La butifarra, por supuesto, catalana
La víspera del referéndum catalán no parece ser la mejor época
para adentrarse en cuestiones identitarias y cuestiones nacionales
porque uno corre el riesgo, inevitable por otra parte, de salir
trasquilado dado que, como comprenderán, al igual que es imposible
hacer una tortilla sin romper huevos, es igualmente imposible,
referirse a estas cuestiones, sin ser acusado de mingafría por los
sectores más nacionalistas (vascos y catalanes) o no ser acusado de
secesionista y/o filoterrorista por los otros nacionalistas, que
haberlos haylos, los nacionalistas españoles.
En estos momentos donde Mariano ha decidido apagar el fuego echando
gasolina sobre la hoguera quisiera poner sobre la mesa, nunca mejor
dicho, la cuestión de la identidad nacional en lo relativo a los
alimentos y más concretamente a su etiquetado, puesto que mientras
unos, apelando al sentimiento y las necesidades de generar la
adhesión del consumidor más cercano, reclaman la flexibilidad
normativa que posibilite acercarse al consumidor final, los otros,
los normativistas y los representantes de lo grande, de la gran
agricultura, de la agricultura orientada a la exportación, de la
agroindustria, reclaman la eliminación de toda referencia patria que
ponga barreras al campo, o mejor dicho, a su libre comercio.
Algo parecido ha ocurrido aquí, en casa, donde los bodegueros de la
Rioja Alavesa, mayoritariamente bodegas familiares donde la calidad
prima sobre la cantidad, llevan años reclamando a un Consejo
Regulador, centrado en el volumen y la exportación de las grandes
bodegas de la Rioja Alta, una mayor flexibilidad en su etiquetado que
posibilitase una mayor diferenciación para aquellas bodegas más
ligadas al territorio de su zona o incluso de su pueblo y ha tenido
que ser, tras diferentes plantones, declaraciones públicas y
amenazas de algunos bodegueros alaveses de mandar al carajo al Rioja
y crear su propia Denominación de Viñedos de Alava, cuando el
propio Consejo, al borde del precipicio y mientras sonaba la campana,
ha acabado por admitir la posibilidad de dicha flexibilización.
Algo similar a la guerra en que andan países como Francia e Italia
donde ....
se están impulsando diferentes normativas para mejorar y
concretar el origen de los productos lácteos, cárnicos, pasta, etc
y así conceder una mayor y mejor información al consumidor que,
como ya sabemos, desde que se produjo el escándalo de la carne de
caballo, demandan conocer el origen de lo que echan al plato. Como se
imaginarán, la alegría y la tristeza va por barrios y así,
mientras los ganaderos y agricultores, consideran que actuaciones de
esta índole son una gran oportunidad para reconocer la calidad de
los productos agrícolas y los alimentos autóctonos, puesto que el
consumidor que quiera comer productos 100% autóctonos, en esta caso
franceses o italianos, sólo tendrá que buscar aquellos alimentos
que porten la mencionada etiqueta, por la otra parte, pocos pero
poderosos ellos, la gran industria alimentaria organizada en grupos
como FoodDrinkEurope, lamentaba esta decisión al estimar que esta
política de etiquetado tendría un impacto negativo en el mercado
puesto que los cambios a implementar supondrían un notable coste que
acarrearía, irremediablemente, un aumento del precio de los
alimentos para los consumidores (para que luego digamos que los
poderosos nunca se acuerdan del populacho) y lo que es peor, porque
con este tipo de medidas proteccionistas que son del agrado del
presidente del tupé dorado, Donald Trump, se podría causar la
fragmentación del sacrosanto mercado único europeo.
Por estos lares, la cosa va más despacio, ya saben, como dice la
canción “pasito, a pasito” y así, el Ministerio aún no ha sido
capaz de aprobar la norma del etiquetado obligatorio del origen de la
leche y de los productos lácteos y si bien soy conocedor que están
en ello, no es menos cierto que el tiempo fluye, en exceso y que para
nada se justifica el retraso en su aprobación y por supuesto, como
se podrán imaginar, ni hablar de recoger en el etiquetado
referencias geográficas más cercanas (autonomía, comarca o pueblo)
y así, como hasta ahora ocurría en el Rioja, los yogures y quesos
del Goierri o del Valle de Arán deberán ir etiquetados, única y
exclusivamente, con su origen en España.
Ahora bien, si bien la cuestión identitaria en función de las
pulsiones políticas de cada uno ( productor, elaborador o
consumidor) no podemos obviarla, no es menos cierto que el objetivo
último del etiquetado es informar al consumidor sobre las
características del producto que prevé comprar y si tenemos en
cuenta que los diferentes estudios sobre el comportamiento del
consumidor de alimentos muestran que el origen es un factor muy
tenido en cuenta por éstos, creo que la referencia al origen de los
alimentos es algo, cuando menos, importante y por ello, creo que las
diferentes instituciones (tanto Gobierno Vasco como Central) debieran
abordar la obligatoriedad del origen en el etiquetado de los
alimentos de un modo integral y abarcar los diferentes productos, sin
ceñirse, única y exclusivamente, en función de nuestros intereses,
a aquellos productos donde seamos deficitarios.
Los intereses son amplios y a veces enrevesados pero me atrevería a
decir, y con esto acabo, que la mejor prueba de la importancia del
factor origen en el etiquetado ello es la fuerza con la que esa gran
industria alimentaria, que compra, mezcla, transforma, congela,
deshidrata, transporta miles de kilómetros y empaqueta las
diferentes materias primas, antioxidantes, estabilizantes y demás
marranadas, se opone ferozmente y no, como sugieren, en defensa del
consumidor, sino porque este mejor etiquetado dificulta sus
tejemanejes y con ello, su bolsillo.
Xabier Iraola Agirrezabala
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