volvemos
a conocer que hay cosas que no cambian y una de ellas es la
interminable guerra de precios entre los productores de manzana y los
sidreros-elaboradores. Mientras los primeros, denuncian que llevan 12
años con los precios congelados en el subsuelo, la parte contraria,
ósea, los sidreros aclaran que ellos querer quieren subir los
precios pero no lo ven posible dada la escasa rentabilidad de la
venta de sidra en botella.
En este contexto de desencuentro, observo que algunos pretenden salir
adelante pasando por encima de otros y muestra de ello es que
mientras los baserritarras están congelados durante estos últimos
12 años, al consumidor, la botella de sidra, lo menos, pero
principalmente el menú de sidrería se le ha encarecido
continuamente en los últimos años. Los sidreros, con excepciones
como suele ocurrir en todos los casos y porque siendo leal conmigo
mismo tengo que reconocer que hay unos cuantos que se están poniendo
las pilas y apostando claramente por producir ellos mismos, tras años
de continuos despechos al baserritarra, de exigirles profesionalidad
en el cuidado del manzanal mientras ellos descuidaban sus propios
manzanales y proclamaban, públicamente, su preferencia por manzana
de otras latitudes en principio de mayor calidad y más barata, han
caído en la cuenta que la cuestión del origen, ligada a la calidad,
es fundamental para su propia supervivencia y por ello que, acuciados
por la necesidad y espoleados por la administración angustiada por
una sector en declive, han sacado unas pocas conclusiones y una de
ellas, la principal, que tienen que ser ellos mismos los que tiren
del carro y consecuentemente, cuidar con más mimo y profesionalidad
lo que tenían de antemano y en su caso, plantar nuevos manzanales
para asegurarse la provisión de su propia bodega porque de continuar
con la cicatera política de precios conocida hasta el momento, van
dados. ¡Ósea, ir hacia el modelo txakolinero!
La segunda conclusión, no por ello menos importante, es que la mejor
forma de incrementar la rentabilidad de la sidrería, además
mantener los ya mencionados bajos precios al baserritarra y proveerse
de producto foráneo (txuleta, queso, nueces, ...), es potenciar la
temporada del txotx, que a pesar del bajón de estos últimos años
aún sigue siendo la tabla de salvación de muchas de las sidrerías,
vinculando el rito del txotx con la ola del turismo, a la rueda del
enoturismo tan en boga, y al mismo tiempo, alargando la temporada de
apertura de las sidrerías, concatenando el txotx con la botella en
mesa.
Los sidreros, con total legitimidad, irán a lo suyo pero deben ser
conscientes que para que el modelo sea sostenible, al menos en el
tiempo, debe ser un modelo compartido entre todos los agentes de la
cadena, de ahí la necesidad de insuflar oxigeno a la parte
productora de manzana a la que se ahoga por falta de rentabilidad de
la botella mientras no se le hace partícipe de la rentabilidad del
txotx, y debe ser coherente, origen-cultura-territorio-producto
local, para ganarse la complicidad y adhesión del consumidor final
que, a fin de cuentas, es el que cuenta.
¡Veremos cómo queda la cosa!
Xabier Iraola Agirrezabala
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