McCasado
Conocida es la habilidad que tienen los políticos, salvadas las
excepciones, de estar omnipresentes en las campañas electorales,
particularmente en aquellos sitios o sectores a los que habitualmente
se tienen algo abandonados y también para forzar su simpatía y
gracejo queriendo empatizar con el posible votante y de paso, recabar
la atención de los medios de comunicación.
No es infrecuente que veamos a políticos que no se quitan el traje,
vestirse con ropa más sport para así inspirar simpatía en círculos
lejanos, viajar en metro, cercanías o bus a gente que lleva años
sin bajarse del coche oficial y también, a petición de los asesores
de imagen, verse inmersos en situaciones insospechadas para esta
gente pero, por otra parte, habituales para el gran público. Del
asesor de imagen de Pablo Casado me acordé al ver en Instagram la
imagen del presidente del Partido Popular y su familia departiendo
fast food con la familia del candidato andaluz, Juan Manuel Moreno en
un momento de asueto en su batalla contra la todopoderosa Susana
Díaz, todos bien vestidos, versión pijo-clásica, ósea como yo,
rubios y guapos, no como yo, zampándose las hamburguesas, patatas
fritas y refrescos con los niños jugando con los muñequitos que te
“regala” una conocida empresa trasnacional del fast food.
Cuando más lo pienso más me sorprendo, ¿de verás que el asesor de
imagen de Pablo (perdone usted la confianza) piensa que esa foto
departiendo comida rápida le acerca al posible votante al creer que
esa comida barata es lo que habitualmente consume su líder político?
¿no sería, acaso, más beneficioso para sus intereses electorales
que la cuchipanda popular fuese en una típica tasca sevillana
departiendo productos de la tierra? ¿es éste el modelo de
alimentación saludable que piensa impulsar cuando llegue al Gobierno
y el mensaje que pretende trasladar a las nuevas generaciones?. No
creo que merezca la pena ahondar más en el tema pero creo, y lo digo
con un punto de tristeza, que se ha equivocado y debiera, en próximas
ocasiones, reconducir el tema en pro de los jóvenes a los que se
quiere dirigir, de los miles de agricultores y ganaderos que le votan
y por extensión, de sus intereses electorales. De mi viaje a Sevilla
tengo un recuerdo inmejorable de esa preciosa ciudad pero me
sorprendió, ingratamente, la numerosa presencia de establecimientos
de fast food que con su política de bajos precios, cuando no
subterráneos, directa e indirectamente, empujan a la baja al
conjunto de la hostelería, salvadas las excepciones como siempre, y
cómo no, con ello se resiente, sí o sí, la calidad de la
gastronomía, de los productos y también, porqué no decirlo, la
calidad del trabajo de los empleados del ramo hostelero.
No se crean que es una cuestión puntual y local sino....
un fenómeno
generalizado y global que se acentúa en localidades o zonas con
importante tirón turístico y de ello no nos escapamos los vascos
que, como se viene señalando estos últimos días en diferentes
medios de comunicación, tenemos en la hostelería de la Parte Vieja
donostiarra, el corazón de la Bella Easo, un magnífico y triste
ejemplo de lo que estamos hablando. No es para nada nueva la queja de
diferentes personalidades vinculadas a la gastronomía local,
especialmente el correoso Josema Azpeitia, quienes vienen denunciando
la plaga de pintxos clonados, precocinados, recalentados y demás
triquiñuelas en manos de bares que van siendo fagocitados por grupos
inversores que, cómo es lógico por otra parte, no buscan más que
la rentabilidad máxima en el mínimo plazo en unos locales,
habitualmente, con unos alquileres o traspasos a nivel de liga de
futbol.
Yo mismo, hace unos años escribí un artículo sobre la “Gastronomía
con raíces” que no gustó mucho en algunos establecimientos
hosteleros y despachos del ramo y más recientemente sobre un
movimiento de cocineros franceses contrarios a la cocina
recauchutada, por ello acojo esperanzado, no sin las oportunas
reservas, que el ayuntamiento donostiarra reaccione y promueva una
serie de acciones de discriminación positiva hacia aquellos
profesionales hosteleros que hagan, ellos mismos, una gastronomía de
calidad y muy especialmente, unos pintxos de alta calidad para que el
pintxo sea el icono que tanto atrae a propios y ajenos. La creación
del Instituto del Pintxo Donostiarra por parte del consistorio quizás sea un
exceso intervencionista por parte de la administración pero visto el
desmadre existente, la incapacidad sectorial para atajar el tema y
los daños y/o beneficios colaterales sobre la actividad económica
general de la ciudad, creo, que puede ser un planteamiento razonable
que, más adelante, debiera ser pilotado por el sector gastronómico
en su conjunto, desde los baserritarras hasta los hosteleros.
Dice el refrán que “somos lo que comemos”. Pues bien, señor
Pablo Casado, señores hosteleros donostiarras, reaccionen y pónganse
a trabajar para que lo que comen-comemos, esté a la altura de lo que
somos, o al menos, de lo que decimos ser.
Xabier Iraola Agirrezabala
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